presenta el libro:
EL EFECTO ISAÍAS
Decodificando la ciencia perdida
de la oración y la profecía
(The Isaiah Efect)
de
Gregg Braden
Este libro fue pasado a formato digital para facilitar su difusión,
con el propósito de que así como tú lo recibiste, lo puedas hacer llegar a alguien más,
ayudando al ser humano a ser más humano.
Nueva Conciencia. Libro EL EFECTO ISAÍAS – Gregg Braden.
Gregg Braden y Alejandro Ariza.
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Nueva Conciencia. Libro EL EFECTO ISAÍAS – Gregg Braden.
El efecto Isaías
La ciencia cuántica sugiere la existencia de muchos futuros posibles para cada momento de nuestra vida. Cada futuro se encuentra en un estado latente hasta que lo despertamos gracias a las elecciones que realizamos en el presente.
Un rollo de dos mil años de antigüedad con un texto escrito por el profeta Isaías describe precisamente dichas posibilidades en un lenguaje que tan sólo estamos empezando a comprender. Además de compartir sus visiones de nuestro tiempo, Isaías describió la ciencia de cómo elegir qué futuro experimentar.
Cada vez que lo hacemos, experimentamos el efecto Isaías.
Las antiguas tradiciones nos recuerdan que hemos venido a este mundo por una razón que está por encima de cualquier otra. Estamos aquí para amar y hallar un amor aún mayor que trasciende cualquier otra forma de amor conocida por los ángeles celes-tiales.
Este libro está dedicado a nuestra búsqueda del amor y al recuerdo de nuestro poder para traer el Cielo a la Tierra.
Nueva Conciencia. Libro EL EFECTO ISAÍAS – Gregg Braden.
Índice
Comienzos ………………………………………………………………………………… 5
Introducción ……………………………………………………………………………….. 9
1. VIVIR EN LOS DÍAS DE LA PROFECÍA …………………………………………….. 14
La historia apunta al presente
2. PALABRAS PERDIDAS DE UN PUEBLO OLVIDADO ……………………………. 31
Más allá de la ciencia, de la religión y de los milagros
3. LAS PROFECÍAS ……………………………………………………………………… 48
Visiones silenciosas de un futuro olvidado
4. OLAS, RÍOS Y CAMINOS …………………………………………………………….. 71
La física del tiempo y de la profecía
5. EL EFECTO ISAÍAS …………………………………………………………………… 93
El misterio dela montaña
6. ENCUENTRO CON EL ABAD ……………………………………………………….. 100
Los esenios en el Tíbet
7. EL LENGUAJE DE DIOS ……………………………………………………………… 123
La ciencia perdida de la oración y de la profecía
8. LA CIENCIA DEL SER HUMANO ……………………………………………………. 148
Secretos de la oración y de la sanación
9. SANAR LOS CORAZONES, SANAR LAS NACIONES …………………………… 179
Volver a escribir nuestro futuro en los días de la profecía
Finales ……………………………………………………………………………………… 205
Notas ………………………………………………………………………………………. 207
Agradecimientos ………………………………………………………………………….. 215 Libro EL EFECTO ISAÍAS – Gregg Braden.
Comienzos
Escuché con atención lo que decía la voz de la radio para asegurarme de que lo había oído bien. No estaba familiarizado con el salpicadero de la nueva furgoneta que había alquilado hacía sólo unos días y los indicadores luminosos me resultaban extraños. Torpemente manejé el control de volumen de la radio para ahogar el rugido de un incesante viento de costado que era el preludio de una tormenta de invierno visible desde la puesta del sol. Hasta donde podía divisar desde la carretera nacional, sólo se insinuaba el reflejo de luces distantes en las nubes bajas que tenía por encima. Al estirarme para ajustar el espejo retrovisor, mis ojos siguieron el asfalto que acabábamos de recorrer hasta desaparecer en la oscuridad que nos rodeaba. No había ningún resplandor de luces delanteras que anunciara la llegada de algún otro coche. Estábamos solos, completamente solos, en esa autopista del norte de Colorado. Al mismo tiempo me preguntaba cuántas personas, en sus hogares o coches, estarían oyendo lo que yo estaba escuchando de boca del locutor.
El moderador estaba entrevistando a un invitado, le pedía que compartiera su visión del final del presente milenio y del nacimiento del siglo xxi. Al invitado, un respetado escritor y educador, se le solicitó que expresara qué futuro veía para la humanidad en los próximos dos o tres años. La radio crepitó brevemente mientras sus palabras describían un futuro inmediato inestable. Con autoridad y seguridad, habló de su visión de un inevitable colapso finisecular de las tecnologías globales, especialmente de las basadas en la informática. Mientras desarrollaba el escenario del peor de los casos, emergía un futuro donde los elementos básicos de la vida escasearían, o quizá se agotarían, durante meses o años. Citó limitaciones en el abastecimiento de electricidad, agua, gas natural, comida, y la pérdida de las comunicaciones como los primeros signos de la disolución de los Gobiernos locales y nacionales. El invitado siguió especulando sobre una época en nuestro previsible futuro en que las leyes nacionales quedarían suspendidas y se habría de imponer la ley marcial para mantener el orden. Además de esas temibles condiciones, citó la creciente amenaza de enfermedades incontrolables y la posibilidad de una tercera guerra mundial con armas de destrucción masiva, todo lo cual conduciría a la pérdida de casi dos tercios de la población mundial, aproximadamente cuatro mil millones de personas, en un plazo de tres años.
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Por cierto que anteriormente ya había escuchado este tipo de presagios. Desde las visiones de los profetas bíblicos hasta las profecías de Nostradamus y Edgar Cayce, en los siglos xvi y xx respectivamente, el aumento del nivel del mar, la formación de grandes mares interiores y catastróficos terremotos han sido temas constantes en las predicciones para el cierre del segundo milenio. Esa noche hubo algo diferente. Quizá fuera porque me sentía solo en la autopista. Quizá porque sabía que había muchas otras personas que estaban escuchando el mismo mensaje, la autoritaria voz de un invitado invisible que llegaba hasta sus hogares, oficinas y automóviles. Me encontré inmerso en una gama de experiencias que variaban desde intensos sentimientos de desesperanza y lágrimas de profunda tristeza hasta brotes de ira y rabia igualmente poderosos.
«¡No!», empecé a gritar. «¡No, no tiene por qué ser como lo describes! Nuestro futuro todavía no ha llegado. Todavía se está formando y aún estamos eligiendo el resultado. »
Tras subir a la cumbre de una colina, empecé a descender hacia un valle y se perdió la recepción. La última parte de la entrevista que escuché era que el invitado aconsejaba a las personas que «huyeran hacia las montañas» y que se prepararan para la larga espera. Para aquellos que vivían sumidos en la pobreza, al margen de la sociedad o inconscientes de los acontecimientos que estaban dando forma a nuestro futuro, el invitado les dio un consejo compuesto por cuatro palabras: «¡Que Dios los ayude!». Aunque las voces de la radio se distorsionaban y desaparecían, el impacto de sus palabras permanecía.
Traigo aquí esta historia porque la perspectiva que se transmitió a través de las ondas de radio esa noche fue precisamente eso: una perspectiva, no una seguridad sobre lo que nos espera en el futuro. Además de describir escenas de tragedia y desesperación, los antiguos profetas previeron futuros igualmente viables de paz, cooperación y de gran salud para los habitantes de la Tierra. En unos extraños manuscritos con más de dos mil años de antigüedad, dejaron los secretos de una ciencia perdida que nos permite trascender las profecías catastróficas, las predicciones y los grandes retos de la vida. A simple vista, la ciencia que hay codificada en esos peculiares documentos puede sonar a ficción, o al menos al tema de una película futurista. Contemplados con los ojos de la física del siglo xx, sin embargo, los principios que contienen estos antiguos textos aclaran y ofrecen nuevas posibilidades sobre nuestra función en la dirección del rumbo de este momento en la historia. Los desgastados fragmentos de estos textos describen una cien-cia perdida que tiene el poder de acabar con todas las guerras, enfermedades y
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sufrimientos; iniciar una era de paz y cooperación sin precedentes entre Gobiernos y naciones; hacer que los fenómenos climáticos destructivos sean inofensivos; aportar una curación definitiva para nuestros cuerpos, y redefinir las antiguas profecías de devastación y catastróficas pérdidas humanas.
Los últimos desarrollos en la física cuántica apoyan precisamente tales principios y aportan nueva credibilidad al papel de la oración masiva y a las antiguas profecías. Vi por primera vez los indicios de esta sabiduría de poder en las traducciones de los textos arameos escritos unos quinientos años antes de la era cristiana. Los mismos textos afirmaban que durante el siglo I de nuestra era escritos de tradiciones secretas fueron transportados desde la tierra natal de sus autores en Oriente Próximo hasta las montañas de Asia para protegerlos. En la primavera de 1998, tuve la oportunidad de organizar un grupo de veintidós personas para hacer una peregrinación a las altas montañas del Tíbet central, a fin de presenciar y confirmar las tradiciones a las que hacían referencia estos textos con dos mil años de antigüedad. Junto a la investigación a gran escala que se está realizando en ciudades occidentales, nuestro viaje aporta nueva credibilidad a estos antiguos recordatorios sobre nuestro poder para acabar con el sufrimiento de innumerables personas, evitar una tercera guerra mundial y alimentar a todos los niños, mujeres y hombres que están hoy con vida, así como a las generaciones futuras. Sólo tras ascender a los monasterios, localizar las bibliotecas y presenciar las antiguas prácticas que han llegado hasta nuestros días, puedo compartir con seguridad la agudeza de tales tradiciones.
Mientras la ciencia moderna sigue verificando la relación entre los mundos interior y exterior, es cada vez más probable que un puente olvidado vincule el mundo de nuestras oraciones con el de nuestra experiencia. Quizás este vínculo represente lo mejor que toda esa ciencia, religión y mística puede ofrecer, llevado hasta niveles nuevos que nunca antes nos hubieran parecido posibles. La belleza de esa tecnología interior estriba en que se basa en las cualidades humanas que ya poseemos. Se nos invita a que sencillamente recordemos, en la comodidad de nuestros propios hogares y sin que exista expresión externa científica o filosófica. Al hacerlo transmitimos, a nuestras familias, comunidades y seres queridos, el poder de un mensaje de vida y esperanza que procede de tiempos inmemoriales. Los profetas que nos vieron en sus sueños, nos recuerdan que, al honrar a toda forma de vida, estamos consiguiendo nada más y nada menos que la supervivencia de nuestra especie y garantizar el futuro del único hogar que conocemos.
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GREGG BRADEN Norte de Nuevo México Enero de 1999
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Introducción
¿Es posible que exista una ciencia perdida que nos ayude a trascender temas como la guerra, la destrucción y el sufrimiento predichos hace tanto tiempo para nuestra época actual? ¿Cabe la posibilidad de que en alguna parte de las neblinas de nuestra antigua memoria colectiva hubiera tenido lugar algún acontecimiento que provocara un vacío en nuestra comprensión sobre cómo relacionarnos con nuestro mundo y entre nosotros? De ser así, ¿sería posible que, de salvar ese obstáculo, se pudieran evitar las grandes tragedias a las que se ha de enfrentar la humanidad? Textos de dos mil quinientos años de antigüedad, así como la ciencia moderna, sugieren que la respuesta a estas preguntas y a otras similares es un rotundo « ¡sí! ». Además, en el lenguaje de sus tiempos, los que vivieron antes que nosotros nos recuerdan dos poderosas técnicas que están en relación directa con nuestra vida actual. La primera es la ciencia dé la profecía, que nos permite ser testigos de las consecuencias futuras de nuestras elecciones del presente. La segunda es la sofisticada técnica de la oración, que nos permite elegir qué profecía futura vamos a vivir.
Los secretos de nuestras ciencias perdidas parecen haber sido abiertamente compartidos por sociedades y tradiciones antiguas. Los últimos vestigios de esta poderosa sabiduría en la tradición occidental se perdieron al desaparecer textos muy valiosos en el siglo iv. Fue en el año 325, cuando los elementos clave de nuestra antigua herencia fueron apartados de la población general y quedaron relegados a las tradiciones esotéricas de escuelas de misterio, a sacerdotes de elite y a las órdenes sagradas. A los ojos de la ciencia moderna, las recientes traducciones de textos como los manuscritos del mar Muerto y las bibliotecas gnósticas de Egipto han abierto las puertas a aquellas posibilidades que se dejaban entrever en los cuentos populares y de hadas antiguos y han supuesto un nuevo despertar para las mismas. Ahora, después de dos mil años de haber sido escritos, podemos ratificar el poder de una fuerza que mora en nuestro interior, un poder muy real que tiene la capacidad de acabar con el sufrimiento y traer paz dura-dera al mundo.
Los autores antiguos nos legaron su poderoso mensaje de esperanza descrito con las palabras de su tiempo. Las visiones del profeta Isaías, por ejemplo, fueron registradas más de quinientos años antes del nacimiento de Cristo. El rollo de Isaías, el único manus-crito descubierto intacto entre los manuscritos del mar Muerto en 1946, desplegado y montado sobre un cilindro vertical, está expuesto en el Santuario del Museo del Libro de
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Jerusalén. La exposición, considerada como insustituible, está protegida por un sistema diseñado para que la estancia se convierta en una cámara acorazada sellada con puertas de acero a fin de conservar el rollo para las generaciones futuras, en el supuesto de que se produjera un ataque nuclear. La antigüedad del rollo de Isaías, su integridad y el propio texto ofrecen una oportunidad única para considerarlo como representativo de las muchas profecías proferidas para nuestro tiempo. Aparte de los detalles de los acontecimientos concretos, la visión generalizada de las antiguas predicciones revela el trasfondo de un tema común. En todas las visiones de nuestro futuro, las profecías siguen un patrón claro: descripciones de catástrofes, inmediatamente seguidas de una visión de vida, dicha y esperanza.
En el manuscrito conocido más antiguo de este tipo, Isaías comienza su visión de posibles futuros, con la descripción de una época de destrucción global de una magnitud nunca vista. Describe su ominoso momento como una época en que «enteramente arruinada quedará la Tierra, totalmente devastada» (Is. 24,3).' Su visión de una época que aún había de llegar se parece mucho a las descripciones de muchas otras profecías de distintas tradiciones, incluidas las de los nativos americanos hopi y navajo, así como las de los mayas de México y Guatemala.
Sin embargo, en los versos que vienen a continuación de la descripción de devastación de Isaías, su visión cambia espectacularmente a un escenario de paz y salud: «Porque las aguas rebosarán en el desierto, arroyos en la estepa... Y la ardiente arena se convertirá en estanque, y el sequedal en manantiales de agua» (Is. 35, 6-7). Además, Isaías dice que «en aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán desde la oscuridad y sin tinieblas» (ib., 29,18).
Durante casi veinticinco siglos, los eruditos han interpretado principalmente estas visiones como una descripción de acontecimientos que se esperaba que ocurrieran justamente en el orden en que son descritos en el rollo de Isaías: en primer lugar la tribulación de la destrucción, seguida de una etapa de paz y salud. ¿Es posible que estas visiones de otros tiempos tuvieran otro significado? ¿Podrían las introspecciones de los profetas reflejar las habilidades de expertos maestros que se introducían entre los mundos de posibles futuros y registraban sus experiencias para las generaciones futuras? De ser así, los detalles de sus viajes podrían ofrecernos importantes claves para descifrar un tiempo que está por llegar.
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Los antiguos profetas, al igual que las creencias de los físicos del siglo 'xx, vieron el tiempo y el curso de nuestra historia como una senda que puede recorrerse en dos direcciones: hacia atrás así como hacia delante. Reconocieron que sus visiones tan sólo reflejaban posibilidades para un momento dado en el tiempo, más que acontecimientos que sucederían con toda certeza, y cada posibilidad se basaba en las condiciones existentes en el momento de la profecía. Cuando estas cambiaran, el cambio se vería reflejado en el resultado de cada profecía. Una visión de guerra de un profeta, por ejemplo, se podía ver como un futuro seguro sólo si no se ponía fin a las circunstancias sociales, políticas y militares en el momento de la profecía.
Esta misma línea de razonamiento nos recuerda que, cambiando nuestra forma de actuar en el presente -aunque, a veces, ello suponga sólo un pequeño cambio-, podemos cambiar todo el curso de nuestro futuro. Este principio se aplica tanto a circunstancias individuales, como la salud y las relaciones, como al bienestar general del mundo. En el caso de una guerra, la ciencia de la profecía puede permitir a un visionario proyectar su visión a un tiempo futuro y alertar a las personas de su tiempo de las consecuencias de sus acciones. De hecho, muchas profecías van acompañadas de reiteradas súplicas de cambio en un intento de evitar que suceda lo que los profetas han visto.
Las visiones proféticas de posibilidades lejanas a menudo nos recuerdan la analogía de los caminos paralelos, sendas posibles que se introducen tanto en el futuro como en el pasado. De tanto en tanto los cursos de los caminos parecen desviarse, haciendo que uno se acerque a su vecino. Es en estos puntos donde los antiguos profetas creían que los velos entre los mundos eran muy finos. Cuanto más finos estos, más fácil era elegir nuevas vías para el futuro, saltando de un camino a otro.
Los científicos modernos se toman muy en serio estas posibilidades, y han creado nombres para estos acontecimientos, así como para los lugares donde los mundos se conectan. Mediante expresiones como «ondas del tiempo», «resultados cuánticos» y «puntos de elección», profecías como las de Isaías adquieren poderosos y nuevos significados. En lugar de ser pronósticos de acontecimientos que se prevén para un día en el futuro, son destellos de las posibles consecuencias de las decisiones que tomamos en el presente. Tales descripciones suelen recordarnos un gran simulador cósmico, que nos permite ser testigos de los efectos de nuestras acciones a largo plazo.
Sorprendentemente, a semejanza de los principios cuánticos que sugieren que el tiempo es una colección de resultados maleables y diversos, Isaías la un paso más,
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recordándonos que las posibilidades de nuestro futuro vienen determinadas por elecciones colectivas realizadas en el presente. Al compartir muchos individuos una opción común, amplían el efecto y aceleran el resultado. Algunos de los ejemplos más claros de este principio cuántico pueden observarse en las oraciones masivas para que se produzcan milagros; de pronto se salta de una situación futura a experimentar otra. A principios de los ochenta, los efectos de la oración con una finalidad fueron documentados mediante experimentos controlados en zonas urbanas con un alto índice de criminalidad.2'3 A través de estos estudios, el efecto localizado de la oración ha sido muy bien documentado en publicaciones para todos los públicos. ¿Pueden aplicarse los mismos principios a zonas más amplias, quizás a escala global?
El viernes 13 de noviembre de 1998, se puso en práctica una oración masiva en todo el mundo, como una opción para la paz en una época en que había una escalada de tensión política en muchas partes del mundo. Concretamente, ese día era la fecha límite impuesta a Iraq para cumplir con las exigencias de las Naciones Unidas respecto a las inspecciones de armamento. Tras meses de negociaciones sin éxito para acceder a los lugares clave, las naciones de Occidente habían dejado claro que el incumplimiento por parte de Iraq daría como resultado una campaña de bombardeo masivo y extensivo diseñado para destruir las zonas donde se sospechaba que guardaban armamento. Semejante campaña habría producido, sin duda alguna, una gran pérdida de vidas humanas, tanto de civiles como de militares.
Una comunidad global de varios cientos de miles de personas conectadas mediante la World Wide Web, optó por la paz en una oración masiva cuidadosamente sincronizada en momentos precisos de esa tarde. Durante el tiempo de oración, tuvo lugar un acon-tecimiento que muchos consideran un milagro. A treinta minutos del ataque aéreo, el presidente de Estados Unidos, tras recibir una carta de los oficiales iraquíes diciendo que iban a cooperar con las solicitadas inspecciones de armamento, dio la insólita orden al ejército estadounidense de «deponer las armas», el término militar para suspender una misión.4
Las probabilidades de que este hecho sucediera fortuitamente en el mismo marco de tiempo en que se estaba llevando a cabo la oración mundial son mínimas. Los escépticos han visto la sincronícidad que hubo en este ejemplo como una «casualidad». Sin embargo, dado que se han visto anteriormente resultados similares en acontecimientos ocurridos en Iraq, en Estados Unidos y en Irlanda del Norte, el creciente aumento de
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pruebas sugiere que el efecto de la oración masiva es más que una coincidencia. Las pruebas, que confirman un principio descubierto en textos centenarios, sencillamente afirman que la elección de muchas personas, concentradas de una forma específica, tiene un efecto directo y constatable sobre nuestra calidad de vida.
Aunque tales cambios parezcan inexplicables por medios ordinarios, los principios cuánticos los tienen en consideración como productos de la fuerza interior de una elección colectiva o de un grupo. Quizá la perdida ciencia de la oración, oculta en las antiguas tradiciones hasta que nuestro pensamiento actual pudiera reconocerla, ofrezca una forma de acción para evitar la enfermedad, la destrucción, la guerra y la mortandad profetizada para nuestro futuro. Nuestras elecciones individuales se funden en nuestra respuesta colectiva para el presente, con implicaciones que pueden ir desde unos pocos días hasta muchas generaciones en el. futuro. Ahora disponemos del lenguaje para introducir este poderoso mensaje de esperanza y posibilidad en todos los momentos de nuestra vida. Aunque todo el alcance de las más oscuras visiones de Isaías todavía ha de llegar, cada vez hay más científicos, filósofos e investigadores que creen que estamos presenciando el preludio de muchos de los acontecimientos que él predijo para nuestro tiempo. ¿Podrían las antiguas claves como el rollo de Isaías haber sobrevivido dos mil años con un mensaje tan poderoso que no pudiera ser reconocido hasta que se comprendiera mejor la naturaleza de nuestro mundo? Nuestra disposición para permitir dicha posibilidad podría convertirse en nuestro mapa de carreteras para evitar el sufrimiento pronosticado por toda una serie de visiones sobre nuestro futuro.
Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra...
Escuché una voz que decía:
«No habrá más muerte,
- ni sufrimiento, ni llanto
porque todo esto ya ha pasado»
LIBRO ESENIO DE LAS REVELACIONES
(APOCALIPSIS DE SAN JUAN, 21,1.4)
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VIVIR EN LOS DÍAS DE LA PROFECÍA
Por alguna razón aquel hombre llamó mi atención mientras yo atravesaba el pasillo que estaba después de los aseos y los teléfonos. Podía haber sido su obra artística expuesta en las paredes. Quizá sus joyas, que sobresalían modestamente de la artesanal caja de fieltro. Sin embargo, lo más probable es que fueran los tres niños que le rodeaban. Al no tener hijos propios, con los años he mejorado al calcular las edades de los que pertenecen a otras personas. El mayor tendría unos ocho años. Al ver a los más jóvenes, quizá habría dos años de diferencia entre uno y otro. «¡Qué niños más preciosos!», pensé para mí mientras dejaba atrás su exposición en el vestíbulo del restaurante.
Acababa de terminar una cena con unos amigos, que habíamos pospuesto en varias ocasiones y que por fin esta vez pudimos disfrutar en una pequeña ciudad al lado del mar, al norte de San Francisco. Preocupado por la preparación de un taller que tendría lugar durante los tres días siguientes, era consciente de que había estado algo distante en la cena. Desde mi ventajosa situación en un extremo de la mesa, las conversaciones parecían estarse produciendo a mi alrededor. Me había sentido como un observador, mientras el resto del grupo rápidamente había formado parejas para entablar las típicas conversaciones de ponerse al día en lo referente a situación profesional, romances y planes para el futuro. Recuerdo haberme preguntado si la elección de mi asiento había sido intencionada, si era mi forma de evitar la participación directa sin dejar de disfrutar de la presencia de viejos amigos conversando. Más de una vez me di cuenta de que estaba mirando por las enormes ventanas de cristal que se encontraban a medio camino entre donde yo estaba sentado y el muelle bajo el cual subía la marca. Mi mente estaba enfocada en la presentación que tenía que hacer al día siguiente por la tarde. ¿Qué diría en la presentación? ¿Cómo invitaría a participantes de tan distintas procedencias y creencias a seguirme en el antiguo mensaje de esperanza respecto a este momento en la historia?
-¡Eh! ¿Cómo te va? -me dijo el hombre de los niños y de las joyas mientras yo caminaba hacia él. El inesperado saludo de un extraño me trasladó al presente. Sonreí y moví la cabeza.
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estupendamente -respondí, sin tan siquiera pensar-. Parece que tienes unos buenos ayudantes -le dije señalando a sus tres hijos.
El hombre se rió, y cuando me detuve ante él, de pronto empezamos a hablar sobre sus joyas, del trabajo artístico de su esposa y de sus cuatro hijos.
-Fui la comadrona de todos mis hijos -me explicó-. Mis ojos fueron los primeros que vieron cuando llegaron a este mundo. Mis manos fueron las primeras que tocaron sus cuerpos. -Sus ojos brillaban mientras describía cómo había crecido su familia. En cuestión de minutos, este hombre al que no había visto en mi vida empezó a describirme el milagro del nacimiento que él y su esposa habían experimentado cuatro veces juntos. Enseguida me conmovió la confianza y sinceridad de su voz mientras compartía los detalles íntimos de cada parto.
»Es fácil traer un hijo a este mundo -me dijo.
Es fácil para ti decirlo -pensé yo-. ¿Qué diría tu mujer si le preguntara cuál fue su experiencia al tener los hijos?
Justo cuando estaba pensando esto, apareció una mujer desde el fondo del pasillo. Al momento supe que ellos estaban juntos. Eran una de esas parejas que parecen como si uno formara parte del otro. Ella se dirigió a nosotros y sonrió amablemente mientras
pasaba el brazo alrededor de su esposo. Habría pasado de largo de su exposición en el pasillo de no haber sido porque me paré a hablar con su esposo. Aun sabiendo de antemano la respuesta a la pregunta que le iba a hacer, yo hablé primero.
-¿Eres la madre de estos hermosos niños?
El orgullo que reflejaban sus ojos respondió antes que las palabras que salieron de sus labios.
-Sí, lo soy -respondió ella-. Soy la madre de los cinco.
Con la gran sonrisa que surge del privilegio de compartir la vida con otra persona, se rió y apuntó con el dedo a su marido en el brazo. Lo capté inmediatamente. Se estaba refiriendo a él como al quinto hijo. Ella sostenía en brazos al cuarto, el más pequeño, un niño de quizá dos años de edad. Cuando empezó a moverse, su madre lo colocó de pie en el suelo de baldosas de la entrada del restaurante. El niño caminó hacia su padre, que lo cogió en brazos con un solo movimiento y lo meció en el ángulo de su brazo. El pequeño se sentó erguido mirando directamente a los ojos de su padre y permaneció así
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durante el resto de la conversación. Evidentemente era algo que habían hecho muchas otras veces.
-De modo que es fácil tener un hijo -le dije como recordatorio de donde habíamos dejado la conversación antes de la aparición de su esposa.
-Por lo general -respondió él-, cuando están listos no hay gran cosa que los detenga. ¡Sencillamente salen disparados!
Con su hijo pequeño todavía en brazos, el hombre se agachó un poco para imitar a un atleta atrapando una pelota o un bebé entre sus brazos.
Todos nos reímos y él y su esposa se miraron. De pronto un aire de silencio invadió a la pareja y a sus hijos. De vez en cuando alguien pasaba por en medio justo en el momento preciso, cuando estaban a punto de salir las palabras justas que avivarían nuestros recuerdos y despertarían las posibilidades que yacen latentes en el interior de todos nosotros. Creo que, en planos que trascienden el habla, todos funcionamos de este modo. En la inocencia de lo inesperado, se produce un momento mágico. Supe que ese era uno de esos momentos.
El hombre me miró directamente. La expresión de su cara y el sentimiento que brotaba de mi corazón me decían que cualquier cosa que fuera a pasar era la razón de que estuviéramos allí reunidos en ese momento.
-Por lo general, no hay problemas -prosiguió el hombre-. Aunque, de vez en cuando, pasa algo. Algo va mal.
Mirando al pequeño que tenía entre sus brazos, el hombre estrechó al niño todavía más, mientras alcanzaba y apartaba su pelo de la frente con sus dedos. Por un instante, los dos se miraron directamente a los ojos. Me sentí honrado por su capacidad de compartir su amor sin hacer que me sintiera un mero espectador. Me estaban dejando participar de su momento.
-Esto es lo que nos pasó con él -continuó-. Tuvimos algunos problemas con Josh. -Yo escuchaba atentamente mientras él proseguía-. Todo iba bien, justo como debía. Mi esposa había roto aguas y su parto avanzaba hasta que nos encontramos con nuestro cuarto parto en casa. Josh se encontraba en el conducto cervical cuando de pronto todo se detuvo. Sencillamente el parto se interrumpió. Sabía que algo no iba bien. Por alguna razón, recordé un manual de operaciones policiales que había leído años antes. Había un capítulo sobre partos de urgencia y había una sección dedicada a las posibles
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complicaciones. Mi mente repasó esa sección. ¿No es curioso cómo parece acudir a la mente aquello que necesitamos en el momento adecuado? -Lanzó una carcajada ner-viosa mientras su esposa se le acercaba. Ella pasó su brazo alrededor de su esposo y de su hijo menor; yo sabía que ellos compartían una experiencia que los había unido a los tres mediante un raro vínculo de proximidad y asombro.
»El manual decía que, en algunas ocasiones, el bebé durante el parto podía quedarse atascado contra la rabadilla de la madre. Unas veces es la cabeza, otras el hombro lo que queda calzado. Llegar hasta dentro y liberar al feto es un proceso relativamente sencillo. Esto es justo lo que pensaba que le estaba sucediendo a Josh.
»Introduje mis dedos en el cuello uterino de mi esposa, y entonces sucedió algo absolutamente sorprendente. Palpé su rabadilla, moví mi mano un poco hacia arriba y noté con toda certeza que era el omóplato de Josh el que se había encallado en el coccis. Justo cuando iba a moverle, sentí un movimiento. Al momento comprendí lo que estaba sucediendo. Era la mano de Josh. ¡Estaba estirándola en dirección al coccis para liberarse él mismo! Cuando su brazo rozó mi mano, tuve una experiencia que creo que muy pocos padres han tenido. -En ese punto de la conversación ya estábamos todos llorando.
-La historia todavía no ha terminado -dijo la esposa dulcemente-. Sigue, cuéntale el resto -le susurró a su esposo animándole.
-Ahora llego a esa parte. -Sonrió mientras se secaba las lágrimas con las manos-. Cuando su brazo rozaba mi mano, Josh dejó de moverse, sólo durante un par de segundos. Creo que estaba intentado comprender lo que había encontrado. Entonces volví a sentirle. Esta vez no estaba alargando la mano para liberarse de la rabadilla de su madre. ¡Esta vez me la estaba dando a mí! Sentí su manita moverse entre mis dedos. Al principio su tacto era inseguro, como si estuviera explorando. En cuestión de segundos me agarraba con fuerza. Sentí a mi hijo todavía nonato extenderme su mano y entrelazar sus dedos entre los míos confiadamente, ¡como si me conociera! En ese momento supe que a Josh no le pasaría nada. Los tres juntos trabajamos para traer a Josh a este mundo y aquí está hoy.
Todos miramos al pequeño que estaba en los brazos de su padre. Al notar que todas las miradas se posaban sobre él, Josh ocultó su cara en el hombro de su padre.
-Todavía es un poco tímido -dijo el hombre riendo.
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-Ahora entiendo por qué está tan apegado a ti -dije yo-. Los dos compartís algo muy grande.
Nos miramos los unos a los otros a través de las lágrimas que habían brotado de nuestros ojos. Recuerdo el sentimiento de reverencia y asombro, y quizás un poco de sorpresa, ante la intensidad de lo que acabábamos de compartir. Todos nos reímos, aliviando el desconcierto del momento sin detractarnos del poder de lo que habíamos compartido. Tras unas pocas palabras más y muchos cálidos abrazos, nos dimos las buenas noches.
No volví a ver a la familia. Ahora, casi tres años después, sigo sin saber sus nombres. Lo que permanece es su historia, su apertura y voluntad de compartir un momento íntimo de sus vidas. Su sinceridad había tocado algo muy antiguo y profundo dentro de mí. Aunque hacía menos de veinte minutos que nos conocíamos, los tres habíamos creado un poderoso recuerdo que yo compartiría muchas veces durante los meses siguientes. Fue uno de esos momentos en los que no se necesitan explicaciones. Ni siquiera lo intentamos.
Una conocida frase en las enseñanzas de Hermes Trismegisto, considerado como el padre de la alquimia, sugiere que las experiencias de nuestras vidas cotidianas, como el nacimiento, son reflejos de acontecimientos que ocurren a una escala mucho mayor en el cosmos. Con elocuente simplicidad, el principio afirma: «Como arriba, así abajo». La teoría del caos, un estudio especializado de matemáticas, lleva la explicación un paso más lejos, al sugerir que nuestras experiencias también son holográficas. En un mundo holográfico, la experiencia de un elemento es reflejada por todos los demás elementos a través de todo el sistema. En el grado en que nuestro cosmos funciona de esta manera, el principio también puede ser aplicado a una experiencia mucho más cercana a nosotros: la relación entre nuestros cuerpos y la Tierra. Mientras la familia que estaba de pie conmigo compartía los recuerdos del nacimiento de su hijo menor, descubrí que estaba pensando en el principio de Hermes. De pronto, la historia de Josh abriéndose paso hacia nuestro mundo se convirtió en una poderosa analogía de nuestro planeta dando a luz a un nuevo mundo. Las similitudes son incontestables.
Si pudiéramos imaginarnos, aunque sólo fuera por un momento, a nosotros mismos viniendo a la Tierra desde un mundo en que el milagro del nacimiento fuera desconocido, la historia de Josh supondría una nueva perspectiva para los acontecimientos de nuestro tiempo. Presenciar la vida que llega a este mundo es, sin duda alguna, una experiencia
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mágica. Sin embargo, saber cuál va a ser el resultado del parto de algún modo debe cambiar nuestros sentimientos en cuanto a la experiencia. ¿Cómo sería nuestra pers-pectiva si no conociéramos el resultado? ¿Qué pasaría si viéramos el proceso del nacimiento sin el privilegio de comprender que se ha invitado a una nueva vida a nuestro entorno?
Empezaríamos por ver a una mujer que padece tremendos dolores. Su rostro hace muecas sincronizadas con los gritos del parto. Sangre y fluidos que brotan de su cuerpo. En efecto, presenciar la llegada de una nueva vida sería como presenciar los mismos síntomas que acompañan la pérdida de la misma. ¿Cómo podríamos saber por los síntomas exteriores de dolor que se trata de un nacimiento? ¿Es posible que hagamos las mismas conjeturas al contemplar el nacimiento de una nueva tierra que haría alguien que estuviera presenciando un parto humano y desconociera lo que está viendo? Este es justamente el escenario que las antiguas tradiciones sugieren que se está manifestando; somos testigos del nacimiento cíclico de un nuevo mundo. En las visiones proféticas del evangelio de san Mateo, el autor utiliza el nacimiento como una metáfora para describir los acontecimientos que la gente de nuestro tiempo espera ver: «Habrá hambrunas y terremotos en diversas partes. Pero todo esto no es más que el comienzo de los dolores del parto» (Mt. 24,7-8).'
Durante el último cuarto del siglo xx, los científicos documentaron unos hechos únicos que parece que no se puedan comparar con nada. Desde las regiones más profundas de la Tierra hasta los límites de nuestro universo conocido, hay instrumentos que graban acontecimientos que sobrepasan en fuerza y duración las anteriores mediciones, a veces por muchos órdenes de magnitud. En otoño de 1997, empezaron a correr por la World Wide Web, revistas y otros medios, informes sobre cambios catastróficos en la Tierra y en la sociedad. Los artículos describían una variedad de acontecimientos que iban desde los mega terremotos, aumento en el nivel del mar y colisiones cercanas con asteroides, hasta poderosos nuevos virus y la ruptura de la frágil paz de Oriente Próximo, todos ellos con el potencial de causar estragos y destrucción. Muchos de los artículos describen fenómenos que concuerdan con las predicciones visionarias de hace miles de años para esta época de la historia. Tanto las profecías modernas como las antiguas sugieren que los acontecimientos de 1997 marcaron el comienzo de un extraño período en el que se esperan cambios espectaculares.
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EL LENGUAJE DEL CAMBIO
Era la segunda semana del mes de julio de 1998. Mi esposa y yo acabábamos de regresar de un largo viaje en el que habíamos pasado tres semanas en el Tíbet y cinco en el sur de Perú. Juntos habíamos realizado viajes sagrados a algunos de los lugares más prístinos y aislados de nuestro planeta. El propósito de cada viaje era aportar pruebas claras e importantes de la existencia de una sabiduría antigua perdida para Occidente hace 1.700 años. Al viajar a lugares remotos donde las tradiciones se habían conservado durante cientos de generaciones, tuvimos la oportunidad de hablar con aquellos que hoy en día todavía viven las prácticas. En lugar de especular sobre la validez de los descoloridos textos o traducir los idiomas olvidados de las paredes de los templos, hablamos directamente con los monjes, chamanes y monjas de esas regiones mediante guías, intérpretes y nuestras propias habilidades lingüísticas, hicimos preguntas específicas respecto a las prácticas que tuvimos el privilegio de contemplar.
Aunque veíamos las noticias en las grandes ciudades siempre que podíamos, Melissa y yo estuvimos prácticamente desconectados del «mundo exterior» durante la mayor parte de nuestro viaje. Entré en mi despacho justo cuando el fax empezaba a pitar anunciando la llegada de un- mensaje. Ya había una cascada de papel enrollado que caía al suelo. Me preguntaba qué mensaje podía ser tan urgente como para darnos la bienvenida en nuestro primer día de vuelta.
Tras dejar que las primeras páginas salieran del aparato, las recogí y empecé a ojear los papeles. Había páginas y páginas de información recopilada de una serie de instituciones científicas desde la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA) y del Departamento de Inspección Geológica de Estados Unidos hasta las principales universidades y servicios de noticias. Todas las páginas estaban repletas de tablas, gráficos y estadísticas que documentaban los acontecimientos inusuales que se habían producido en las últimos meses. Aparentemente, los investigadores me habían tenido al comente de los mismos, y dio la casualidad de que yo entraba en mi despacho justo cuando llegaba otra información.
Las primeras páginas describían detalladamente un acontecimiento cósmico de proporciones inauditas. El 14 de diciembre de 1997, los astrónomos detectaron una explosión en la frontera de nuestro universo conocido, la segunda en magnitud después del Big Bang primordial. Tal como se relató en las publicaciones científicas casi siete meses más tarde, los investigadores del Instituto de Tecnología de California certificaban
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que la explosión había durado uno o dos segundos, con una luminosidad idéntica al resto del universo.' Desde la primera explosión, se han descrito otras explosiones de magnitud similar.
También había informes del mes de junio de 1998, en que los científicos habían presenciado dos cometas que colisionaron con nuestro Sol, acontecimiento que nunca se había visto o documentado con anterioridad. Al cabo de unas horas de los impactos se produjo una «espectacular eyección de gas caliente y de energía magnética conocida como eyección de masa de la corona (EMC)».3 Este tipo de llamaradas son los desencadenantes de las grandes alteraciones en el campo magnético de la Tierra, y con frecuencia son las causantes de cortes en las comunicaciones y en el suministro eléctrico en zonas muy extensas. Todavía están frescos en la memoria de muchos científicos los efectos de alteraciones de este tipo que se produjeron en el mes de marzo de 1989, provocadas por llamaradas que superaron en un 50 por ciento los récords anteriores.4'
Las hojas siguientes describían estudios realizados en el mes de abril de 1998, que documentaban lo que muchos ya sospechaban respecto al tiempo y a las temperaturas extremas que se han venido produciendo en los últimos años. Por primera vez, un equipo internacional confirmaba que las temperaturas del hemisferio norte habían subido más en la última década que durante ningún otro período en los últimos seis siglos. Además, los estudios habían revelado que un error en los datos proporcionados por los satélites habían dado lugar a lecturas erróneas sobre las tendencias climáticas en el pasado, enmascarando los signos del aumento de las temperaturas.' Al temerse un aumento similar en el hemisferio sur, los científicos del Centro Nacional de Datos para la Nieve y el Hielo todavía estaban sorprendidos al comprobar con qué rapidez 200 kilómetros cua-drados de masa del hielo de la plataforma Larsen-B se habían desprendido de la Antártida y habían desaparecido de las fotografías del satélite. Todavía intacta el 15 de febrero, once días después había desaparecido, sumergiéndose bajo el agua. El informe reflejaba la preocupación de que toda la plataforma Larsen-B, que cubre más de 10.000 kilómetros cuadrados podría «deshacerse en tan sólo uno o dos años». Estudios adicionales siguieron explicando el significado de tales acontecimientos y calculaban que «el derretimiento del hielo antártico podría elevar el nivel del mar en seis metros».
A principios de 1997, empezó un patrón climático anómalo conocido como El Niño, que causó estragos en las cosechas, la industria y las vidas de cientos de miles de personas a escala mundial. Los informes decían que más de 16.000 personas habían
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muerto en todo el mundo, y que se calculaba que los daños ascendían a 50.000 millones de dólares [casi 10 billones de pesetas]. Los modelos climáticos convencionales fueron incapaces de predecir este patrón, resultado de la ruptura e inversión de las corrientes oceánicas, hasta que ya había comenzado.
Otras hojas indicaban el descubrimiento realizado en 1991, de misteriosas y nuevas señales que se originaban desde el centro de nuestra galaxia,1° y que confirmaban que el polo norte magnético de la Tierra se había desplazado cinco grados desde 1949-1950.1','2 Junto con los artículos había comentarios de investigadores destacados respecto a la aceleración y al aumento de la intensidad del fenómeno. Acontecimientos de años anteriores que muchos vieron como algo aislado y anómalo, como las llamaradas solares a finales de los ochenta, ahora se contemplaban como un peldaño en la escala de estas últimas demostraciones de extremos aún mayores. ¡Todo había ocurrido dentro de una ventana de tiempo de nueve años! Aunque no me sorprendía, sentía respeto por el número de acontecimientos y por su incidencia en un período de tiempo tan breve. Muchos investigadores sospechan que estos extraños cambios físicos puedan indicar el inicio de un catastrófico ciclo de cambio que tantas tradiciones y profecías han predicho.
A simple vista, sin un contexto dentro del cual podamos contemplar estos informes, en el mejor de los casos pueden parecernos aterradores. La variedad de acontecimientos que suceden en tan poco tiempo parece algo más que una mera coincidencia o accidente. Cualquiera de estos acontecimientos garantiza por sí solo la atención de los mejores científicos y de las mayores potencias mundiales. El hecho de que muchos de ellos tuvieron lugar en unas pocas semanas sugiere que pueda estar desarrollándose otro escenario sobre el que todavía no hay nada escrito en nuestros modelos de sociedad y naturaleza.
Muchos estudiosos, profetas contemporáneos y simples profanos creen que estos poderosos ejemplos de extremos naturales y sociales son precursores de los acontecimientos que harán realidad las antiguas profecías de guerra y de destrucción. Sin embargo, las mismas profecías consideradas en su totalidad nos ofrecen un mensaje de muy distinta índole. Las antiguas predicciones, lejos de resultar aterradoras, vistas con los ojos de la nueva ciencia nos dan una autorizada perspectiva de esperanza y nuevas posibilidades.
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LA HISTORIA APUNTA AL PRESENTE
Estaba en un breve compás de espera cuando escuché la voz del técnico por el auricular del teléfono.
-Empezaremos el programa dentro de tres minutos, en una emisora de Idaho, a las 20.30 horas -dijo él.
Siempre me he sentido cómodo en la radio. Sin embargo, sentí una familiar sensación de emoción que me recorrió todo el cuerpo cuando oí la voz del hombre. Sabía que en las tres horas siguientes cualquier cosa que dijera sería escuchada por otras emisoras de todo el país que retransmitirían el programa. Durante meses, a veces años, se me mencionaría por algunas de las afirmaciones que hiciera esa noche. Al mismo tiempo, sabía que el mensaje de esperanza que iba a transmitir en la entrevista ofrecería una nueva perspectiva a los oyentes. Hice una respiración profunda para concentrarme y estar preparado. Era un programa en directo y por lo tanto no había habido ensayos. Lo primero que pensé fue: «¿Cuál será la primera pregunta?».
Como si me hubiera leído el pensamiento, el técnico volvió de pronto a la línea.
-Nos gustaría comenzar evocando tu optimismo. Ante tantas predicciones de caótica destrucción para el final del milenio, ¿por qué eres tan positivo respecto al futuro del mundo?
-Bueno -respondí-. Veo que vamos a empezar por las preguntas fáciles. Nos reímos juntos, liberando de este modo las tensiones de los minutos anteriores. Momentos después la voz del anfitrión del programa inició la entrevista en directo. Rápidamente nuestra conversación hizo que las personas que llamaban preguntaran cuáles eran los retos que se podían esperar en la transición de final de milenio y entrada en el siglo xxi. Aunque las palabras variaban, había un tema común en todas las preguntas: la preocupación sobre cómo afectarían los cambios destructivos a la población humana. Algunas voces temblaban al compartir visiones culturales y personales para el final de siglo. Un anciano amerindio de una tribu que no mencionó, describió unos cambios terrestres específicos que sus antepasados habían dicho que marcarían los últimos de los tres «grandes temblores» sobre la Tierra. Estos incluían terremotos, alteraciones en los
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patrones climatológicos y la caída de ciertos tipos de gobierno. Según la visión de su gente, los cambios profetizados ya habían comenzado.
Escuché detenidamente. A mi entender, todas las personas que llamaban tenían razón respecto a las predicciones y detallaban las profecías justo del modo en que yo también las había escuchado. Pero, al mismo tiempo, las historias eran incompletas. En las visiones de nuestros antepasados, la destrucción catastrófica era la única posibilidad para nuestro futuro. Muchas profecías también indican otra posibilidad. Sin embargo, las visiones de futuros de felicidad y esperanza parece ser que han quedado en el olvido o perdidas por completo a medida que las profecías se transmitían de generación en generación.
El programa se alargó hasta la madrugada del día siguiente. El moderador y yo fuimos recomponiendo un contexto en el cual los extremos de los fenómenos naturales y sociales empezaban a cobrar sentido. Describí una serie de revelaciones recién descubiertas en los textos precristianos. Al verse apoyadas estas tradiciones por las investigaciones recientes, la razón de mi optimismo pronto quedó clara. Mientras nuestros retos pueden parecer más formidables cada día que transcurre, mi fe en nuestra capacidad colectiva para estar por encima de los acontecimientos que nos amenazan no ha hecho más que fortalecerse.
UNA VENTANA HACIA LOS MUNDOS INTERIORES
Para muchos investigadores, los recientes extremos que se han producido en nuestro sistema solar, los patrones climáticos, los cambios geofísicos y los patrones sociales no tienen un marco de referencia en los modelos de comprensión occidentales. Su formación les exige ver los sucesos anormales observados por la ciencia como fenómenos discretos y no interrelacionados, como si fuesen misterios sin contexto. Las tradiciones antiguas e indígenas como las de los amerindios, los tibetanos y las comunidades de Qumrán a orillas del mar Muerto, ofrecen, sin embargo, un contexto que nos permite encontrar un sentido al aparente caos de nuestro mundo. Estas enseñanzas nos proporcionan una visión unificada de la creación y nos recuerdan, nada más y nada menos, que nuestro cuerpo está compuesto por los mismos materiales que la Tierra.
Quizá los antiguos esenios, los misteriosos autores de los manuscritos del mar Muerto, nos ofrezcan algunas de las visiones más claras sobre nuestra relación con el mundo y con las ciencias del tiempo y de la profecía. Esos textos de 2.500 años de antigüedad, apoyados por las modernas investigaciones, sugieren que los hechos que se
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observan en el mundo que nos rodea reflejan el desarrollo de creencias en nuestro interior. Algunos documentos del siglo iv que se conservan en la biblioteca del Vaticano, por ejemplo, nos ofrecen detalles sobre esta relación y nos recuerdan que «el espíritu del Hijo del Hombre fue creado del espíritu del Padre Celestial, y su cuerpo del cuerpo de la Madre. El Hombre es el Hijo de la Madre Terrenal, y de ella el Hijo del Hombre recibió su cuerpo. Eres uno con la madre terrenal; ella está en ti y tú en ella... » (las cursivas son mías).`
Los esenios nos recuerdan, de la única manera que conocían, una relación que ahora la ciencia moderna nos ha confirmado. El aire de nuestros pulmones es el mismo que se desliza sobre los grandes océanos y se precipita a través de los grandes pasos de montaña. El agua, que es la que compone el 98 por ciento de la sangre que corre por nuestras venas, es la misma que una vez fue parte de los grandes océanos y los ríos de las montañas. A través de los escritos de otros tiempos, los esenios nos invitan a que nos veamos uno con la Tierra, en vez de considerarnos como algo separado de ella. Desde esta visión del mundo tan antigua, se nos presentan dos preceptos clave que nos guían a través de los mayores retos de la era moderna.
En primer lugar, nos recuerda que los desequilibrios que se producen en nuestro planeta son reflejos de nuestro estado interior.
Estas tradiciones contemplan la precariedad de nuestro sistema inmunitario y la proliferación cancerosa en nuestro cuerpo, por ejemplo, como la expresión interna de una ruptura colectiva que impide que el mundo exterior nos dé vida.
En segundo lugar, esta línea de pensamiento nos invita a considerar los terremotos, las erupciones volcánicas y los patrones climáticos como proyecciones del gran cambio que está teniendo lugar en la conciencia humana. Está claro que con semejante visión del mundo, la vida es mucho más que una serie de experiencias diarias que suceden al azar. Los acontecimientos que tienen lugar en el mundo son barómetros vivientes de nuestro progreso en un viaje que empezó hace mucho. Cuando miramos nuestras relaciones dentro de los parámetros de las sociedades y de la naturaleza, en realidad estamos siendo testigos de cambios en nuestro interior. Estas perspectivas holistas sugieren que los cambios que se producen en el mundo suponen una oportunidad excepcional para evaluar las consecuencias de nuestras elecciones, creencias y valores de un modo espectacular, como un mecanismo de interacción (feedback), si es que se le puede llamar
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así. Una vez que reconocemos el mecanismo, despertamos a nuevas posibilidades de opciones incluso mayores en nuestra vida.
Estas posibilidades de sanación se han mantenido en secreto en las tradiciones tribales y en las profecías precristianas durante cientos de generaciones. Ante los ojos de quienes han vivido antes que nosotros, nuestro calendario parece estar intacto; ahora ha llegado el momento del gran cambio. Si el mundo exterior refleja realmente nuestras creencias y valores, ¿es posible terminar con el dolor y el sufrimiento en la Tierra si elegimos la compasión y el amor en nuestra vida? Las circunstancias actuales, de placas de hielo que se funden, aumentando peligrosamente el nivel del mar, de aumento en todo el mundo de la actividad sísmica y de una tercera guerra mundial, sólo están en sus comienzos. Llevados a su máxima expresión, cada una de estas posibilidades puede ser considerada como una seria amenaza para la supervivencia de la humanidad. Nuestro mensaje de esperanza es que todavía no se han materializado por completo. La clave para abordar estos acontecimientos se encuentra en el tiempo: cuanto antes reconozcamos nuestra relación con el mundo que nos rodea, nuestras elecciones internas de paz pueden proyectarse como patrones climáticos suaves, la sanación de nuestras sociedades y la paz entre las naciones.
Todavía tenemos la prueba de una poderosa tecnología, olvidada hace mucho tiempo, oculta en las profundidades de nuestra memoria colectiva. Cada día vemos la evidencia de nuestra tecnología, basada en los sentimientos, en la alegría de una nueva vida y un amor duradero, así como en las situaciones que nos alejan de la misma. Es esta ciencia interior la que nos capacita para trascender por medio de la gracia las profecías destructivas de tiempos futuros y los retos de la vida. En nuestra sabiduría colectiva se encuentra la oportunidad de iniciar una nueva era de paz, unidad y cooperación global sin precedentes en la historia de la humanidad.
LA PROFECÍA CUÁNTICA EN LOS DÍAS DE LA ESPERANZA
La ciencia de la física cuántica, desarrollada a principios del siglo xx, aporta principios que hacen que el tiempo, la oración y nuestro futuro estén íntimamente relacionados de modos que sólo estamos empezando a comprender. Entre las fascinantes propiedades de la teoría cuántica está la existencia de muchas posibles consecuencias para un momento dado en el tiempo. Si evocamos el pasaje bíblico de «en casa de mi Padre hay muchas mansiones», la «casa» de nuestro mundo es la sede de muchas de las posibles consecuencias de las situaciones que creamos en nuestras vidas. Más que crear nuestra
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realidad, sería más exacto decir que creamos las situaciones a las que atraemos los futuros resultados, ya establecidos, a ocupar su puesto en el presente.
Las elecciones que realizamos como individuos determinan qué mansión, o posibilidad cuántica, experimentamos en nuestras vidas personales. A medida que nuestras elecciones individuales van cayendo en amplias categorías que afirman o niegan la vida en nuestro mundo, las múltiples opciones se fusionan en una sola respuesta colectiva a los retos del momento. Por ejemplo, si elegimos el perdón, la compasión y la paz, atraeremos futuros que reflejarán esas cualidades. La belleza de la analogía ya citada de Hermes Trismegisto «como arriba, así abajo», es que nos muestra el significado de cada elección que ha realizado cada hombre y cada mujer, de cualquier procedencia, en cada momento. En la ausencia de dinero o de privilegios, todas las opciones tienen la misma fuerza y valor. Seguir nuestro curso por las posibilidades de la vida es un proceso de grupo. En el mundo cuántico no hay acciones ocultas, y cuenta cada acción de cada individuo. Nos encontramos en un mundo que creamos juntos.
Ni las profecías antiguas ni las actuales pueden predecir nuestro futuro; ¡en cada momento perfeccionamos nuestras elecciones! Aunque nos parezca estar en un camino destinado a un resultado específico, nuestro camino puede cambiar radicalmente para producir otro resultado totalmente inesperado (en un período de tan sólo treinta minutos como en el ejemplo del bombardeo de Iraq). Las predicciones sólo ofrecen posibilidades. El físico Richard Feynman, considerado por muchas personas como uno de los más grandes innovadores del nuevo pensamiento desde Albert Einstein, hablaba precisamente de este punto clave de la profecía cuando dijo: «No sabemos cómo predecir lo que sucederá en un momento dado. Lo único que se puede predecir es la probabilidad de que sucedan distintos acontecimientos».14
Quizá los pasajes con más autoridad de nuestros perdidos textos precristianos hagan referencia a una antigua ciencia conocida hoy en día como oración. Considerada por muchos como la raíz de toda tecnología, la oración, que es la unión del pensamiento, el sentimiento y la emoción, representa nuestra oportunidad de hablar el lenguaje del cambio en nuestro mundo y en nuestro cuerpo. Las palabras de otros tiempos nos recuerdan el potencial que la oración puede aportar a nuestras vidas. Las modernas investigaciones, con el lenguaje de nuestra propia ciencia, nos ofrecen las mismas visiones.
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A finales de los ochenta, el efecto de la oración y la meditación masiva se pudo documentar mediante estudios que se realizaron en algunas de las principales ciudades del mundo, donde se pudo medir el descenso del índice de criminalidad ante la presencia de continuas vigilias de paz realizadas por personas preparadas para este fin.` Los estudios descartaron la posibilidad de la «coincidencia» ocasionada por los ciclos naturales, los cambios en la política social o el cumplimiento de la ley. Mientras un estado de calma y de paz se creaba en el seno de los grupos de estudio, los efectos de sus esfuerzos se dejaron sentir mucho más allá de las fronteras de las paredes y de los edificios donde tenían lugar. Mediante una red invisible que parecía impregnar el sistema de creencias, las organizaciones y los estratos sociales de los barrios del centro de las ciudades, la elección de la paz por la que optaron unas cuantas personas alcanzó a la vida de muchas. Había un efecto directo claramente observable y mensurable en la conducta humana que estaba en correlación con los grupos que se habían centrado en la oración y la meditación.
¿Se creó realmente el cambio gracias a aquellos que estaban centrados en la paz, o las vigilias de oración demuestran otra posibilidad, con implicaciones aun mayores, hasta la fecha probadas sólo en los laboratorios? Si las teorías cuánticas mencionadas anteriormente están en lo cierto, entonces por cada acto de delincuencia observado en una ciudad ya existía otra situación en ese mismo momento: otra en la que no existía el delito. Los investigadores llaman a estas posibilidades «superposiciones», pues parecen encubrir una realidad con el resultado de una nueva posibilidad. ¿Existen ciertos tipos de plegaria que atraigan estas superposiciones a ocupar el centro de nuestro presente? Para que esto fuera cierto en los experimentos mencionados, por ejemplo, las situaciones de paz y de delincuencia tenían que existir en el mismo momento, mientras una de ellas cedía el escenario a la otra. Pues, según nuestra forma de pensar, es imposible que dos cosas compartan el mismo lugar a un mismo tiempo; ¿o es posible?
El médico Jeffrey Satinover, en su reciente libro, Cracking the Bible Code, relata una investigación recentísima que plantea justamente esas posibilidades. En uno de estos estudios, dice Satinover, se registraron dos átomos, con propiedades muy distintas, en un acto que desafiaba las leyes de la naturaleza, tal como las entendemos hoy en día. Bajo las condiciones apropiadas, ¡los dos átomos estaban ocupando exactamente el mismo lugar en exactamente el mismo momento! 16 Antes de que estos estudios se hubieron verificado, semejante fenómeno se consideraba imposible. Ahora sabemos que no es así.
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Las situaciones que se produzcan en nuestro mundo, en cualquier momento dado en el tiempo, están formadas por personas, máquinas, la Tierra y la naturaleza. En su plano más elemental, están formadas por átomos. Si dos de los componentes básicos de nuestro mundo pueden coexistir en el mismo instante, entonces se ha abierto la puerta para que muchos átomos hagan lo mismo, lo que implica que lo mismo sucede con los resultados. La diferencia puede ser simplemente de escala.
Con nuestro refinado lenguaje de ciencia cuántica, disponemos del vocabulario para describir justamente cómo participamos en la determinación de una situación de nuestro futuro. Nuestros antepasados, al reconocer que las experiencias de nuestras vidas exis-tían como acontecimientos situados en el curso del tiempo, nos recuerdan que, para cambiar la naturaleza de las mismas, basta con escoger un nuevo rumbo. La diferencia entre esta línea de pensamiento y la idea de que creamos nuestra realidad manipulando la estructura de la creación es enorme, y, al mismo tiempo, extraordinariamente sutil.
En vez de crear o imponer el cambio en nuestro mundo, quizá la antigua clave a la que se referían los maestros del cambio pasivo en la historia fuera nuestra habilidad para cambiar de enfoque. Buda, Gandhi, Jesús de Nazaret y aquellos que participaron en la oración masiva del mes de noviembre de 1998, todos experimentaron el efecto de ese cambio. La física cuántica sugiere que al dar una nueva dirección a nuestro enfoque -allí donde ponemos nuestra atención-, atraemos un nuevo curso de acontecimientos, a la vez que liberamos otro que ya no nos sirve.
Puede que sea esto precisamente lo que ocurrió esa tarde de noviembre en la campaña contra Iraq. Aunque en el pasado la fuerza militar nos sirviera para conseguir nuestras metas políticas, puede que hayamos llegado a un momento en que hemos superado tales tácticas. Por extraño que parezca, la antigua amenaza de destrucción mutua entre potencias con un poder similar ha creado una de las eras de relativa paz más largas que ha conocido nuestro mundo en los últimos años. De todos modos, algo cambió esa noche de noviembre. Con una voz unificada, nuestra familia global eligió concentrar su atención en la superposición de la paz, en lugar de lograr la paz mediante una actuación militar. Aunque los aproximadamente treinta países que participaban en la oración esa noche representaban sólo una pequeña fracción de nuestro mundo, los efectos fueron muy poderosos. Esa noche, no se perdieron vidas en Iraq por los bombardeos. ¿Podría ser que traer paz a nuestras vidas fuera algo tan simple como
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concertar un esfuerzo unificado para concentramos en la paz como si esta ya existiera? Las antiguas tradiciones nos preguntan por qué complicamos las cosas.
VOLVER A ESCRIBIR NUESTRO FUTURO
La membrana entre las posibilidades futuras puede ser tan fina que no podamos reconocer cuándo hemos cruzado la barrera y nos hemos adentrado en un nuevo resultado. Por ejemplo, el «repentino deseo» de hacer ejercicio más a menudo, comer de modo diferente o volver a comprometerse con una relación que se tambalea supone una nueva elección que rompe la estructura de un patrón actual y que promete un nuevo resultado. Aunque podamos sentir que la elección ha sido espontánea o natural, el cambio nos permite ahora experimentar una posibilidad de salud o de una relación que en el pasado sólo era un sueño. La oración es el lenguaje que nos permite expresar nuestros sueños, hacerlos realidad en nuestras vidas. ¿Y si nuestras elecciones fueran intencionadas?
Ahora, quizá más que en ningún otro momento en la historia de la humanidad, la elección está en nuestras manos. Una vez que hemos leído las palabras, reconocido las posibilidades y expuesto nuevas ideas, no podemos regresar a la inocencia del momento anterior. Ante lo que hemos visto, hemos de dar sentido a nuestra experiencia. Podemos olvidar lo que se nos ha mostrado, alegando falta de pruebas o pocos datos, o podemos permitirnos abrazar oportunidad de una nueva vida. El momento en que reconciliamos cada nueva posibilidad es el momento en que empieza la magia; el momento de nuestra elección.
Mientras el mundo da a luz a una nueva Tierra, las mas terrestres, los patrones climáticos, las placas de hielo y los cambios magnéticos son testimonio de los cambios. A la luz de las últimas investigaciones, ¿cuál es el potencial de aplicar la sabiduría de te tos de 2.000 años de antigüedad a escala mundial, para responde a los retos del nuevo milenio con un resultado de sanación, paz y suave transición? La labor ya ha comenzado puesto que la historia señala al presente, a los últimos días de la profecía.
Me has dado a conocer tus más profundos misterios.
LIBRO DE LOS HIMNOS,
MANUSCRITOS DEL MAR MUERTO
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Palabras perdidas de un pueblo olvidado
Más allá de la ciencia, de la religión y de los milagros
Había sucedido muy deprisa. A veces el sentimiento que deja un acontecimiento dura más que el propio acontecimiento. Ese era uno de esos casos. Rebobiné la escena una y otra vez en mi mente. A cámara lenta podía congelar cada imagen. Con el aplomo y la sensación del observador que está a salvo, estudié los detalles en busca de una respuesta, algo en mi mundo conocido que diera sentido a lo que acababa de presenciar.
Sólo unos momentos antes, había reparado en el anciano caballero mientras cruzaba el aparcamiento para dirigirme al restaurante a orillas del mar. Le había visto con una mujer, que supuse que era su esposa, abriéndose paso a través de un pequeño grupo de gente para llegar a la acera de enfrente de la recepción. Los dos habían traspasado las puertas batientes para adentrarse en el tórrido y espeso aire de una noche de verano en la costa de Georgia. Su andador de acero inoxidable precedía cada uno de sus pasos, asegurándole una posición estable desde la cual abordar el siguiente movimiento.
De pronto cambió el ritmo. Inesperadamente había llegado a una curva con un desnivel de unos 15 centímetros respecto al nivel de la acera de la calle. Observé a cámara lenta cómo su andador se tambaleaba con incertidumbre, volcaba y se estrellaba contra el asfalto, todavía caliente por el implacable sol del verano. El hombre, agarrando con confianza las asas de su fiel aparato, cayó encima de él. Yacía inconsciente. Como un observador surrealista, permanecí de pie en la calle sin moverme. En silencio. Observando. El viento parecía engañar a mis oídos trayéndome fragmentos de los aterradores gritos de su esposa. « ¡Socorro! ¡Por favor, que alguien nos ayude! » La fuerza de su voz traicionaba su frágil y delicado cuerpo.
A los pocos segundos yo estaba a su lado. Sin embargo, a pesar de la rapidez con la que me moví, no fui el primero. En mi silenciosa observación no me había fijado en que hubiera alguien más alrededor, ni que nadie se acercara. Había otra mujer, ya arrodillada en el suelo al lado del hombre que se había caído y le había colocado la cabeza en su falda. Una hilera de sangre en forma de zigzag se dejaba ver en la base del cráneo, justo debajo de la oreja. Ella le inclinó suavemente la cabeza para localizar de dónde salía la sangre. A la luz de las tenues luces de la entrada del restaurante, pude ver los pliegues
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de su piel que se superponían entre sí y ocultaban cualquier herida que pudiera estar provocando la hemorragia.
La mujer separó cuidadosamente cada uno de ellos hasta que encontró la herida. La sangre adoptaba un extraño color con el resplandor del vapor de mercurio que desprendía la farola que teníamos encima. Al principio parecía otra capa de piel. Luego pude divisar una zona más oscura, un profundo destello, mientras separaba el pliegue. Sin articular palabra, la mujer tocó el tejido roto y empezó a acariciar la herida como si estuviera acariciando a una mascota. Miré su cara. Tenía los ojos cerrados mientras le inclinaba la cabeza en dirección al cielo. Al ver el incidente desde el restaurante, un grupo de personas se habían reunido a nuestro alrededor. Salvo por un susurro esporádico de alguien que acababa de llegar, nadie dijo ni una palabra. Todo el grupo permanecía de pie sin moverse y en silencio, como si se hubiera acordado una señal silenciosa. Posteriormente, esa misma tarde, algunos de los espectadores dijeron haber experimentado una especie de sentimiento sagrado en aquel momento. Algunos llegaron incluso a sospechar que se estaba produciendo un acto sagrado.
En conjunto, nos quedamos en trance ante lo que vimos. Al principio no estábamos seguros de lo que pasaba. Mientras nuestros sentidos sugerían una cosa, nuestra lógica dictaba otra. Allí, en el mal iluminado aparcamiento de ese pequeño restaurante, pre-sencié lo que la ciencia moderna hubiera calificado de milagro. Ante la mirada de doce testigos o más, mientras la mujer acariciaba silenciosamente la herida en la carne del hombre, la herida empezó a desaparecer. En cuestión de segundos su herida se había cerrado sin dejar ninguna huella de la caída que acababa de sufrir.
Alguien en el restaurante había llamado al teléfono de urgencias y los paramédicos no tardaron en llegar. Cuando sus linternas anunciaban su llegada, el grupo se separó, para que los enfermeros accedieran al pequeño círculo donde el hombre todavía estaba con la cabeza en la falda de la mujer. Todavía abrazando la cabeza y los hombros del anciano, la mujer cedió su sitio al asistente médico sanitario. Nosotros observábamos mientras él examinaba las manchas de sangre de la camisa. Su experiencia le llevó rápidamente a localizar el lugar de la herida en la parte posterior de la cabeza y luego justo debajo de la oreja. Al igual que había hecho poco antes la mujer, el paramédico separó cuidadosamente los pliegues de la piel de donde la sangre se había estancado. Para la sorpresa del paramédico y el asombro de los testigos, no había herida. La sangre parecía sencillamente haber aparecido en un punto del cuello del anciano, haber seguido
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su curso y salpicado el cuello de su camisa. No había rastro de herida, incisión o cicatriz. ¡La sangre, todavía húmeda en la camisa del hombre, parecía no tener fuente! Mientras observaba la escena, me sobrevino la pregunta: «¿Cómo es posible?». Con una ciencia tan avanzada que puede penetrar en el mundo de un átomo y construir máquinas que viajan hasta los límites de nuestra galaxia, ¿por qué esa misma ciencia considera la sanación que acabo de presenciar como un milagro?
LAS PALABRAS PERDIDAS
Aunque en la ciencia de Occidente no tenemos un marco de referencia para tales cosas, estas sí entran dentro del ámbito de las tradiciones indígenas y de los textos antiguos. Además, las mismas tradiciones nos recuerdan que es ahora, durante la convergencia de muchos ciclos de tiempo, cuando reconoceremos la' importancia de semejantes milagros. Cuando contemplamos acontecimientos que están fuera del alcance de la ciencia aceptada, reavivamos el recuerdo de un poder que ha vivido en nuestro interior durante cientos de generaciones. Durante casi dos milenios, nuestro poder ha estado latente, mientras los retos de la historia de la humanidad nos ponían a prueba. Las mismas tradiciones nos sugieren que ahora despertaremos nuestros dones para enfrentamos a retos aún mayores durante nuestra vida. Al hacerlo, abriremos las puertas de una era de paz y de cooperación sin precedentes, a la vez que aseguraremos un futuro a las generaciones que han de venir.
¿Por qué, entonces, suponen los extremos de la naturaleza y la intranquilidad social del mundo actual semejante misterio para la comprensión occidental? Al igual que nuestras explicaciones de los procesos naturales nos han servido hasta ahora, ¿podría nuestro entendimiento ser incompleto? ¿Falta algo? ¿Es posible que en los recovecos de nuestra mente colectiva hayamos perdido el conocimiento que nos permite dar sentido a lo que aparentemente no lo tiene?
En la segunda mitad del siglo xx se han descubierto documentos que aclaran esta pregunta tan común. Los antiguos manuscritos de origen arameo, etíope, copto egipcio, griego y latino apoyan a las tradiciones indígenas e indican con seguridad que la respuesta es «¡sí!».
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UNA TECNOLOGÍA OLVIDADA
Hace mil setecientos años, se perdieron elementos clave de nuestra antigua herencia, al quedar relegados a los sacerdotes, de suyo elitistas, y a las tradiciones esotéricas de aquellos tiempos. En un esfuerzo por simplificar las vagamente organizadas tradiciones históricas y religiosas de su tiempo, en el siglo iv, el emperador romano Constantino formó un consejo de historiadores y eruditos. Lo que posteriormente se conocería como el Concilio de Nicea cumplió sus directrices y recomendó que al menos veinticinco documentos fueran modificados o eliminados de la colección de textos.' El comité consideró que muchas de las obras que estaban revisando eran redundantes, solapaban historias y repetían parábolas. Otros manuscritos eran tan abstractos y en algunos casos tan místicos que se creyó que no tenían ningún valor práctico. Además, otros veinte documentos de apoyo fueron eliminados y quedaron reservados para los investigadores privilegiados y eruditos selectos. Los libros restantes fueron condensados y reestructurados, para darles mayor significado y hacerlos más accesibles al lector común.
Cada una de estas decisiones contribuyó a confundir cada vez más el misterio de nuestro propósito, posibilidades y relaciones mutuas. El fruto de su tarea produjo un único documento en el año 325. El resultado de su labor todavía se encuentra entre nosotros como lo que quizá sean los textos de historia sagrada que más controversias han suscitado. Es lo que en la actualidad conocemos como la Sagrada Biblia.
Mil setecientos años después, las implicaciones de las acciones del Concilio de Nicea todavía continúan moldeando la política, la estructura social, el entendimiento religioso y la tecnología de nuestras vidas. Aunque vivimos en un sofisticado mundo regido por la ciencia, las suposiciones que nos condujeron a nuestros logros técnicos están firmemente enraizadas en nuestras creencias sobre cómo nos relacionamos con el mundo. Esta comprensión, desarrollada hace miles de años, se ha convertido en el fundamento de nuestra ciencia. Por ejemplo, ¿cómo sería la tecnología del petróleo que rige nuestra economía actual, si en su lugar hubiéramos reconocido las leyes de la armonía y conectado nuestras máquinas a la banda de energía de siete centímetros de amplitud que impregna nuestro mundo? Esta tecnología sólo es posible con un sistema de creencias que comprenda las leyes holistas de la naturaleza, los mismos principios que desaparecieron de nuestras tradiciones sagradas hace casi dos milenios. Quizá nuestro
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fallo en reconocer estas relaciones se refleje en una tecnología que cree que hemos de aprovechar quemando o haciendo estallar formas de energía para alimentar energética-mente a nuestro mundo. Estas expresiones exteriores de tecnología pueden estar reflejando nuestro sentido interior de separación.
Es evidente que hace casi dos mil años los miembros del Concilio de Nicea no podían haber previsto estas implicaciones, ni siquiera los traductores de dichos textos cientos de años después. Por ejemplo, una frase atribuida al arzobispo Wake de Canterbury da a entender su inocencia respecto a las correcciones niceas cuando al preguntarle por qué eligió la pesada y aburrida tarea de traducir los textos en lugar de permitirse la libertad creativa de escribir los suyos propios, el arzobispo respondió: «Porque suponía que estos escritos serían mejor aceptados y sin prejuicios por todo tipo dee personas, que cualquier otra cosa escrita por alguien contemporáneo».2 ¿Cómo podían saber los miembros del concilio del siglo iv que el libro que crearon acabaría convirtiéndose en la base de una de las grandes religiones del mundo?
Últimamente se han recuperado, traducido y puesto a disposición del público documentos personales y bibliotecas enteras que se habían perdido tras la muerte de Cristo. Que yo sepa no existe una sola recopilación que contenga toda la información, puesto que las traducciones son producto de distintos autores que han trabajado en distintos idiomas en el transcurso de los siglos. Sin embargo, esporádicamente han traducido textos en bloque. Gracias al trabajo de los eruditos modernos, una de esas recopilaciones de libros bíblicos perdidos se publicó a principios del siglo xx.' Entre los documentos identificados como suprimidos de nuestra Biblia moderna se encuentran estos libros:
Bernabé Maria
Clemente I Magnesios
Clemente II Nicodemo
Cristo y Abgaro Pablo y Séneca
El credo de los apóstoles Pablo y Tecla
Hermas I-Visiones Filipenses
Hermas I1-Mandatos Filadelfos
Hermas III-Similitudes Policarpio
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Efesios Romanos
Infancia I Trallanos
Infancia II Correspondencia entre Herodes y Pilatos
A continuación expongo un resumen parcial de los textos complementarios eliminados durante las revisiones del siglo iv. Estos textos normalmente quedaron reservados para los eruditos.'
El libro primero de Adán y Eva Símeón
El libro segundo de Adán y Eva Leví
Los secretos de Enoc Judá
Los salmos de Salomón Izacar
Las odas de Salomón Zabulón
El libro cuarto de los Macabeos Dan
La historia de Ajícar Neftalí
El testamento de Rubén Gad
Aser Benjamín
José
Las consecuencias de eliminar, o en algunos casos de alterar, estos 41 libros, y posiblemente algunos más, que describían nuestra herencia y relación con el cosmos, todavía deja notar sus efectos. La ausencia de estos textos clave podría explicar la sensación que muchas personas han expresado de que nuestros textos bíblicos están desperdigados e incompletos. Tanto para los investigadores serios como para los historiadores aficionados la existencia de estos documentos les devuelve un sentido de solución de incógnitas. Como si fuera un misterio moderno, es ahora, casi después de haber transcurrido dos mil años de su desaparición de nuestra literatura abierta, cuando podemos completar nuestra historia.
Mientras cada uno de los libros perdidos contribuye a que comprendamos nuestro pasado, hay unos que tienen mayores consecuencias que otros. Entre los más significativos están aquellos que describen las vidas de las personas que el tiempo ha
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hecho que veamos como más que humanas por sus logros. El Libro de María, la madre de Jesús, es uno de esos ejemplos. Durante siglos los eruditos han especulado sobre si María desempeñó un papel mucho más significativo en la vida de Jesús que el que podemos ver en las descripciones abreviadas de su vida que aparecen en nuestra Biblia moderna. Gracias al libro que lleva su nombre, podemos conocer la herencia y los valores familiares que condujeron a Marta a su función de madre de Jesús. En los textos posteriores al Libro de María, se nos muestra cómo ella guió a su hijo, inculcándole los valores que le concederían sus dones de sanación y de profecía para servir mejor a la humanidad y en el más allá.
Los padres de María, por ejemplo, eran descendientes del linaje de David, una de las primeras tribus de Israel. Su padre y su madre, Joaquín y Ana, llevaban casados aproximadamente unos veinte años antes de concebir a su primera y única hija. El espíritu de María entró en el útero de Ana tras un sueño que tanto ella como Joaquín compartieron desde distintos lugares, en la misma tarde. En la presencia de un «ángel del Señor», aceptaron el voto de que su hija sería «entregada al Señor desde su infancia y llena del Espíritu Santo desde el útero materno».' El nombre de su hija sería María, y debido a su pureza sería apta para aceptar una inusual concepción a los catorce años. Otros libros adicionales siguen describiendo el tiempo que transcurrió hasta el nacimiento de Jesús e inmediatamente después, así como los milagros que no se habían contado que realizó durante su infancia.
Quizá los Libros de Adán y Eva ofrezcan algunas de las visiones más importantes acerca de nuestro papel en la historia y nuestras creencias actuales. El Libro primero de Adán y Eva comienza después de la Creación, con una descripción de la localización del «jardín», que se supone que es el jardín del Edén. Creado «al este de la Tierra», el jardín estaba situado «en la frontera al este del mundo, en dirección hacia la salida del sol, más allá de la cual lo único que hay es agua, que rodea todo el mundo y llega hasta las fronteras del cielo. Y al norte del jardín hay un manantial de agua, clara y pura para el paladar, más que ninguna otra cosa».6
Al cabo de un tiempo, cuando Adán y Eva fueron expulsados del jardín, se les dio un extraño horario que describía la duración de su exilio, extensible a todos sus descendientes, hasta un momento específico en el tiempo. En lo que sería la primera de las grandes profecías, su Creador les dice a Adán y Eva que «he dispuesto esta tierra donde pasaréis días y años, y tú y tus simientes morarán y caminarán por ella hasta que
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los días y los años se hayan cumplido». Este tiempo del cumplimiento se prevé para después de los «grandes cinco días y medio», definidos más adelante como «cinco mil quinientos años». Será entonces, al final de un gran ciclo de tiempo, que «Alguien vendrá y salvará» a Adán y sus descendientes.
Durante casi dos mil años hemos especulado sobre el tiempo perdido y los evidentes vacíos en los textos bíblicos. Ahora la recuperación de los libros perdidos de la Biblia han aclarado preguntas y posiblemente hayan abierto la puerta a otras aun mayores respecto a nuestra comprensión del mundo. Lo que sabemos es que, en el mejor de los casos, nuestra visión e interpretación de la historia, así como nuestro papel en la creación, es incompleto. ¿Es posible que los propios fundamentos de nuestra sociedad y cultura, nuestro lenguaje, religión, ciencia, tecnología, e incluso el modo en que nos amamos unos a otros, se basen en un entendimiento incompleto de nuestra historia más sagrada y antigua? ¿Qué es lo que hemos olvidado de nuestra relación con las fuerzas del mundo que nublan nuestra comprensión de la sanación que tuvo lugar en el aparcamiento del restaurante esa tarde en Georgia? Quizás el vacío en nuestro entendimiento pueda ser llenado al fin, gracias a las nuevas revelaciones de una sabiduría que supone la base de una de las religiones más importantes del mundo: las enseñanzas de los antiguos esenios.
LOS MISTERIOSOS ESENIOS
Quinientos años antes del nacimiento de Cristo, un misterioso grupo de eruditos formaron comunidades para practicar una antigua enseñanza cuyo origen se remontaba a tiempos anteriores a la historia tal como nosotros la conocemos. Denominados todos ellos esenios, en realidad eran varias sectas entre las que se incluían los nazireos y los ebionitas. Los eruditos romanos y judíos se referían a los esenios como «una raza en sí misma, que sobresalía más que ninguna otra en el mundo».' En los escritos antiguos se encuentran fragmentos de sus tradiciones, como los glifos sumerios, que datan del 4000 a.C. En este antiguo linaje de sabiduría se pueden encontrar elementos de prácticamente todos los sistemas de creencias importantes del mundo, incluyendo los de China, Tíbet, Egipto, India, Palestina, Grecia y el sudoeste americano. Además, muchas de las grandes tradiciones del mundo occidental tienen sus raíces en el mismo tronco de información, entre las que se encuentran los masones, los gnósticos, los cristianos y los cabalistas.'
También conocidos como «los elegidos» y «los escogidos», los esenios fueron el primer pueblo que condenó abiertamente la esclavitud, el uso de sirvientes y matar a los
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animales para comer. Dado que veían el trabajo físico como una comunión con la tierra, eran agricultores y vivían cerca de los campos que los alimentaban. Los esenios consideraban la oración como el lenguaje a través del cual honraban a la naturaleza y a la inteligencia creativa del cosmos; no hacían diferencias entre ambos. Oraban con regularidad. La primera oración del día tenía lugar al levantarse en la oscuridad anterior al alba para ir a trabajar al campo. A continuación oraban antes y después de cada comida, y luego una vez más al retirarse al final del día. Consideraban su práctica de orar como una oportunidad de participar en el proceso creativo de sus vidas, en lugar de un ritual estructurado que se había de realizar durante el día.
Vegetarianos estrictos según las pautas actuales, las comunidades esenias se abstenían de comer carne fresca, alimentos derivados de la sangre y líquidos fermentados. Quizás una de las explicaciones más claras de su dieta se pueda encontrar en el siguiente pasaje de los manuscritos del mar Muerto: «No mates el alimento que te llevas a la boca. Pues si comes alimento vivo, este te dará vida, pero si matas tu comida, el alimento muerto también te matará. Pues la vida sólo procede de la vida, y la muerte siempre viene de la muerte. Todo aquello que mate tus alimentos, también mata tu cuerpo».9 Su estilo de vida les permitía llegar a edades avanzadas, hasta los 120 años o más, con vitalidad y mucha resistencia.
Los esenios eran meticulosos eruditos, registraban y documentaban sus tradiciones para unas generaciones futuras que sólo podían imaginar. Puede que el mejor ejemplo de su obra se encuentre en las bibliotecas ocultas que dejaron por todo el mundo. Al igual que cápsulas del tiempo metódicamente situadas, sus manuscritos proporcionan instantáneas del pensamiento de un pueblo antiguo y de una sabiduría olvidada. ¿Cuál es su mensaje para nosotros?
LOS MANUSCRITOS DEL MAR MUERTO
Una de las bibliotecas esenias más accesibles y polémicas fue descubierta escondida entre las olvidadas cuevas del área de Qumrán, en las alturas frente al mar Muerto. Se cree que los documentos ocultados por seguridad, conocidos en su conjunto como manuscritos del mar Muerto, ascendían casi a mil. Tras el descubrimiento inicial de los manuscritos por tribus beduinas en 1946-1947, no se verificó su antigüedad hasta la primavera de 1948. Durante ese tiempo los especialistas de la Escuela Estadounidense para la Investigación de Oriente confirmaron la antigüedad de los siete primeros manuscritos. Manual de disciplina, Leyendas de los patriarcas, Salmos de acción de
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gracias, Comentario de Habacuc, Manuscrito de la guerra y el Libro de Isaías (dos copias), se calculó que habían sido escritos cientos de años antes que ningún otro texto hallado en Tierra Santa. En 1956, se habían descubierto un total de once cuevas. En su conjunto albergaban los restos de aproximadamente 870 manuscritos, compuestos de 22.000 fragmentos de papiro, pergamino y rollos metálicos. Un yacimiento por sí solo, la cueva número cuatro, contenía aproximadamente 15.000 fragmentos, la reserva más extensa desenterrada hasta la fecha.
La traducción y la publicación de los manuscritos ha estado sometida a grandes controversias durante más de cuarenta años. Hasta hace poco el acceso a la biblioteca del mar Muerto estaba limitado a un equipo de ocho eruditos. No fue hasta la década de los noventa, a raíz de la presión política y académica, que el contenido de la biblioteca de manuscritos de las cuevas de Qumrán fue puesto al alcance del público. En 1991, la Biblioteca Huntington del sur de California anunció que se hallaba en posesión de un juego completo de fotografías de los manuscritos del mar Muerto y que este se pondría a disposición del público. Emanuel Tov, responsable del equipo oficial de los manuscritos, siguió el ejemplo y en el mes de noviembre del mismo año anunció el «libre e incondi-cional acceso a todas las fotografías de los manuscritos del mar Muerto, incluyendo rollos que no se habían dado a conocer»10
La todavía actual controversia sobre los rollos nos invita a plantearnos la misma pregunta, una y otra vez. ¿Qué mensaje podría contener un texto de dos mil años de antigüedad, que provocara su secreto durante casi medio siglo después de su descubrimiento? ¿Qué debían decir estos 22.000 fragmentos de cobre, cuero y papiro que pudiera causar impacto en nuestra vida actual?
Una de las razones para el retraso de la publicación de las traducciones de los manuscritos es que estos parecían ser versiones anteriores de nuestra Biblia moderna. Por fascinante que pueda resultar al principio este descubrimiento, el problema se encuentra en las discrepancias entre los textos originales transcritos por los esenios y las biblias aceptadas hoy en día. Los documentos hallados en las cuevas del mar Muerto no fueron sometidos a las revisiones del concilio de Nicea del siglo iv, a las traducciones a las lenguas de Occidente o a la interpretación de los eruditos durante los últimos dos mil años.
En los manuscritos hay historias, parábolas y una historia que no se había vuelto a ver desde que fue eliminada de la versión canónica de nuestra Biblia a principios del siglo
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iv. Escritos en hebreo y arameo, incluyen textos que se dice que, en algunos casos, procedían de los propios ángeles. Además, la biblioteca contiene aspectos poco corrientes de las vidas de algunos profetas como Enoc y Noé, y de al menos doce textos desconocidos anteriormente escritos por Moisés. Ninguno de estos documentos se encuentra en nuestra Biblia. Es evidente que los manuscritos de las cuevas de Qumrán no han hecho más que empezar a abrir la puerta a nuevas posibilidades en nuestras relaciones con nuestro pasado colectivo y entre nosotros.
LOS SECRETOS DE LOS ESENIOS
Un extracto de los manuscritos del mar Muerto nos aclara por qué los antiguos esenios se separaron de las zonas urbanas de su tiempo y formaron comunidades en el desierto: «Siempre han vivido los hijos de la luz donde se regocijan los ángeles de la madre terrenal:' cerca de los ríos, de los árboles, de las flores, de la música de los pájaros, donde el sol y la lluvia pueden abrazar al cuerpo que es el templo del espíritu»." La naturaleza y las leyes naturales eran la clave de la forma de vida de los esenios. Se puede hallar la vía para comprender su visión del mundo en sus creencias respecto a la relación entre el cuerpo humano y los elementos de la Tierra.
Para los esenios de Qumrán, la palabra ángel describía los elementos del mundo que hoy vemos como fuerzas eléctricas y magnéticas. Algunas fuerzas eran visibles y tangibles, mientras que otras eran etéricas, aunque estaban igualmente presentes, por ejemplo, una referencia al «ángel de la tierra» puede incluir al ángel del aire y a los del agua y de la luz. Las fuerzas de la emoción y la conciencia también eran consideradas como ángeles, como los ángeles del júbilo, del trabajo y del amor. Estas revelaciones del pensamiento de los esenios nos permiten ver sus palabras 2.500 años después con una nueva esperanza y comprensión.
En el lenguaje de su tiempo, los autores de los manuscritos del mar Muerto ofrecían una visión del mundo que tiene en cuenta una relación holista y unificada entre la Tierra y nuestros cuerpos. Mediante palabras elocuentes y poéticos recordatorios, los textos de Qumrán nos recuerdan que somos el producto de una unión muy especial, un matrimonio sagrado entre el alma de los cielos y el tejido de nuestro mundo. El principio afirma que todos sin excepción formamos parte de todo lo que vemos como nuestro mundo, y que estamos íntimamente interconectados dentro del mismo. Mediante hilos invisibles y cuerdas interminables, somos parte de cada una_ de las expresiones de la vida. Cualquier roca, árbol y montaña, cualquier río y océano forma parte de nosotros. Quizá lo
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más importante sea que a ti y a mí nos recuerdan que ambos formamos parte el uno del otro.
Las tradiciones esenias hacen referencia a esta unión como a la de «nuestra Madre Tierra» y «nuestro Padre en el Cielo»: «Pues el espíritu del Hijo del Hombre fue creado del espíritu del Padre Celestial, y su cuerpo del cuerpo de la Madre Terrenal. Tu Madre está en ti y tú en ella. Ella te dio a luz: ella te da la vida. Fue ella quien te dio tu cuerpo... como el cuerpo de un recién nacido nace del útero de su madre»." Nosotros somos la unión asexuada de estas fuerzas, la masculina de «nuestro Padre en el Cielo» fusionada con la femenina de «nuestra Madre Tierra».
Esta visión unificada nos invita a considerar que a través del hilo común que une nuestros cuerpos con la Tierra, las experiencias de una persona se proyectan en otra. Mientras se honre al matrimonio, la unión entre la Tierra y el espíritu continúa y el tierno templo de nuestro cuerpo seguirá viviendo. Cuando se rompe el acuerdo, finaliza la unión, nuestro templo muere y las fuerzas de la Tierra y el espíritu regresan a sus respectivos lugares de origen.
La sabiduría esenia, con estos sutiles conceptos, se encontraba entre la inconexa colección de textos que formarían nuestras tradiciones bíblicas actuales. Esos mismos textos, entre otros documentos, fueron eliminados por el Concilio de Nicea en las revisiones realizadas en el siglo iv. La elegante simplicidad que conecta las grandes enseñanzas de los esenios con elementos significativos de nuestras vidas actuales fue redescubierta -conservadas en muy buen estado- en las grandes bibliotecas de la casa de los Habsburgo alemanes y de la Iglesia Católica. Los manuscritos del Vaticano, que habían sido guardados durante más de 1.500 años, fueron esenciales entre todos los documentos que condujeron a Edmond Bordeaux Szekeley a publicar traducciones revisadas de estos extraordinarios textos esenios. En 1928 publicó el primero de una serie de trabajos que se conocerían como El evangelio esenio de la paz, donde se ofrecían nuevas revelaciones y un renovado respeto por este linaje de sabiduría que precede a casi todas las grandes religiones de la actualidad.
LA BIBLIOTECA DE NAG HAMMADI
Dos años antes del descubrimiento de los manuscritos del mar Muerto ya se había descubierto otra biblioteca de sabiduría antigua, que cambiaría para siempre nuestras ideas sobre el cristianismo primitivo. En Nag Hammadi, perteneciente a la región del Alto
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Egipto, dos hermanos hallaron, en el mes de diciembre de 1945, una colección de manuscritos. Enterrados en una jarra sellada, los textos se componían de doce manuscritos completos y ocho páginas de un decimotercero, todos ellos escritos sobre un papel antiguo hecho de tiras de papiro. Toda la colección de documentos se conoce como la biblioteca de Nag Hammadi, y actualmente se conserva en el Museo Copto de El Cairo, Egipto. La biblioteca de Nag Hammadi pasó por un sinfín de manos antes de que sus volúmenes fueran reconocidos, autentificados e introducidos en los registros del museo el día 4 de octubre de 1946. Aunque algunos manuscritos fueron destruidos al ser utilizados como combustibles para los hornos de la región, los que han sobrevivido lo han hecho en un sorprendente estado de conservación, y nos ofrecen revelaciones nuevas, y en algunos casos, inesperadas sobre las tradiciones de los antiguos gnósticos y los primeros cristianos.
La biblioteca de Nag Hammadi, que data del siglo iv, se inicia aproximadamente cuando los manuscritos del mar Muerto quedan relegados. Nunca antes habíamos visto semejante continuidad en las enseñanzas espirituales y religiosas del cristianismo primitivo, que incluyera su visión de nuestro tiempo mediante la profecía del futuro. Las tradiciones gnósticas se originaron en una época en que las primeras doctrinas cristianas estaban siendo remodeladas e iban a adoptar una nueva identidad. Los gnósticos se identificaban con las enseñanzas primordiales del cristianismo, en su forma original, y eligieron separarse, en lugar de seguir la comente de cambio que la tradición cristiana estaba llevando a cabo desde su base original de creencia. Cuando el imperio romano se convirtió al cristianismo convencional, los gnósticos fueron los primeros relegados a la categoría de secta radical, y al final fueron totalmente excluidos del cristianismo. Libros como el Evangelio de María, el Apocalipsis de Pablo, el Apocalipsis de Santiago y el Apocalipsis de Adán, así como el Libro de Melquisedec han llegado a nuestros días como un testamento de la sabiduría gnóstica de enseñanzas poco comunes conservadas para generaciones futuras.
El apocalípsís de Adán
Puesto que el gnosticismo reconocía haberse originado dentro de las tradiciones del cristianismo primitivo, muchos de los textos gnósticos tienen sus homólogos en las historias, los mitos y las parábolas de los primeros textos cristianos. Cabe destacar entre los documentos de Nag Hammadi este extraño texto del Apocalipsis de Adán. Este libro, recopilación de enseñanzas de inspiración y transmisión divina, es el relato del Adán que
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encontramos en el Génesis. Lo que hace único al Apocalipsis de Adán es su aparente ausencia de cualquier relación con otro material anterior. Según parece, este texto en particular ya estaba completo y bien establecido como una forma temprana de gnosticismo mucho antes de la literatura cristiana.
Adán comienza su relato describiendo la presencia de tres visitantes del cielo, guías que le acompañaron en sus visiones de los futuros de la humanidad. Poco antes de su muerte, le dictó sus revelaciones a su hijo, Set. Al igual que con las enseñanzas del pro-feta Enoc, que dictó los secretos de la creación a su hijo Matusalén, cuando ya tenía una edad avanzada, los textos empiezan con Adán que enseña a su hijo «a los setecientos años... ».13 Tras un breve resumen de su vida con Eva, madre de Set, Adán comparte sus visiones de acontecimientos que todavía han de suceder. «Ahora bien, Set, hijo mío, te voy a explicar las cosas que esos hombres que he visto ante mí me han revelado... » 14 Adán le habla del gran diluvio de Noé, que todavía había de llegar, con todos los detalles sobre su familia y el arca que les salvará la vida.
Quizá la más significativa de las revelaciones de Adán sea la descripción de un salvador al que él denomina el «Luminar». Adán habla de una tierra constantemente azotada por las inundaciones y los incendios hasta que el Luminar aparezca por tercera vez. Tras su aparición, las grandes potencias del mundo cuestionarán con incredulidad su poder, autoridad y facultades. A través de una serie de trece escenarios, Adán describe trece reinos que identifican falsamente la procedencia del Luminar, con orígenes tan variados como «dos luminares», «un gran profeta», «el león que está debajo...». Es una generación futura «sin rey» la que identificará correctamente los orígenes del Luminar como alguien escogido por la divinidad de entre todos los tiempos, pasados y futuros, y lo traerá al presente: «Dios le eligió a él entre todos los eones. Generó el conocimiento del impoluto sobre la verdad que llegaría a habitar en él».15 Estos textos ofrecen claramente nuevas perspectivas y revelaciones renovadas sobre los detalles fragmentados que suelen quedar en las versiones «autorizadas» de nuestra antigua herencia.
El trueno: mente perfecta
Quizá la más poderosa de las obras de Nag Hammadi sea un singular texto escrito por una mujer de la tradición gnóstica, titulado El trueno: mente perfecta. Según las palabras de uno de los traductores de los textos, George W MacRae, esta obra es «prácticamente única y muy extraordinaria en la biblioteca de Nag Hammadi».16El manuscrito está escrito en primera persona en forma de diálogo, donde la autora anónima
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proclama haber experimentado muchas de las dicotomías de la experiencia humana. «Pues yo soy la primera y la última. Soy la respetada y la despreciada. Soy la ramera y la santa. Soy la esposa y la virgen. Soy la estéril y muchos son sus hijos.» 17
Mediante series de palabras que nos recuerdan la poesía encontrada en los manuscritos del mar Muerto, ella nos recuerda que dentro de cada persona se hallan posibilidades para todo tipo de experiencias, desde la luz más brillante hasta la más negra oscuridad. Luego prosigue con un verso final en el que adviene a los lectores que recuerden que cuando los seres humanos vayan a su lugar de descanso: «Allí me encontrarán y vivirán, y jamás morirán».18
El evangelio de Tomás
Uno de los textos más polémicos de Nag Hammadi es el documento conocido como el Evangelio de Tomás. Al menos una parte de este manuscrito se ha comprobado que fue traducido del griego al egipcio copto, el lenguaje que usaban los cristianos en los monasterios de Egipto a principios del primer milenio. El Evangelio de Tomás es una rara colección de dichos, parábolas, historias y citas directas de Jesús, que se creía que había sido recopilada por el hermano de Jesús, Dídimo Judas Tomás. Es el mismo Tomás que posteriormente fundaría las iglesias cristianas de Oriente.
Partes de este evangelio son muy similares al manuscrito llamado Evangelio Q,19 un manuscrito fuente que se supone del siglo I. Los textos «Q» -así llamados por la inicial de la palabra alemana Quelle, que significa «fuente»-, son los que los autores del Nuevo Testamento utilizaron como referencia. Sin embargo, hay muchas partes del Evangelio de Tomás que no se encuentran en el Evangelio Q, lo que da a entender que es una fuente independiente que puede confirmar y validar otros textos que datan de la misma época.
Las palabras del Evangelio de Tomás son algunas de las más místicas de los textos gnósticos. Al mismo tiempo, ante el rico contexto que proporcionaron los manuscritos del mar Muerto, esas mismas palabras adoptan un nuevo significado y ofrecen una nueva comprensión. Por ejemplo, en respuesta a una pregunta de sus discípulos respecto a su destino final en el mundo, el Evangelio de Tomás recoge que Jesús explicó una parábola: «Pues hay cinco árboles en el paraíso para vosotros que permanecen inmutables en invierno y en verano, cuyas hojas no caen. Quienquiera que los conozca no experimentará la muerte».20 Ante la ausencia de un marco de referencia para los «cinco árboles», estas palabras ofrecen poco más que un proverbio místico sobre el que reflexionar. Sin embargo, dentro del contexto ofrecido por los ángeles de la vida esenios,
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estas palabras se convierten en la fuente de confirmación de la ciencia antigua de la vida eterna: las cinco claves de pensamiento, sentimiento, cuerpo, respiración y alimento. Los textos, al confirmar que Jesús era un maestro de las tradiciones esenias, prestan credibilidad adicional a la interpretación de esta referencia mística para la vida eterna.
MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA, LA RELIGIÓN Y LOS MILAGROS
Los mismos textos que conservaban las profecías sugieren que es posible transmutar tales predicciones de cambios catastróficos, incluso las que parecen inminentes. Textos como los Evangelios esenios y la biblioteca de Nag Hammadi describen una sabiduría que nos permite reunir nuestras visiones que afirman la vida en una voluntad colectiva para remodelar nuestro futuro. Al hacer esto, volvemos a definir las antiguas visiones que hablan de la elevación del nivel del mar, devastadores terremotos, llamaradas solares que ponen en peligro la vida y la amenaza de una guerra mundial.
Por diferentes que en algunos aspectos nos puedan parecer los detalles de nuestra herencia perdida, hay temas comunes que conectan los textos con una significativa fuente de conocimiento para nuestros días. Mediante la sabiduría que antecede a la historia, se nos recuerda que las opciones personales de reafirmar la vida en el mundo de nuestros pensamientos, sentimientos y emociones se reflejan como tiempos de paz y de perdón en el mundo colectivo de nuestras familias y comunidades. Del mismo modo, las elecciones que nieguen el regalo de la vida en nuestros cuerpos se reflejan como desasosiego, opresión y guerra en nuestras ciudades, gobiernos y naciones. Una vez más se nos invita a recordar que el mundo interior y el exterior son un reflejo el uno del otro. La simplicidad que encierra este único recuerdo es la que hace que los milagros, como la sanación que he explicado al principio de este capítulo, sean un hecho y no una probabilidad.
Quizá de los elementos que se perdieron en las revisiones y recortes del Concilio de Nicea en el siglo iv, las ciencias de la profecía y de la oración sean los que más poderes pueden conferimos. Consideradas por muchos como las más antiguas de todas las cien-cias, estas tecnologías internas representan nuestra oportunidad para primero identificar las futuras consecuencias de nuestras decisiones actuales y luego escoger nuestro futuro con seguridad y confianza.
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Aquí leo lo que siempre ha sido, lo que era ahora y lo que podría llegar a pasar.
EL EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ
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Las profecías
Visiones silenciosas de un futuro olvidado
Prácticamente todas las tradiciones del mundo que cuentan con siglos de antigüedad nos recuerdan que nuestra época no es un momento ordinario en la historia de la humanidad sobre la Tierra. Los que vivieron antes que nosotros nos legaron sus mensajes proféticos cifrados en sus textos sagrados, tradiciones orales y en los sistemas de cronometría. Sus mensajes, escritos para unas personas de las que sólo podían conocer su existencia en sueños, mantienen vivo el recuerdo de visiones, que en algunos casos preceden a los primeros momentos de nuestra historia escrita. Con el tiempo, los temas de sus visiones se han incorporado a una gran variedad de tradiciones religiosas y prácticas espirituales. Por dispares que puedan parecer, las huellas de las similitudes en dichas tradiciones nos ofrecen claves para descifrar el sentido que esas palabras sacras tienen hoy para nosotros. Sólo recientemente, con la ayuda de los ordenadores y otras ciencias del siglo xx, se han podido confirmar y autentificar las referencias de las antiguas visiones respecto a un tiempo futuro.
LOS GUARDIANES DEL TIEMPO: LOS MISTERIOSOS MAYAS
A medida que nos acercamos a los albores del siglo xxi, uno de los misterios de nuestro pasado, el de los maya, todavía está por resol ver. Casi con la misma rapidez que hicieron su aparición en las remotas áreas de la península del Yucatán, hace aproximadamente 1.500 años, estos arquitectos de templos masivos y observatorios celestiales de pronto se esfumaron alrededor del 830. Además de sus inmensas plazas y torres de piedra desperdigadas, nos dejaron pistas de su pasado, y quizá de nuestro futuro, en sus inigualables cálculos del tiempo.
El calendario de los mayas puede que sea uno de los sistemas más antiguos y sofisticados de medir el tiempo conocidos por la humanidad. Hasta la llegada de nuestros relojes atómicos, basados en la vibración del átomo de cesio, el calendario maya rivalizaba en precisión con cualquier otro sistema de medir el tiempo conocido hasta el siglo xx. Hasta la fecha, los descendientes de los antiguos mayas calculan el tiempo y determinan la fecha correcta mediante un sistema que, según los expertos, «no se ha saltado ni un día en, más de veinticinco siglos».' Al reconocer la naturaleza como ciclos recurrentes de acontecimientos, el
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calendario maya refleja que ese' pueblo entiende el tiempo como un sistema de períodos que se entremezclan.
En el sistema de medición del tiempo maya era esencial un cálculo de 260 días denominado tzolhin o «calendario sagrado». Común a otras tradiciones mesoamericanas, el tzolhin se crea como una interconexión entre veinte días designados y un cálculo basado en el número trece (es decir, 20 meses de trece días). Los mayas, sin embargo, llevaron su cronometría aún más lejos. Entremezclado con un calendario de 365 días denominado «año vago», progresaban los dos ciclos de tiempo como los engranajes de dos ruedas, hasta que se producía la extraña concurrencia de que un día del calendario sagrado coincidía con el del calendario vago. Eso marcaba el fin de un ciclo de 52 años; ese día, que era muy celebrado, definía un período de tiempo aún más extenso. El «gran ciclo» de los 5.200 años anteriores era medido como 100 ciclos de 52 años. Según estos cálculos y las tradiciones de los propios sacerdotes del calendario maya, nuestro último gran ciclo empieza en los tiempos bíblicos de Moisés, en el 3114 a.C., y termina en el 2012.
Las visiones mayas sobre nuestro futuro están íntimamente relacionadas con su sistema de medir el tiempo. Los antiguos profetas sugieren que los ciclos del tiempo tienen características únicas que se basan en una «gran ola» que viaja periódicamente por el cosmos. Mientras la ola se riza durante la creación, su movimiento sincroniza la vida y las fuerzas de la naturaleza en ciclos. El final de nuestro ciclo actual se considera especialmente significativo tanto para la Tierra como para la humanidad.
El doctor José Argüelles, reconocido experto en la cosmología maya, sugiere que el actual subciclo de veinte años, que empezó en 1992, marca «el surgimiento de tecnologías no materialistas y ecológicamente armónicas... apoyadas por una nueva sociedad mediárquica de información descentralizada ...».2 Los mayas ancianos de nuestros días creen que el cierre de este gran ciclo milenario tendrá lugar en nuestra generación, en el año 2012, lo cual ya se había predicho hace tres mil años. Ven este momento único como la culminación de un ciclo y el nacimiento de una época de cambios extraordinarios. El doctor Argüelles, al hacer referencia a atributos específicos asignados a los ciclos, evoca las creencias mayas cuando sugiere que, con la convergencia de los ciclos mayas, se cumplirá nuestro propósito de «reunir toda la mente de la Tierra... y sellarla con una armonía de simiente estelar».'
De modo similar, las tradiciones aztecas del centro de México siguen los grandes períodos de la historia de la Tierra con sus ciclos denominados «soles». Su historia les
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habla de una época del primer Sol, denominada Nahui Ocelotl, cuando nuestro mundo estaba habitado por gigantes que vivían sobre la tierra. Si evocamos las referencias bíblicas a un mundo similar, nos encontramos con que el preniceano Libro de Enoc describe los días en que «las mujeres que concebían sólo parían gigantes, cuya estatura era de 300 codos [unos 150 metros]. Estos devoraban todo lo que producía el trabajo de los hombres hasta que fue imposible alimentarlos ...».4 Este período concluyó cuando el reino animal conquistó al reino humano.
El segundo Sol o siguiente gran ciclo, denominado Nahui Ehecatl, tiene lugar cuando los seres humanos empezaron a cultivar y a cruzar las plantas. Este período culminó con un gran viento que barrió la superficie de la Tierra, arrasando todo lo que encontró a su paso.
Durante el tercer Sol, Nahui Quiauhuitl, los pobladores de la Tierra construyeron grandes templos y ciudades. Se dice que grandes grietas y una «lluvia de fuego» puso fin a este ciclo. En los registros geológicos podemos ver que, de hecho, hubo un tiempo en que partes de la Tierra estuvieron cubiertas de fuego. Se cree que fue debido a la colisión de un objeto, posiblemente un asteroide, hace casi 65 millones de años. El final del cuarto Sol, con hielo e inundaciones, también se ha confirmado geológicamente, así como en las tradiciones orales y escritas de todo el mundo. El calendario azteca indica que hoy estamos viviendo los últimos días del quinto Sol. El fin de ese quinto mundo se predice que tendrá lugar en nuestra generación, coincidirá con el último ciclo maya y dará lugar al próximo gran ciclo, el nacimiento del sexto Sol.
Con el pasado como plantilla, muchas antiguas tradiciones describen los días del cambio como tiempos de tribulaciones y purificación. En esos tiempos se nos invita a que contemplemos los inusuales y, en algunos casos destructivos, despliegues de la naturaleza como una oportunidad para fortalecernos y prepararnos para cambios aún mayores que tendrán lugar en el mundo. Los temas comunes a todas las profecías sobre esta época de la historia incluyen fenómenos climáticos anormales y la pérdida de la costa debido al aumento del nivel del mar, hambrunas, sequías, terremo-tos, y la destrucción de las infraestructuras en todo el mundo.
Los profetas del siglo xx, como Edgar Cayce, han previsto cambios masivos en nuestro planeta, que se supone que reestructurarán la geografía de Norteamérica desde finales de los noventa hasta el siglo xxi. Esto incluye visiones de un gran mar interior, que
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conectará el Golfo de México con los Grandes Lagos, y la inmersión de gran parte de las costas orientales y occidentales. Las descripciones gráficas que se han hecho de nuestro futuro, a veces de cientos o de miles de años de antigüedad, han establecido un nuevo criterio para las posibilidades de la tecnología interior y la profecía. ¿Cómo pudieron nuestros antepasados haber vislumbrado lo que todavía ha de suceder en nuestro tiempo? Quizá lo que es aún más importante: ¿hasta qué punto son exactas sus visiones sobre nuestro futuro?
VISIÓN REMOTA: PROFETAS DEL SIGLO XX
La palabra profeta invoca imágenes de antiguos videntes envueltos en hábitos con capucha, que soñaban despiertos con una época que todavía había de llegar. Sin embargo, la ciencia de la profecía se ha conservado hasta nuestros días como una respetable profesión envuelta en el misterio de un nuevo nombre.
Según una investigación realizada en el prestigioso Stanford Research Institute (SRI) a principios de los setenta,' la facultad de ver acontecimientos lejanos ha pasado a denominarse visión remota. Aunque las características de la visión remota pueden variar entre las personas, el procedimiento general es similar para todas. Con frecuencia empieza con un suave estado de relajación con los ojos cerrados; el receptor trabaja con impresiones sensoriales respecto a acontecimientos que puedan estar sucediendo en cualquier lugar de nuestro planeta, en la habitación contigua .a en un puesto fronterizo de un desierto que se encuentre en la otra punta del mundo. El vidente, adiestrado para distinguir los múltiples tipos de sensaciones, asigna identificadores a la experiencia y va refinando las impresiones hasta grados cada vez más detallados. Sonidos, olores, sabores y sensaciones, así como imágenes, pueden presentarse en este viaje. El entrenamiento para enseñar a los videntes remotos a aceptar y grabar esas impresiones con imparcialidad constituye la habilidad que los diferencia de los soñadores fortuitos. Con las ventajas obvias que esta técnica ofrece a los servicios secretos y de inteligencia, estas facultades suponen todo un nuevo campo de recopilación de información con menos riesgos.
La visión remota desempeña ahora un papel viable en la seguridad y la defensa de las naciones en el mundo libre. En 1991, por ejemplo, a los videntes remotos que trabajaban bajo los auspicios de la Science Applications International Corporation (SAIC) se 1 pidió que redujeran el área de búsqueda para un tipo específico d misil en el oeste de Iraq.6 Confinar la búsqueda a regiones específicas del desierto iraquí tenía el potencial de
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ahorrar tiempo, combustible, dinero y salvar vidas. La visión remota, o la habilidad de una persona de proyectar la conciencia de un lugar a otro, se ha convertido en un tema de estudio riguroso. Irónicamente, sólo ha sido ahora, en los últimos años del segundo milenio, cuando la ciencia moderna ha confirmado los principios de esta tecnología interna, que ya conocían los profetas de hace 2.500 años.
Para muchas personas, su primer contacto con la ciencia de videncia a distancia de acontecimientos en tiempo real, ha sido través de los invitados de los programas de radio nocturnos. Para de la llegada del siguiente milenio, una serie de expertos en e campo de la futurología y las visiones remotas han reivindicad haberse adentrado en el mundo de una Tierra postmilenio, aun que, a veces, con resultados inquietantes, lo cual no es de extrañar, Al igual que otras descripciones de profecías para el milenio, lo viajes remotos hacia nuestro futuro generalmente se encuentran e dos categorías de experiencias, Algunos videntes han descubierto que no pueden ver más allá del año 2012, el familiar año del calendario maya que marca el cierre de nuestro gran ciclo. En año 2012, los viajeros del tiempo dijeron haber visto una Tic muy diferente. Desde su actual punto de ventaja, el mundo parecí haber sufrido algún cataclismo. No veían edificios, signos de comercio o normalidad según nuestros patrones actuales. Lo evidentes del año 2012 puede que se hayan visto en presencia de u resultado descrito ya por otros videntes y profetas, la destrucción debida a una guerra, de gran parte del mundo, tal como hoy Id conocemos.
Otros videntes que han visto nuestro futuro recientemente relatan un escenario similar, pero añaden que habrá una gran ola de fuego y de calor. Este escenario nos recuerda las teorías que preveían olas cíclicas de flujo de protones y plasma que viajan por el cosmos en ciclos de tiempo descomunales, y que esporádicamente se encuentran con la Tierra a su paso. En cualquiera de los dos casos, los informes de los videntes remotos describen un futuro que no es nada prometedor. Aparte de ese tema común para muchas profecías, puede que exista una alternativa para tales resultados.
NOSTRADAMUS
Durante más de cuatrocientos años, la palabra profecía ha sido casi sinónimo del nombre de un gran vidente cuyas visiones se extendieron varios siglos en el futuro. Nacido el 14 de diciembre de 1502, Michel de Nostredamus, conocido como Nostradamus, ha sido quizás el profeta más ilustre de los últimos tiempos. Su don de la videncia le permitió adentrarse en el futuro de nuestros días como testigo de hechos
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con extraordinarios detalles y precisión. Cuando estudiaba los antiguos oráculos, desarrolló sus propias técnicas para navegar en las ondas del tiempo como observador, y con frecuencia llevó a su tiempo tecnologías del futuro que había visto en sus visiones. Al final, Nostradamus se hizo médico e incorporó muchas de las ideas de sus profecías en su práctica. Sus técnicas, que hoy en día parecen de sentido común, fueron revolucionarias en la Europa del siglo xvi, durante la época de la peste negra, entre las que se incluía el uso de plantas medicinales, aire fresco y agua limpia. Además, recetaba una mezcla de áloe y pétalos de rosa, muy rica en vitaminas y desconocida en su tiempo.
Una de las anécdotas más conocidas sobre la facultad de Nostradamus de ver el futuro es la siguiente: Nostradamus se cruzó inesperadamente con un grupo de frailes que caminaban por una carretera. Inmediatamente se arrodilló a los pies de uno de ellos y le besó el hábito. Cuando le preguntaron por qué hacía eso, sencillamente respondió: «He de inclinarme ante Su Santidad». Pasaron cuarenta años, diecinueve desde la muerte de Nostradamus, para que el misterioso acontecimiento de la solitaria carretera cobrara sentido. En 1585, el fraile cuyos hábitos había besado el profeta se convirtió en el Papa Sixto V
En lo que quizá sea su obra más conocida, Las centurias, Nostradamus registró sus visiones del futuro. A su muerte había registrado visiones para diez siglos, cada una de ellas con cien versos de cuatro líneas, denominadas cuartetas. Las profecías de Nostradamus, que siempre han sido reeditadas desde entonces, se extienden hasta el año 3797 y, según las interpretaciones, incluso más lejos.
Muchas visiones que prevén acontecimientos sociales, políticos y científicos de magnitud global, son extraordinariamente exactas. Otras sin fechas específicas, en el mejor de los casos son nebulosas y sujetas a interpretaciones. Nostradamus anunció dos guerras mundiales, de las que citó el nombre de Hitler y describió el símbolo de la svástica, el descubrimiento de la penicilina y de la energía nuclear, el asesinato de John E Kennedy, el virus del SIDA y el fracaso del comunismo. Aunque las fechas y los acontecimientos estén sujetos a interpretaciones, los eruditos sobre Nostradamus están de acuerdo en que el profeta predijo un cambio catastrófico a escala global, para final del milenio.
Aunque la fecha precisa de un acontecimiento podía ser calculada por sus lectores a raíz de frases clave, sólo cuando él sentía que había un hecho en concreto que era critico daba la fecha del mismo. Por consiguiente, la circunstancia de que una de estas
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se produzca en nuestra generación es especialmente interesante. La centuria x, cuarteta 72, reza: «En el año 1999 y siete meses, vendrá del cielo un gran Rey del Terror. Hará revivir al gran rey de los mongoles. Antes y después, la guerra reinará afortunadamente».7 Se pueden hallar más revelaciones sobre esta ominosa cuarteta en la Carta a Enrique II, verso 87, donde Nostradamus escribe que «esto será precedido por un eclipse de sol, más oscuro y tenebroso que nunca desde la creación del mundo, salvo el que tuvo lugar tras la pasión y muerte de Jesucristo». El 11 de agosto de 1999 tuvo lugar un eclipse solar que pudo verse desde muchos países del continente europeo.
Las visiones de Nostradamus también prevén cataclismos en la Tierra que producirán cambios, semejantes a las profecías que hallamos en las tradiciones de los amerindios y en la Biblia. En el verso 88 de la Carta a Enrique II hay detalles hasta el mes específico. «Habrá presagios en primavera y cambios extraordinarios a partir de entonces, cambios en las naciones y grandes terremotos... Y en el mes de octubre se producirá un gran movimiento del globo, y será de tal magnitud que la gente pensará que la Tierra ha perdido su movimiento natural de gravitación y que será sumida en un abismo de oscuridad eterna. »
Nostradamus proyectó su visión todavía más lejos y vio una época mucho más feliz, tras los días de oscuridad sobre la Tierra. En un pasaje de la Centuria II, cuarteta 12, los eruditos interpretan la visión de Nostradamus como una descripción de un tiempo de renovación espiritual: «El cuerpo sin un alma ya no es sacrificado. El día de la muerte se convierte en un renacimiento». En la Centuria III se describe más a fondo esta época de nuestro futuro en la cuarteta II: «La divina palabra dará la sustancia que contendrá al Cielo y la Tierra... Cuerpo, alma y espíritu serán omnipotentes. Todo está bajo sus pies, como en el trono del cielo». Indiscutiblemente, poco científicas y abiertas a muchas interpretaciones, estas visiones del siglo xvi sobre nuestro futuro comparten cosas con las de otros profetas, tanto antiguos como más recientes.
EDGAR CAYCE
Edgar Cayce es el hombre que se ha llegado a conocer como el «profeta dormido» del siglo xx. Nacido en el mes de marzo de 1877, la educación formal de Cayce terminó cuando completó el noveno curso. Aunque de niño ya dio muestras de tener experiencias paranormales, no desarrolló sus dones de clarividencia y sanación a gran escala hasta que fue adulto.
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Cayce, que limitaba las sesiones de sanación a dos al día, a menudo viajaba por el pasado de sus pacientes para comprender su condición actual. Aunque no recordaba los contenidos de sus lecturas cuando despertaba de su estado de trance en que las realizaba, su secretaria, Gladys Davis, siempre estaba presente para tomar notas de las sesiones. Mediante cientos de esos informes, sistemáticamente catalogados para su estudio en la Association for Research and Enlightment (ARE) [Asociación para la Investigación y la Iluminación], Cayce ofreció breves revelaciones sobre los misterios de nuestro olvidado pasado, así como de nuestro futuro milenario.
La primera curación de Edgar Cayce tuvo lugar cuando tenía 24 años y fue una que se realizó a sí mismo. Con la ayuda de un hipnotizador, este le pidió a Cayce que se centrara en su persistente dolor de garganta mientras estaba en un relajado estado de con ciencia alterada. Para sorpresa de los presentes, en su «estado de sueño» Cayce empezó a hablar, dirigiendo al hipnotizador para que le diera sugerencias a su cuerpo inconsciente. Respondió inmediatamente a las instrucciones de redirigir el flujo sanguíneo hacia la parte superior de su cuerpo, su problema de garganta se solucionó y Edgar Cayce inició lo que acabó convirtiéndose en un servicio de por vida, que fue realizar lecturas similares para los demás.
La precisión de sus lecturas está bien documentada. Predijo el hundimiento de la bolsa en el mes de octubre de 1929, en sus lecturas #137-117: «Con toda certeza se producirá un hundimiento que hará cundir el pánico en los centros monetarios, no sólo en la actividad de Wall Street sino que supondrá el cierre de muchos centros... »8. Cayce vio lo que posteriormente se denominaría la Segunda Guerra Mundial, años antes de que sucediera En su visión futura sobre el conflicto (lectura #416-417), afirmó que los países empezarían a tomar partido como «demostraron los austriacos, alemanes y posteriormente los japoneses al unir sus fuerzas...».' Su descripción continúa con la afirmación de que, a menos que hubiera la intervención de una fuerza, que él describió como sobrenatural, «los asuntos de las naciones y de los pueblos, del mundo entero, por así decirlo, arderían en las llamas provocadas por los militares y por los que ansían el poder y la expansión... ».io
Cayce, en lo que sería una de las más conocidas y a la vez confusas profecías, sugirió que los últimos años del siglo xx y los primeros del siglo xxi serían una época de cambios sin precedentes sobre la Tierra. Al igual que los videntes del pasado, vio cambios globales que podían clasificarse en dos categorías: un futuro que vendría por un
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cambio gradual, y una época de tumultuosos cambios que, en el mejor de los casos, se pueden describir como catastróficos. Curiosamente, los dos tipos de profecía tienen lugar para el mismo periodo de tiempo.
En la lectura #826-828, de agosto de 1936, se le pregunta a Cayce sobre cambios que ve para los años concretos de finales de milenio y comienzos del 2001. Lejos de la vaguedad de muchas de estas profecías, su respuesta es una afirmación directa de un movimiento tangible de cambio sobre la Tierra. «Hay el cambio del polo. O empieza un nuevo ciclo ...»11 Las fluctuaciones de los polos magnéticos de más de cinco grados en los últimos cuarenta años, unidas al rápido descenso de la intensidad magnética que ha precedido a estas inversiones polares en la historia de la Tierra, han renovado el respeto por esas visiones.
En una serie de lecturas que culminaron en 1934, Cayce describió cambios geográficos y geofísicos que vió que comenzarían en un período de cuarenta años, entre 1958 y 1998.12 Una clave para interpretar estos indicadores es que fueron pro-fetizados como que han de empezar, no necesariamente como que suceden, alrededor de 1998. Estos cambios es muy previsible que se alarguen hasta el siglo próximo. Mark Thurston, un experto en las enseñanzas y filosofía de Edgar Cayce, resume sus descripciones como sigue:
1. Se producirá una ruptura de la masa terrestre en la porción occidental de América.
2. La mayor parte del Japón quedará sumergida bajo las aguas.
3. Habrá algunos cambios en las partes del norte de Europa que sucederán tan rápido que se podrá decir que ha sido en «un abrir y cerrar de ojos».
4. Surgirán tierras del océano Atlántico frente a las costas de América.
5. Grandes solevantamientos azotarán el Ártico y la Antártida.
6. Los volcanes entrarán en erupción, especialmente en los trópicos.
7. Un cambio en los polos alterará las condiciones climáticas. Por ejemplo, ciertas áreas frías y semitropicales se volverán tropicales.
Tal como indica Thurston, varios de estos cambios parecen estar directamente conectados con un cambio en los polos magnéticos. Aunque todavía se ha de producir
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un cambio completo, cada vez hay más científicos e investigadores que creen que los cambios recientes en los campos magnéticos de la Tierra son justamente los precursores de dicho acontecimiento. 13
Aunque entre las primeras predicciones de Cayce hay una serie de profecías sobre el milenio que parecen ser catastróficas, lecturas posteriores sugieren un cambio interesante, aunque sutil. En una lectura de 1939, la visión de Cayce del final de siglo describe cambios graduales, en vez de los cambios repentinos anteriormente citados. Cayce afirma que «en 1998 veremos una gran actividad creada por los cambios graduales que se están produciendo». 14 Continúa hablando sobre el cambio de milenio, y afirma que «en lo que a los cambios se refiere, el cambio entre la era de Piscis a la era de Acuario es gradual, sin cataclismos».''
Al ofrecer dos visiones distintas sobre el cambio de siglo, Cayce puede que hubiera aportado una nueva revelación sobre el valor de la profecía en nuestras vidas actuales. Puesto que sus lecturas de catástrofes, así como la de cambios graduales, comprendían sólo unos cuantos años en vez de siglos, ¿qué cambio en nuestro futuro puede sugerir esa diferencia en sus lecturas?
Es indiferente qué visiones sobre nuestro futuro consideremos, pues la mayoría se escapan de las mediciones exactas del tiempo parecen representar momentos de posibilidad, más que una cita concreta con un resultado preciso. Con sus propias palabras, el «profeta dormido» ofrece una clave para la ciencia de la profecía, recordándonos que nosotros influimos en el resultado de la historia mediante el rumbo que toman nuestras vidas en el presente. En la lectura #311-310,'6 Cayce sugiere que nuestra respuesta a los retos de nuestra vida puede determinar, al menos en parte, el grado en que experimentemos los cambios que él predijo. «Puede depender en gran medida de lo relacionado con la metafísica... Existen las condiciones que en la actividad de las personas, de acuerdo con su pensamiento y empeño, a menudo mantienen intactas muchas ciudades y tierras con su aplicación de las leyes espirituales. »
PROFECÍAS SOBRE LOS AMERINDIOS
Los pueblos nativos del norte y del sur de América creen firmemente que los acontecimientos actuales evocan las profecías de sus antepasados. Muchas visiones de un mundo que ha de venir han sido mantenidas en secreto por distintas tribus para salvaguardar la integridad de las revelaciones de sus antepasados. Al sentir que el cambio de milenio
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representa el día descrito en las profecías tribales, sus directrices para este momento en la historia se comparten ahora abiertamente. La creencia es que personas de todas clases y de todas las naciones se beneficiarán de las revelaciones que nos legaron hace mucho tiempo. Salvo las diferencias específicas entre las tradiciones de las familias y de las tribus, hay hilos comunes que unen muchas de las profecías de las Américas tribales en una visión unificada de nuestro futuro.
Los indios hopi del sudoeste de América del Norte ofrecen algunas de las visiones más concisas sobre el futuro en sus profecías del nacimiento de un nuevo Sol. Al igual que las tradiciones de los maya, de los aztecas y de otros pueblos indígenas anteriores que se encuentran por toda América, los hopi creen que ha habido grandes ciclos de experiencia humana antes de nuestro tiempo.
Cada uno de ellos terminaba en un período de destrucción, de los cuales el más reciente era el de la Gran Inundación. Estamos en los últimos días del fin de uno de esos ciclos, dicen ellos, y nos estamos preparando para entrar en los días del quinto Sol. Antes del fin de nuestro ciclo, las profecías hopi describen un período de declive seguido de una etapa de transición hacia el próximo ciclo. Desde su perspectiva, el tiempo de declive es un tiempo de grandes cambios, a menudo denominado «tiempo de purificación». Al creer que la Tierra y nuestros cuerpos son uno, los hopi ven el estado de la Tierra como un «mecanismo de interacción», como una especie de barómetro, que nos recuerda cuándo hemos tomado decisiones que afirman o niegan la vida en nuestro mundo.
Una de las primeras visiones hopi que se divulgó fue la que habla de los tres signos que denotan un calendario para el Gran Cambio. El primer signo era la aparición de la Luna «sobre la tierra, así como en el cielo». El cumplimiento de esta parte de la profecía supuso un misterio hasta 1993, cuando empezaron a aparecer las imágenes lunares circulares en los campos de cereales de la campiña inglesa. Las inconfundibles imágenes de luna creciente fueron interpretadas por los ancianos hopi como la primera parte de su profecía.
El segundo signo fue la aparición de la «estrella azul», símbolo que es habitual en el folclore y en los mitos de muchas tradiciones hopi. Algunos ancianos hopi vieron en 1994 el impacto del cometa Shoemaker-Levy contra Júpiter como una señal de la segunda pro-fecía. Los investigadores no comprendían cómo podían creer que el impacto de un cometa roto significaba el cumplimiento de la segunda profecía. La respuesta llegó cuando se
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vieron las imágenes espectrográficas del planeta gigante tras las colisiones: Júpiter brillaba emanando un curioso tono azul, ¡que sólo podía verse con sofisticados instrumentos de imagen!
Quizás el signo más místico de las profecías hopi sea el tercero y último. Usadas con profusión en las danzas, tejidos y en la arena, las pinturas de los hopi son curiosas imágenes humanoides que a menudo adornan sus viviendas y sitios ceremoniales. Con extraños trajes y rostros de otro mundo, estas representaciones de los antepasados de los hopi, las gentes del cielo, se denominan kachinas. La tercera parte de la profecía afirma que la época del tercer gran cambio ocurre cuando regresan los kachinas de las estrellas y vuelven a bailar sobre las mesas de las plazas de sus pueblos. Que yo sepa cuando escribí este libro, este tercer signo todavía no se había producido.
PROFECÍAS BÍBLICAS
Tal como se ha mencionado en el segundo capítulo de este libro, una serie de libros relacionados con nuestra Biblia moderna fueron considerados inapropiados para ser aceptados oficialmente por la Iglesia Católica del siglo iv. Relegados a la oscuridad de las criptas y a las bibliotecas privadas, uno de los libros antiguos más fascinantes y quizás el más místico sea el del profeta Enoc. Con elocuentes descripciones de la creación, el linaje humano e información astronómica, tan detalladas que sólo podían ser autentificadas con la tecnología del siglo xx, este antiguo texto se conoce como el Libro de los secretos de Enoc. Encontramos referencias directas a este extraño texto en la obra del teólogo del siglo ii, Tertuliano. En cartas recientemente recuperadas, nos explica que la «Escritura de Enoc» no es tratada del mismo modo que el resto de las escrituras porque no está incluida en el canon hebreo." Estas referencias confirman que el Libro de Enoc era considerado como una obra apta por los eruditos antes de las revisiones del Concilio de Necea en el siglo iv.
Las profecías de Enoc guardan una considerable semejanza con las de los profetas bíblicos posteriores a él, como Isaías, y posteriormente Juan en el Apocalipsis. Enoc describe con tremendo detalle su viaje profético hacia el futuro a su hijo Matusalén, que anota la experiencia de su padre para las generaciones siguientes. Enoc, en un manuscrito descubierto en la biblioteca Bodleian en 1773, comparte su visión de los cambios climáticos y celestes que predijo para finales de nuestro siglo. Matusalén, identificado como el «séptimo hijo después de Adán», habla de las experiencias proféticas de su padre de un modo muy distinto a como lo hacía el, «profeta dormido» Edgar Cayce, cuando dice
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que Enoc «hablaba con los ojos abiertos, mientras tenía una visión sagrada en los cielos». 18
Tras sus grandes visiones sobre nuestro futuro, Enoc afirmó «haber oído todas las cosas, y comprendido lo que había visto; - aquello no tendría lugar en su generación, sino en una generación que había de llegar en una época muy lejana, a causa de los elegidos... En esos días... la lluvia escaseará..., los frutos de la tierra se retrasarán y no florecerán en su estación; y en su estación los frutos de los árboles serán retenidos...; el cielo permanecerá inmutable. La Luna cambiará sus leyes y no será vista cuando corresponde... ».19
Justo después de la tribulación que describe para la Tierra Enoc narra una secuencia adicional de acontecimientos que encarnan una época de belleza, esperanza y futuro. En esta secuencia, que se presenta como si se originara en una visión diferente que hablara de un tiempo distinto, Enoc ve el anterior cielo «partir y extinguirse», y anuncia que «un nuevo cielo aparecerá». Este antiguo patrón de adversidades, aparentemente seguido de la redención, se repite en todas las visiones de Enoc, así como en otras profecías que examinaremos.
Quizá las revelaciones con más carga emotiva sobre los tiempos futuros puedan hallarse en la colección de visiones proféticas de los textos bíblicos modernos. Las profecías de la Biblia, que abarcan desde el destino de dirigentes específicos y jefes de Estado hasta las visiones globales del fin de los tiempos, continúan provocando fuertes reacciones en quienes las leen, miles de años después de que estas tuvieran lugar. Las pistas sobre el poder, así como la confusión que rodea a tales visiones, que suscitan desde una curiosidad sin límites hasta un ardiente fervor, podemos hallarlas al revisar las modernas interpretaciones sobre las mismas hasta llegar a su origen.
No es extraño descubrir, por ejemplo, que muchas de las profecías a las que hoy hacemos alusión no fueron escritas hasta algunos años después de que la profecía original fuera revelada, a veces incluso tras haber transcurrido cientos de años. Puesto que eran transmitidas oralmente, de generación en generación, no se sabe Seguro si algunos libros proféticos fueron escritos por los propios profetas o por otros que usaban su nombre como metáfora en las historias.
El Libro de Daniel es uno de estos ejemplos. En la edición de la New American Bible, de la editorial Saint Joseph, el prólogo a Daniel afirma que «este libro lleva este nombre, no por su autor, que en realidad es desconocido, sino de su héroe, un joven judío llevado de
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pequeño a Babilonia, donde vivió hasta el año 538 a. C. ».20 La introducción prosigue: «El libro contiene historias que se originaron en las tradiciones populares y fueron transmitidas por estas, que narran las pruebas y los triunfos del sabio Daniel y de sus tres compañeros».
Esta interpretación contradice directamente la de otros expertos en la Biblia, como John Walvoord, que afirma «está claro que el libro dice ser producto de Daniel, pues se hace referencia a él en primera persona en numerosos pasajes de la segunda mitad del libro... También se menciona a Daniel en Ezequiel, lo cual sería bastante natural puesto que eran contemporáneos ...».21 Incluso hoy, casi dos milenios después de la recopilación de los textos, los expertos todavía han de llegar a un consenso incluso respecto a los aspectos básicos de algunos de los textos más sagrados. Para añadir más confusión al desciframiento de las profecías bíblicas, está la cuestión de la precisión de las traducciones con el paso de los siglos. A diferencia de algunas partes de la Biblia hebrea, que se sabe que fue copiada letra por letra con total exactitud durante al menos los últimos mil años,* la Biblia occidental ha sufrido
* El códice de Leningrado data del año 1008. Desde esa época, los eruditos están de acuerdo en que los cinco libros del Antiguo Testamento hebreo han permanecido inalterables muchos cambios. Incluso desde la fundación de Estados Unidos, hace menos de trescientos años, las adaptaciones y traducciones de un idioma a otro han introducido cierto margen de error. Por exacta que nuestra recopilación de la historia, la genealogía y la sabiduría nos pueda parecer en algunos aspectos, no se puede interpretar al pie de la letra, porque el texto cambia con cada traducción. Con frecuencia, sencillamente en un idioma no hay palabras que representen exactamente el mismo concepto y del mismo modo que se expresa en otro. En estos casos, los traductores hacen todo lo que pueden. Aquí es donde cabe introducir una aproximación de temas y conceptos en tales traducciones.
La Biblia occidental, tal como hoy la conocemos, ha sufrido muchos de estos procesos, incluyendo una traducción del idioma egipcio altamente simbólico, que a su vez procedía de las lenguas originales aramea y hebrea. Un ejemplo de cómo la aproximación puede alterar sutilmente una traducción bien intencionada queda ilustrada en las palabras en arameo de la primera línea de la oración del Padrenuestro. En inglés esta frase reza como el familiar «Padre nuestro que estás en los cielos». Sin embargo, en el original arameo, la misma frase sólo tiene dos palabras: Abwoon
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d'bwashmaya. No hay palabras en inglés que puedan expresar con exactitud estas palabras arameas. Los traductores han tenido vía libre para crear series de palabras inglesas que se aproximen al significado original. Una muestra de tales aproximaciones puede verse en las siguientes posibles traducciones de este ejemplo del Padrenuestro: «¡Oh, Otorgador de vida! Padre-Madre del Cosmos», «¡Oh, Tú! El aliento de la vida de todos», «Nombre de los nombres, nuestra pequeña identidad se disuelve en tu interior» y «Resplandeciente: Tú brillas en nuestro interior»." Todas ellas son traducciones válidas de las palabras originales y cada una expresa un sentimiento muy distinto para la intención del texto original.
En este ejemplo, podemos ver que el tema siempre permanece presente, aunque las palabras cambien. Al igual que cuando hoy fotocopiamos un texto, muchas de las copias se parecerán al original, aunque hayan perdido claridad. En el último siglo de historia bíblica, ha habido muchas oportunidades de que se introdujeran errores que cambiaran el sentido original de los antiguos profetas. Hoy en día podemos escoger entre una serie de interpretaciones y traducciones; todas ellas satisfarán una necesidad especial y servirán a un propósito en concreto para cada lector. Un estudiante de la Biblia puede que elija la King James Version, u otras como la New International Standard Version, The New Living Bible y la Saint Joseph Edition. Cada versión tiene su origen en la misma colección de rollos, libros, documentos y manuscritos aceptados por la Iglesia en el siglo iv
LA PROFECÍA PERDIDA
En las versiones modernas de las profecías bíblicas, vemos una clase especial de textos visionarios identificados con nombres como «el Final del Tiempo», «los Días Finales» o «en aquellos días». En su conjunto estas obras se conocen como las profecías apocalípticas. Aunque con frecuencia se ha considerado que anunciaban una terrible época de oscuridad y cataclismos en el futuro del planeta, estas obras, de hecho, puede que estén enseñando a generaciones futuras algo de una naturaleza totalmente distinta.
En la actualidad la palabra Apocalipsis evoca en nuestra psique colectiva profundos sentimientos de tinieblas, desesperación y juicio. La palabra griega apohalypsís tiene una definición breve y aparentemente inocente. Sencillamente significa divulgar o revelar. Esto es precisamente lo que nos ofrecieron los antiguos profetas gracias a sus magistrales revelaciones sobre nuestro futuro. Revelaron posibles resultados basados en las condiciones de su tiempo y divulgaron sus descubrimientos a las generaciones futuras.
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El Libro esenio de la revelación [o del apocalipsis] es un ejemplo de uno de esos libros. Recuperado y traducido del idioma arameo nativo en que fue escrito, esta versión de la Revelación es tan similar a las versiones canonizadas posteriores conocidas como la Revelación de Juan [el Apocalipsis] que los investigadores y expertos sospechan que el manuscrito del mar Muerto pueda ser la versión original de esta antigua visión de nuestro futuro.
Consideradas por muchos como las profecías bíblicas más místicas, las visiones del apóstol Juan también describen algunos de los detalles más gráficos de las adversidades, como en cualquier otra profecía, antigua o moderna. La fragmentada naturaleza de la visión de Juan contribuye a lo que ya es en sí mismo un texto esotérico y profundamente simbólico. Durante la canonización de la Biblia en el año 325, parece casi como si se hubiera llegado a un compromiso respecto a algunos de los textos clave. En lugar de descartar por completo los manuscritos, fueron conservados como versiones editadas, condensándolos en un formato que se creía que era más asequible para los lectores de la época.
El viaje, que se convierte en la revelación de Juan para las generaciones futuras, empieza cuando él pide que le saquen de su tiempo, le lleven al futuro y le permitan ver lo que posiblemente nos espera y el final de milenio. Juan describe su visión de caos, muerte, terror y destrucción, de una magnitud sin precedentes con detalles gráficos. Le pregunta a su guía angélico por qué suceden estas cosas, y este le responde: «El hombre ha creado estos poderes de destrucción. Los ha forjado de su propia mente. Ha apartado su rostro de los Ángeles [fuerzas] del Padre Celestial y de la Madre Terrenal y ha fabricado su propia destrucción».`
Tras presenciar estos hechos, el corazón de Juan «se llena de compasión». «¿No hay esperanza?», pregunta. La voz le responde a Juan, recordándole las grandes posibilidades para el presente y para las generaciones futuras: «Siempre hay esperanza, para ti y para quienes fueron creados el cielo y la tierra ... ».`
De pronto, la visión de muerte y destrucción se disuelve y aparece otro escenario, una segunda posibilidad. En lugar de un final para lo que toda la humanidad ha llegado a conocer y amar, esta nueva posibilidad ilustra un resultado de una naturaleza muy distinta. «Pero no vi lo que les acontecía, mi visión cambió y vi un cielo y una tierra nuevos: pues pasaron el primer cielo y la primera tierra... Y escuché una gran voz desde el cielo que decía:
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«No habrámás muerte, ni tristeza, ni llanto, ni habrá más dolor". »25
Mientras la visión de Juan prosigue, éste ve un tiempo de paz y de cooperación que engloba a todas las naciones del mundo. En esta época ya no hay más necesidad de luchar. Escucha cómo su guía le describe el fin de la guerra: «Ninguna nación blandirá ya su espada contra otra, tampoco aprenderá ya más la guerra, pues estas cosas ya pasaron».26 A través de estos pasajes y de otros similares, se nos ofrece un mensaje de esperanza.
A continuación viene un tema que es familiar en otras profecías, Juan ha mostrado dos posibilidades para el futuro de la humanidad. Ambos resultados eran reales y los humanos pueden elegir cualquiera de ellos. La clave que quedó de nuestra oración masiva por la paz fue que el resultado conjunto vendría determinado por nuestras elecciones individuales. La capacidad de la gente que vivió en los tiempos de Juan de respetar las leyes de la vida fueron las experiencias que aportarían nuevos resultados, que desviarían la posibilidad de una destrucción.
En cada visión, se le recuerda a Juan que la gente que vivía en «aquellos días» determinaría cómo iban a experimentar el gran cambio del futuro de la humanidad. Él pregunta qué ha de pasar para que ocurra el segundo resultado. Una vez más, la voz que guía sus visiones le responde: «Observa, hago de nuevo todas las cosas... Yo soy el principio y el final... Daré de beber al sediento del agua de la fuente de la vida. El que [recuerda] heredará todas las cosas... ».27
Los pasajes finales registran el reconocimiento de Juan de comprender lo que ha visto y el efecto que su visión ha tenido sobre él: «He alcanzado la visión interior... He escuchado tu asombroso secreto... Mediante mi revelación mística has hecho brotar en mí un manantial de conocimiento, una fuente de poder, que mana aguas vivas; un torrente de sabiduría infinita».28
Hay otros pasajes en los rollos esenios que continúan describiendo con todo detalle la posibilidad de un tiempo en nuestro futuro en que habremos superado, la necesidad de catástrofes para provocar un cambio. En ese tiempo, las condiciones que se habían cobrado la vida de los habitantes de la Tierra ya no estarán: «En e reino de la paz no hay hambre ni sed, ni viento frío ni caliente, ni vejez ni muerte. En el reino de la paz, animales y hombres vivirán eternamente».29
Los profetas de la Biblia muchas veces describían resultad muy distintos para nuestro futuro, a veces incluso contradictorios La pregunta es: ¿por qué? ¿Por qué hay
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diferentes visiones de las profecías para una misma época en nuestro futuro? ¿Cómo puede un profeta ver dos posibilidades diferentes para un mismo período de tiempo?
A mediados de los noventa, se descubrió una nueva herramienta profética en un formato muy antiguo. Puede que el cerrojo de tecnología del tiempo nos haya permitido curiosear a través de lo ojos de este instrumento profético sólo cuando hemos madurado 1 suficiente para poder reconocer sus posibilidades
EL MAPA DEL TIEMPO DE 3000 AÑOS DE ANTIGUEDAD
En 1995, un antiguo instrumento profético fue de pronto expuesto al público de un modo gráfico y espectacular. El 4 de noviembre de ese año sucedió algo que el instrumento había predicho con una precisión que sobrepasaba la posibilidad de que fuera una coincidencia. El acontecimiento fue el asesinato de Yitzhak Rabin, el primer ministro de Israel, en la ciudad de Tel Aviv El asesinato había sido profetizado con tal precisión que el nombre del primer ministro, la fecha en que se produciría, el nombre de la ciudad e incluso el nombre del asesino, Amir, no eran un secreto, ¡todo ello estaba cifrado en un documento de más de tres mil años de antigüedad!
Lo irónico es que el documento no era un manuscrito perdido custodiado por una organización secreta o por algún privilegiado. El mapa codificado del futuro era el mismo mapa que nos ha proporcionado confort y guía durante al menos setenta y cinco generaciones y que hoy en día es considerado como sagrado por varios cientos de millones de personas de todo el mundo. ¡El mapa del tiempo fue descubierto como un código secreto oculto en la Biblia en los tiempos en que fue escrita! Concretamente, el código se halló en los cinco primeros libros de la Biblia hebrea, conocidos como Torah, la versión que se dice que permaneció sin modificar desde que fue revelada al ser humano hace más de tres mil años.
La clave, conocida como el Código de la Biblia, descubierta por un matemático israelí, el doctor Eliyahu Rips, ha sido revisada y confirmada por matemáticos de las mejores universidades del mundo, así como por organismos especializados en criptografía, como el Ministerio de Defensa de Estados Unidos. Durante más de doscientos años, los eruditos han sospechado que los textos bíblicos eran algo más que una recopilación de palabras que se debían leer de forma linear. Un experto del siglo xviii, conocido como el Genio de Vilna, afirmó que «la regla es que todo lo que fue, es y será hasta el fin del tiempo, se encuentra en la Torah, desde la primera hasta la última palabra. Y no meramente en un sentido general, sino con los detalles de todo lo que le ha sucedido
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desde su nacimiento hasta su fin».30
Los mensajes cifrados de nuestro pasado y futuro se pueden estudiar creando una matriz con las letras de los cinco primeros libros de la Biblia hebrea. Se empieza con la primera letra de la primera palabra, se eliminan todos los espacios y puntuaciones hasta llegar a la última letra de la última palabra, dejando una sola frase de cientos de caracteres. Con el uso de sofisticados programas, se examina la matriz restante en busca de patrones e intersecciones de palabras. Por ejemplo, en el Génesis, la palabra «Torah» es deletreada en secuencias de cincuenta caracteres hebreos entre cada una de las letras de la palabra. Esta misma secuencia se halla en los libros siguientes: Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. La observación de esta secuencia por parte del rabino H. M. D. Weissmandel en los años cuarenta se convirtió en la clave para descifrar los patron de palabras cifradas en el texto.
Michael Drosnin, en su libro The Bible Code, describe la precisión y exactitud del Código de la Biblia para predecir los acontecimientos pasados. Circunstancias tan dispares como el asesinato de Kennedy, el impacto del cometa Shoemaker-Levy contra Júpiter, elección del primer ministro israelí Netanyahu, incluso las fechas la localización del ataque con mísiles SCUD que los iraquíes lanza ron contra Israel durante la Guerra del Golfo en los noventa, están descritos con un grado de detalle que desafía las probabilidad matemáticas y estadísticas. El Código de la Biblia ofrece datos específicos, no generalidades que puedan estar sujetas a interpretación Drosnin describe muchas de esas referencias. En la predicción de Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el código deletrea palabra¡ como «guerra mundial» y «solución final», junto a nombres d líderes políticos de la época: «Roosevelt», «Churchill», «Stanlin» «Hitler». Los países involucrados en el conflicto estaban claramente especificados: «Inglaterra», «Francia», «Rusia», «Japón» y «Esta dos Unidos». Incluso aparecen las palabras «holocausto atómico» « 1945 », el año en que se lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima la única vez que esas palabras aparecen en la Biblia.
Gracias al desarrollo de los ordenadores de alta velocidad ha podido descifrar el código que se halla en la Biblia hebrea. Lo nuevos ordenadores han substituido la tediosa descodificación manual con sofisticados programas de búsqueda. Tras haber comparado con otros textos de grupos de control y diez millones de casos de prueba creados por el ordenador, sólo se han hallad textos cifrados en la Biblia. Vertical, horizontal y diagonalmente nombres de países, acontecimientos, fechas, tiempos y
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personas se entrecruzan entre ellos, ofreciendo una instantánea de los acontecimientos del pasado y de las posibilidades del futuro. El mecanismo actual de este extraordinario pronosticador se tratará en el capítulo vii, pero ahora quizá lo más importante para el asunto de la profecía sea de qué modo este libro del tiempo apa-rentemente milagroso se relaciona con nuestro futuro.
En vista de la precisión del Código de la Biblia para detallar nuestro pasado, ¿qué exactitud puede tener esa misma matriz en predecir los tiempos futuros? El doctor Rips en sus conversaciones con Drosnin, sugiere que todo el Código de la Biblia tuvo que ser escrito de una sola vez, en lugar de en series de escritos que se fueron haciendo con el paso del tiempo. Esa afirmación sugiere que todas las posibilidades de todos los futuros ya están marcadas. «Lo experimentamos como un holograma; se ve de un modo distinto cuando lo observamos desde otro ángulo, pero, por supuesto, la imagen está pregrabada.»31 La clave que aplicar a este antiguo código del tiempo para los acontecimientos futuros puede estar en contemplarlo con los ojos de un físico cuántico.
En la física moderna hay un principio que afirma que es imposible saber el «cuándo» y el «dónde» de una misma cosa al mismo tiempo. Si mides dónde está algo, pierdes información sobre la rapidez con la que se mueve. Si mides la rapidez con la que se mueve, no puedes saber con certeza dónde está. Esta clave para el mundo cuántico fue desarrollada por el físico Werner Heisenberg, y se conoce como el principio de incertidumbre (o indeterminación) de Heisenberg.32
La demostración de la impredecible conducta de la naturaleza en el mundo cuántico puede que indique que nuestro sentido del tiempo sigue precisamente este tipo de conducta. De ser así, las posibilidades que aparecen en el Código de la Biblia pueden existir sencillamente como tales, como posibilidades. Los acontecimientos, tanto pasados como futuros, son el resultado final de una secuencia de condiciones que puede que hayan empezado días, o incluso cientos de años, antes de que el hecho real tenga lugar. Expuesto como una ecuación actual, si elegimos un curso específico de acontecimientos, entonces podemos esperar ver tal y tal resultado.
Si vemos la herramienta de predicción como una lente que nos muestra mejor las posibilidades, esta aportará un nuevo entendimiento sobre el papel de la profecía en nuestras vidas. El Código de la Biblia, al coincidir sobre nuestro futuro con muchas profecías bíblicas, de los amerindios y demás, nos pone sobre aviso respecto una serie de escenarios apocalípticos. Con inicio en un futuro próximo, sucesos como una tercera guerra
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mundial que se originará en Oriente Próximo, terremotos catastróficos y la devastación de grandes centros de población, se presentan como posibilidades. La amenaza de una colisión directa con un cometa al final del siglo xx o principios del xxi, parece, ser una de las, preocupaciones, más inmediatas.
En 1992 el astrónomo Viran Marceen del Harbad-Smithsonian Centre for Astrophysics, anunció el regreso del cometa «Tortuga Veloz» (Swift-Turtle), descubierto originalmente en 1858. El día exacto del redescubrimiento del cometa estaba en el Código de la Biblia, junto con su predicho retomo 134 años después. Las palabras concretas «cometa», «Tortuga Veloz» y la fecha del retorno de dicho cometa en el año 2126, están claramente cifradas en el texto. Al principio se pensó que estaba en vías de colisionar con la Tierra en el momento de su retorno; sin embargo, la revisión de los cálculos parece indicar que el cometa pasará a una distancia segura. No obstante, los astrónomos advierten de una serie de «colisiones fallidas cercanas» que nos conducirán hasta la época del regreso de la Tortuga Veloz en el año 2126; la primera de ellas tendrá lugar en el año 2006. En el texto hebreo, cruzándose con la fecha del año 2006, se encuentran las palabras: «Su camino colisionó con su morada», acompañadas de la frase en una línea adjunta, «Año en que se predice para el mundo».
A continuación de estas advertencias hay palabras similares que conducen al año 2010. Las palabras «días de horror» cruzan esta fecha con descripciones adicionales de «oscuridad», «tinieblas» y «cometa». Quizá la secuencia más inquietante de las pala-bras respecto al futuro se encuentre por encima del año 2012. Es aquí, justamente en el mismo año en que finaliza el calendario maya, donde vemos las palabras «Tierra aniquilada». Esta visión de una antigua posibilidad para nuestro futuro ofrece un misterioso ejemplo de un elemento que se halló en todo el Código de la Biblia. Drosnin afirma que en el lugar donde está cifrada la fecha, un segundo pasaje describe un resultado muy distinto. Las palabras simplemente dicen: «Será hecho añicos, apartado, lo haré pedazos, 5772» (el año hebreo para el año 2012).33
Al igual que otras profecías, por una parte el código parece estarnos diciendo que el año 2012 termina con la vida en el planeta, al menos tal como la conocemos, mientras que a un mismo tiempo, en otro lugar, la amenaza contra la Tierra es destruida. ¿Cómo pueden darse los dos resultados a un mismo tiempo? De vez en cuando surgen paradojas similares en el Código de la Biblia, concretamente en lo que respecta a los resultados de elecciones, acontecimientos políticos y guerras. Además de recordarnos
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la oportunidad de dar forma a resultados específicos para el futuro basados en nuestras elecciones del presente, el Código de la Biblia nos recuerda algo aún más significativo.
Muy cerca de los resultados específicos, como asesinatos y las simientes de una guerra mundial, hay dos palabras que se repiten una y otra vez. Junto a muchos de los sucesos más graves, las palabras formulan una sencilla pregunta: «¿Lo cambiaréis?». El Código de la Biblia, al evocar las creencias de los antiguos esenios conservadas para nosotros, también parece sugerir que desempeñamos un papel significativo en el curso de los acontecimientos, incluso de aquellos que ya están en movimiento en forma de posibilidades. ¡Según parece, nuestro papel es tan importante que puede que hasta cambiemos el curso de los hechos! «¿Lo cambiaréis?», parece ser una pregunta directa hecha a aquellos que con seguridad leerían el mensaje del criptógrafo tres mil años después de que fuera escrito. Es como si los escritores supieran que seria necesario disponer de tecnología altamente sofisticada para comprender su código; como si nos recordaran que ahora, cuando estamos descifrando el mensaje de los criptógrafos, es cuando estamos preparados para participar en el despliegue del tiempo y cambiar las posibilidades más oscuras del futuro. ¿Cómo puede ser que hayan aparecido ahora estos y otros mensajes en un manuscrito que fue cifrado hace más de tres milenios? El Código de la Biblia nos devuelve a las mismas preguntas a que nos han conducido las otras profecías.
UNA NUEVA PROFECÍA
Entre los múltiples cálculos y profecías de los indígenas respecto al momento actual en la historia, el año 1998 parece marcar el comienzo de una ventana en el tiempo donde podemos esperar ser testigos de algunos de los más grandes cambios que tendrán lugar sobre la faz de la Tierra. Saber en qué lugar exactamente dentro de esa ventana se sitúa nuestra vida es cuestionable, incluso para los propios profetas. Edgar Cayce, por ejemplo, vio el año 1998 como el último año de un ciclo de cuatro décadas, en el que podíamos esperar el inicio de «una transformación planetaria sin precedentes». Nostradamus, por otra parte, situó el año 1998 al principio de un ciclo de cataclismos que él preveía que duraría unos trescientos años. Más allá de las discrepancias de las fechas exactas, las profecías para nuestro tiempo revelan casi universalmente un tema común; anuncian el nacimiento del nuevo milenio como una época en la que podemos esperar ver grandes cambios sobre la Tierra y en nuestros cuerpos.
Junto a las visiones sobre nuestro posible futuro, los antiguos videntes nos recuerdan un gran misterio. Este es especialmente fascinante ante la sofisticación de los
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calendarios y la precisión de los sistemas para medir el tiempo. Por precisas que las tradiciones proféticas orales y escritas puedan parecer, ninguna llega a describir con detalle cómo terminará este gran ciclo del tiempo y cómo empezará el siguiente. Además de resaltar posibilidades para el futuro, nuestros antepasados reconocieron una potente fuerza que nos daría el poder de elegir qué posibilidad queremos vivir. Muy olvidada en los últimos tiempos, esa fuerza es el poder de la elección en masa expresada en la forma de oración masiva.
En el lenguaje de su tiempo, los antiguos profetas sugirieron que nosotros tendríamos la capacidad de evitar sus visiones de destrucción para nuestro futuro, cambiando conscientemente el curso del tiempo en el presente. Parece como si muchas de las tradiciones de nuestros antepasados hubieran vislumbrado una relación entre las acciones de las personas en este mundo y el resultado de las profecías que ellos habían anunciado. Esa conexión entre nuestras rutinas cotidianas y el resultado de la profecía ha sido un misterio hasta el siglo xxi. Es en esta época, con la formulación de una nueva física, cuando las posibilidades del tiempo, la profecía, los milagros y nuestro papel en el futuro de la humanidad se han aclarado. Ahora sabemos que las predicciones ofrecen sólo posibilidades aisladas. También sabemos que elegimos nuestras posibilidades cada vez que respiramos.
El tiempo no es lo que parece. No fluye sólo en una dirección, y el futuro existe simultáneamente con el pasado
ALBERT EINSTEN
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OLAS, RÍOS Y CAMINOS
La física del tiempo y de la profecía
En el umbral de un nuevo milenio, han surgido dos líneas de pensamiento respecto al significado de este peculiar momento en la historia. Están los que creen que corremos peligro, que vivimos en un peligroso tiempo de incertidumbre. Se han ocupado de prepa-rar su supervivencia física para los días en que creen que comenzará el «final de los tiempos». Para estas personas, que utilizan las antiguas profecías, los problemas de la sociedad y la potencial amenaza de los desastres del mundo como refuerzo de sus creencias, cada nuevo conflicto global, nueva enfermedad o fracaso de la economía mundial se convierte en una prueba más. Al mismo tiempo, otras personas citan las mismas pruebas, pero ven el cambio de una forma muy distinta.
Los que tienden por la segunda interpretación, ante las mismas enfermedades, conflictos militares y azotes de la naturaleza, aun haciendo referencia a las mismas profecías, sienten que se está produciendo un extraño nacimiento, un elemento integral que está originando cambios igualmente extraordinarios en la raza humana. En último término esta visión sugiere que estamos entrando en una época de felicidad, paz y cooperación sin precedentes entre los pueblos y naciones del mundo. ¿Cómo pueden producir las interpretaciones de las mismas pruebas semejantes puntos de vista tan variados y diversos? Pero quizá la cuestión sea: ¿está nuestro futuro cerrado como producto de un antiguo plan, o hay una ciencia que nos permite escoger qué futuro vamos a experimentar?
EL TIEMPO Y LA VOLUNTAD DE GRUPO
Me agaché rápidamente para recoger mi riñonera y objetos personales de debajo del asiento. Podía oler el inconfundible olor de las pastillas de freno calientes, mientras el conductor detenía nuestro autocar turístico construido en Alemania. Las dos últimas horas habíamos atravesado una carretera de montaña, que en algunos sitios era poco más que un camino para un todoterreno. Debido a los desprendimientos de rocas, el viento que levantaba arena y el casi inexistente
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mantenimiento de la carretera, esta en varias ocasiones se estrechaba hasta convertirse en una fracción de un solo carril. Cada vez el conductor nos había conducido magistralmente por los pasos difíciles, a veces eligiendo dar rodeos que siempre nos devolvían a la seguridad de la carretera principal. Descendíamos del pueblo de Santa Catalina a 1.310 metros sobre el nivel del desierto egipcio; sabía que el puesto de control en la carretera que teníamos enfrente estaba cerca del nivel del mar.
El motor, el aseo y atestados compartimientos de equipaje substituían a las ventanas que normalmente están situadas en la parte posterior de un autocar turístico. Me cambié a un asiento al: lado de una ventana, desde la cual podía ver por los retrovisores. El camión militar que nos había escoltado por las montañas toda--= vía nos seguía, quizás a una distancia de dos coches. Mirando por encima de la cabeza del conductor pude ver que un vehículo de similares características al que nos escoltaba estaba fuera de la carretera, cerca de un puesto de guardia hecho de hormigón. El` camión camuflado transportaba tropas, su parte posterior estaba cubierta por una tela oscura de color arena, que se extendía sobre una serie de aros de metal y se sujetaba a la base del vehículo:;` Recuerdo haber pensado en las similitudes entre los camiones militares de los desiertos de Egipto y los carromatos cubiertos del oeste estadounidense que había visto en los museos cuando era pequeño.
La luz matinal que asomaba desde detrás de las montañas de pronto dio vida a la realidad de estos camiones. Con los primeros rayos del sol del desierto, pude ver los rostros de los soldados, jóvenes egipcios que nos miraban con curiosidad desde sus bancos detrás de la lona. Con quizá cinco hombres sentados a cada lado, la misión del camión era escoltarnos a través del desierto del Sinaí hasta la enorme ciudad de El Cairo. Casi con la misma rapidez con la que cambia el clima, la situación política había variado inesperadamente durante el tiempo que habíamos estado en las montañas. Ahora en nuestra ruta por tierra de regreso al hotel, se había instaurado un sistema de puestos de control para nuestra seguridad y para tenernos siempre localizados. Sabía que en cuestión de segundos un guardia entraría en el autocar, aprobaría nuestros documentos de viaje y reemprenderíamos la ruta.
Tras cruzar los primeros puestos de control, pronto nos encontramos en la ruta de las brillantes playas del mar Rojo en dirección al canal de Suez. Cerré los ojos e imaginé la misma escena hace tres mil años, cuando los habitantes de Egipto viajaban por una ruta
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similar en dirección a la montaña de donde ahora regresábamos. Salvo por el transporte y las carreteras, ¿cuánto había cambiado realmente? Al calor del sol del final de la mañana, me puse a hablar con los miembros de nuestro grupo y a explicarles que esa tarde entraríamos en las antiguas cámaras de la Gran Pirámide.
De pronto, levanté la mirada cuando nuestro autocar se detenía en un transitado boulevard. Miré por la ventana para ver si encontraba alguna señal que me orientara. A nuestra izquierda había una vista familiar, que había contemplado muchas veces en las revistas, así como en persona. Para confirmar nuestra localización, miré a la derecha. Nos detuvimos delante de un monumento que es uno de los símbolos más poderosos para todos los egipcios, quizá más significativo que las propias pirámides: la tumba de su ex presidente Anwar al-Sadat.
Mientras me desplazaba hacia la parte frontal del vehículo, pude ver las escoltas delante de nosotros. Los soldados habían saltado de debajo de las lonas y estaban arremolinándose por delante del autocar con nuestro conductor. Bajé a la calle desde el último escalón del autobús y observé algo muy especial. La escolta, nuestro conductor y nuestro guía egipcio Mohammed, tenían todos expresiones de asombro en sus rostros. Algunos señalaban sus relojes. Otros hablaban nerviosamente entre ellos intercalando su idioma egipcio.
-¿Qué pasa? -le pregunté a nuestro guía-. ¿Por qué nos hemos detenido aquí en vez de hacerlo en nuestro hotel, que todavía está a una hora de camino?
Mohammed me miró asombrado.
-Algo no va bien -contestó, con una rara intensidad para su habitual tono distendido-. ¡No deberíamos haber llegado tan pronto!
-¿Qué dices? -le pregunté-. Aquí es precisamente donde debíamos estar, de camino a nuestro hotel en Gizeh.
-No -dijo él-. Tú no lo entiendes. Es imposible que estemos aquí. ¡Todavía no ha pasado el suficiente tiempo desde que salimos de Santa Catalina para que ya hayamos llegado a El Cairo! Tardamos al menos siete horas en cruzar por debajo del Canal de Suez, atravesar el desierto y llegar hasta las montañas. Al menos siete horas. Con las paradas en los puestos de control, aún deberíamos haber llegado más tarde. Mira a los guardias ¡No creen lo que ven sus ojos! Han pasado sólo cuatro horas. Es un milagro que estemos aquí.
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Al observar a esos hombres delante de mí, una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo. Aunque había tenido experiencias similares solo, nunca me había pasado en un grupo. Siguiendo las señales de limitación de velocidad, más las paradas adicionales en los puestos, ¿cómo podíamos haber reducido el tiempo de viaje casi a la mitad?
Aunque la distancia entre el monte Sinaí y El Cairo no había cambiado, nuestra experiencia de recorrer la distancia sí. ¡Estaba registrado en todos los relojes de los militares, guardias armados y pasajeros del autocar! Era como si nuestros recuerdos del día, en nuestra mutua presencia, se hubieran prensado de algún modo en una experiencia de una fracción del tiempo que se suponía que íbamos a tardar. ¿Dónde estaba el resto de nuestro tiempo? No fuimos conscientes del fenómeno mientras ocurría. La cuestión es: ¿cómo sucedió y por qué?
Quizás aquí encontraremos la clave. En nuestra inocencia de anticipar las experiencias dentro de las pirámides y de hablar de ellas como si ya estuviéramos dentro de las antiguas cámaras, nuestra impresión de lo largo que nos parecía el viaje se había transmutado en cómo nos sentiríamos al estar allí dentro.
MILAGRO SIN MEDICINAS
Las luces se atenuaban a medida que nos acercábamos a las sillas de la parte posterior de la habitación. Al haber llegado más tarde de lo que esperábamos, mi esposa y yo no encontramos muchas opciones para sentamos juntos. Las sillas de acero inoxidable, generalmente orientadas hacia una mesa que se hallaba al otro lado del salón de baile, parecían haber sido ordenadas al azar por el personal del hotel. A los pocos momentos de haber encontrado asiento, la clase comenzó con las formalidades y presentaciones habituales.
Mientras estudiaba en una clínica a las afueras de Pekín, el instructor había grabado en vídeo los efectos de un antiguo arte de sanación basado en técnicas del movimiento, la respiración, el pensamiento y el sentimiento. Empezó a preparamos para lo que íbamos a ver. El vídeo nos mostraría un fenómeno de las tradiciones asiáticas que la ciencia occidental no podía explicar. Las experiencias anómalas de esta clase suelen clasificarse como milagros. Para las personas que habían acudido a esta clínica como último recurso, elegir el amor, el movimiento especializado y el desarrollo de la fuerza vital (chi) por encima de la medicina y la cirugía era la respuesta a sus plegarias. Justo cuando la luz de la habitación se apagaba, la televisión que estaba cerca del instructor se encendió. Mi esposa y yo agarramos las patas de las sillas para moverlas rápidamente
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un poco más hacia delante y ver mejor la pantalla. El vídeo que estábamos viendo había sido grabado en la Clínica y Centro de Formación Huaxia Zhineng Qigong, el «hospital sin medicinas» de la ciudad china de Qinhuangdao. La cinta empezaba mostrando a una paciente estirada en una camilla de un centro sanitario. Parecía estar totalmente despierta y consciente, no estaba anestesiada ni había señales de que se usara ningún tipo de anestesia. La mujer llevaba poca ropa y su camisa había sido modestamente retirada hacia arriba para dejar al descubierto su abdomen inferior. A la luz del vídeo y de la sala de hospital, su estómago brillaba con un gel preparatorio que parecía mojado y resplandecía. Sentada al lado de la paciente había una enfermera que movía un transductor de ultrasonidos a través de la tensa y suave superficie del vientre de la mujer.
Justo detrás de la paciente había tres médicos. Iban vestidos de blanco y estaban sólo a unos centímetros de ella. Los hombres parecían estar muy concentrados, mientras permanecían de pie cerca de la parte superior de su cuerpo. Uno de los hombres inició un movimiento con sus manos, las movía silenciosamente por e aire encima de la cara y el pecho de la mujer.
Luego, el vídeo transmitió la imagen ecográfica, que nos mostró la vejiga de la paciente durante el proceso. Las paredes y la curvatura se veían con claridad.' En esta imagen empezó a aparecer algo más, algo que se suponía que no debía estar allí.
-Están viendo un cáncer de vejiga -nos explicó el instructor-, un tumor de aproximadamente 7,5 centímetros de diámetro.
Estábamos viendo el tumor tal como era en ese momento según lo captaba la ecografía. La cámara se acercó a la pantalla, mientras éramos testigos de un acontecimiento para lo que no había explicación en la ciencia occidental. Todo el mundo se quedó en silencio al prever lo que iba a suceder. Incluso las viejas sillas plegables dejaron de chirriar mientras el grupo observaba asombrado el desarrollo del milagro ante sus propios ojos.
Mientras el asistente sanitario continuaba monitorizando el acontecimiento mediante los ultrasonidos, los tres hombres que estaban de pie detrás de la paciente estaban trabajando juntos. Participaban al unísono en un modo de sanación que se conoce desde hace siglos. El único sonido que irrumpía en el proceso procedía de los propios hombres. Repetían una palabra una y otra vez, una palabra que aumentaba en sonido e intensidad a medida que avanzaba la sanación. Traducido libremente al inglés estaban diciendo «ya se ha ido», «ya se ha conseguido».
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El cambio empezó lentamente, casi de modo imperceptible. La forma cancerosa empezó a temblar, como si estuviera respondiendo a alguna fuerza invisible. Mientras continuaba el movimiento con el resto de la imagen perfectamente enfocada, toda la masa empezó a desaparecer. En cuestión de segundos, el tumor se disolvió ante nuestros ojos. En sólo dos minutos y cuarenta segundos el tumor había desaparecido. ¡Sencillamente había desaparecido! Se había producido una sanación, tan completa que la ecografía ni siquiera indicaba una cicatriz en el tejido que el tumor había invadido. A medida que la cámara se apartaba de la pantalla del ordenador, la paciente, todavía despierta y consciente, parecía sentirse aliviada por lo que oía en la habitación. La enfermera y los tres hombres consultaron entre ellos y luego asintieron con la cabeza; su curación había tenido éxito. Se saludaron educadamente inclinándose desde la cintura y aplaudieron suavemente, en señal de reconocimiento de su logro.
Al principio reinaba el silencio en la sala. Luego se escucharon suspiros que dieron paso a sonidos de admiración y felicitaciones por lo que habíamos presenciado. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué la ciencia no tiene ningún mecanismo que explique este hecho?
Las dos historias anteriores son importantes por dos razones. En Primer lugar, cada una ilustra una experiencia compartida en presencia de un grupo, en lugar de ser una experiencia única de un solo individuo. Fuera lo que fuera lo que sucedió con nuestra percepción del tiempo ese día en el desierto del Sinaí en Egipto, le sucedió a muchas personas de muy distintas procedencias, creencias y religiones. En el grupo de personas que realizamos el viaje a través de la península del Sinaí había guardias musulmanes y cristianos, así corno viajeros musulmanes, budistas, judíos y cristianos. Todos teníamos nuestras propias creencias respecto a nuestra relación con este mundo y nuestras razones para estar en el desierto esa mañana.
Asimismo, la desaparición del cáncer fue presenciada por cuatro personas sin contar a la paciente. Además, fue grabada por un cámara, lo que ya suman cinco testigos. Eso también era una experiencia de grupo.
Para nuestro grupo del autocar, la llegada con antelación a El Cairo, tras haber estado encerrados en la Gran Pirámide durante cuatro horas con un acceso privado, fue el tema del día. Para muchos amigos de nuestro círculo, eso era la culminación de un sueño que había comenzado en la infancia y se había hecho realidad gracias a trabajar mucho y a pasar meses planificándolo. La clave de esta historia y la sanación de la mujer con cáncer es que el grupo estaba concentrado en sentir el resultado más que en sentir cuánto tiempo tardarían
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en conseguirlo. Esta es una distinción sutil y poderosa a la vez, que será todavía más significativa en discusiones posteriores.
La segunda razón por la que he compartido estas historias es que, en cada caso, los acontecimientos no tienen explicación para la ciencia occidental actual. ¿Cómo explicamos un hecho que hemos experimentado personalmente, como la compresión del tiempo y una sanación física instantánea, sin un sistema de creencias que nos permita concebir semejante cosa? Quizá la forma de responder a estas preguntas sea indagar en la naturaleza del tiempo - a través de los ojos de nuestros antepasados, así como con la visión de la ciencia moderna.
EL MISTERIO DEL TIEMPO
Desde que la humanidad empezó a registrar los relatos de su experiencia en este mundo, el tiempo se ha presentado como un concepto que nos intriga. Nuestro único método para explorar la misteriosa cualidad que experimentamos como tiempo ha sido especular sobre su naturaleza. Al no poder atrapar, fotografiar o registrar el tiempo, nos quedamos con las mediciones relativas de los acontecimientos que ocurren dentro del mismo. Estas mediciones son descritas con frecuencia como «ahora» y «entonces», o como «antes» y «después» del acontecimiento. Las tradiciones indígenas a veces ven el tiempo como un río que fluye en una sola dirección, con las experiencias de la raza humana inextricablemente vinculadas de algún modo a la vida de ese fluir. Otras tradiciones consideran el tiempo como una senda, que trasciende las membranas del espacio y que se puede recorrer en dos direcciones. Esta perspectiva sugiere que el tiempo se origina en alguna parte y termina en otra, y nos deja que viajemos y experimentemos los puntos que hay entre medio.
Independientemente de cómo percibamos el espacio que hay entre «entonces» y «ahora», el tiempo se ha convertido en el factor dominante en nuestra forma de ver nuestras vidas. Nuestros días consisten en prepararnos para el futuro, mientras planificamos lo que vamos a hacer al momento, al día siguiente o el próximo año. Desde los hechos aparentemente insignificantes, como dónde comeremos dentro de veinte minutos, hasta los acontecimientos históricos, como el encuentro de dos naves de distintas naciones en el espacio, el tiempo es un hilo común que nos une mediante la sincronización de las experiencias en nuestro mundo.
A la luz de las profecías en lo que respecta a nuestras posibilidades para el futuro, nuestra comprensión del tiempo puede tener más importancia ahora que en ningún
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otro momento de la historia de la humanidad. Hay una antigua escuela de pensamiento, una creencia que ha perdurado durante al menos cinco mil años, que sugiere que el tiempo y los acontecimientos del futuro no sólo están inextricablementerelacionados, sino que también son coherentes y se pueden conocer Además, esta línea de pensamiento sugiere que los acontecimientos catastróficos de las profecías, los que tienen el potencial de amenazar la existencia de nuestra especie, pueden ser conocidos y evita dos, o al menos, podemos prepararnos para ellos. Un renovado equipo de investigación, dirigido por destacados físicos y matemáticos de nuestros días, ahora da credibilidad a esta línea de pensamiento. Una cosa parece ser cierta: para comprender la profecía como acontecimientos que suceden en el tiempo, primero hemos de comprender la naturaleza del tiempo.
CIENCIA CONFLICTIVA
Sorprendentemente, gran parte de la misma ciencia que se ríe de los milagros y de las profecías todavía ha de llegar a un consenso sobre la naturaleza básica del mundo. Aunque nuestra tecnología haya colocado sensores automáticos en la superficie de otros mundos y haya extendido nuestros sentidos hasta los confines de este universo conocido, todavía no está segura acerca de quién estaba antes que nosotros, ni siquiera respecto a la edad de la propia Tierra.
Durante casi cien años, por ejemplo, la física ha estado intentando definir las fuerzas causantes de nuestro mundo actual, las mismas fuerzas que cambiaron el aspecto del tumor de la mujer y comprimieron nuestro sentido del tiempo en Egipto. Se cree que, una vez descubierto, el mecanismo responsable de los acontecimientos de nuestras vidas cotidianas nos describirá el funcionamiento del cosmos. Las teorías de la física clásica y la física cuántica, divididas en dos líneas de pensamiento, forman el escenario para estas dos posibilidades.
La física clásica es el conjunto de leyes que se utilizaron para explicar nuestro mundo hasta aproximadamente la década de 1920. Las leyes del movimiento de Isaac Newton, las teorías de la electricidad y el magnetismo de Maxwell y la teoría de la relatividad de Einstein, por ejemplo, fueron útiles para explicarnos los acontecimientos cotidianos hasta esa época. No obstante, las tecnologías que se están desarrollando, han permitido a los científico ver más allá de los hechos cotidianos, y han visto expresiones de la naturaleza que no podían ser explicadas por la física clásica. Desde el mundo de las partículas subatómicas y las galaxias distantes, empezó a emerger
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una física rectificada para explicar los nuevos fenómenos observados. Al proponer teorías de ciencia ficción de viajar por el tiempo y de universos paralelos, las matemáticas de dichas posibilidades se convirtieron en la ciencia de la física cuántica.
En algunos casos, las dos escuelas de pensamiento no estaban de acuerdo. Una de las claves de la controversia fue si lo que experimentamos en el mundo era producido por una secuencia predeterminada de acontecimientos que podían ser conocidos, o si en el proceso de la vida había un grado inherente de casualidad. En otras palabras, si pudiéramos identificar todos los acontecimientos que conducen a un momento dado, ¿tendríamos la información necesaria para predecir el resultado de un momento, o habría otro agente de cambio que no se podría explicar en dicho conocimiento? Formulada en tiempo presente, ¿puede un acontecimiento, que ya se ha puesto en movimiento, cambiar sin una razón física evidente, sin una fuerza que aparentemente actúe sobre él mismo?
La idea de que un resultado específico ocurre debido a acontecimientos anteriores se denomina determinismo. El determinismo, atribuido al filósofo alemán Gottfried Leibniz, afirma que todo lo que presenciamos o experimentamos en nuestro mundo, indepen-dientemente de su aspecto fortuito, sucede debido a los acontecimientos que lo han precedido. La teoría está mejor descrita con las palabras del propio Leibniz: «Nada tiene lugar sin una razón suficiente; es decir, si alguien tiene suficiente conocimiento, siempre puede explicar por qué las cosas pasan de ese modo ». 1
Últimamente, el determinismo ha sido mejor aclarado por cualificados científicos como Jacques Monod, premio Nobel de Biología en 1965. Monod describe su punto de vista declarando que «cualquier cosa puede ser reducida a simples y obvias interaccio-nes Mecánicas».' Desde esta perspectiva del determinismo, la aparente curación del tumor cancerígeno tuvo lugar debido a hechos que condujeron a ese momento de sanación. Si conociéramos cada uno de esos hechos, el concepto que tenemos de los milagros desaparecería y veríamos la sanación como un resultado lógico de una secuencia de acontecimientos.
En el mundo de la mecánica cuántica, sin embargo, un evento como la compresión del tiempo o la sanación de un tumor ofrece una perspectiva muy diferente. El agente adicional ha sido identificado como «libre albedrío».
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UNA NUEVA FÍSICA
La clave de la física cuántica puede hallarse en el propio nombre de la ciencia. Cuanto se define como «una cantidad discreta de radiación electromagnética». Los físicos hablan ahora de la creación como algo no sólido y discontinuo. La ciencia de la física cuántica ha demostrado que nuestro mundo en realidad se produce en brevísimos y rápidos estallidos de luz. Lo que creemos ver como el balanceo del bateador en el «home plate», por ejemplo, en términos cuánticos es una serie de acontecimientos individuales que tienen lugar muy deprisa y con muy poca distancia entre ellos. Al igual que las múltiples imágenes que forman una película, estos acontecimientos son en realidad minúsculos impulsos de luz denominados cuantos. Los cuantos de nuestro mundo suceden con tanta rapidez que aunque nuestros ojos sean capaces de percibirlos, nuestra mente no diferencia los pequeños estallidos de luz. En su lugar, las pulsaciones son vistas en conjunto como un acontecimiento continuado; en el ejemplo que hemos dado, el balanceo del bateador. La física cuántica es el estudio de estas diminutas unidades de ondas radiantes, fuerzas no físicas cuyo movimiento crea nuestro mundo físico.
En los últimos años, los científicos han recurrido a sus observaciones del mundo cuántico del átomo para explicar los misterios que se han presenciado en los confines del cosmos. Se cree que si un acontecimiento es observado a pequeña escala, quizá se pueda aplicar el mismo mecanismo para comprender los acontecimientos a gran escala. La física cuántica nos permite ahora «milagros» como la desaparición de un tumor y nuestra experiencia del tiempo perdido, posibilidades que antes se consideraban imposibles. Por ejemplo, ¿nuestros vehículos y nuestro grupo sencillamente cambiaron su percepción del tiempo, o sucedió algo todavía más sorprendente? ¿Es posible que esa mañana en el desierto del Sinaí participáramos en un hecho que desafió los límites de nuestra imaginación, la posibilidad de experimentar múltiples realidades y de saltar de un resultado a otro sin tan siquiera ser conscientes de ello?
Si, en realidad, el tiempo transcurre como si fuéramos por una ruta de dos direcciones, ¿es posible que la ruta tenga múltiples carriles? ¿Podrían los acontecimientos empezar en un carril del tiempo y llegar a un punto en otro carril con un resultado distinto? ¿Podemos iniciar una línea de acontecimientos y «saltar» a mitad de camino para obtener un nuevo resultado? Si es así, esto implica la posibilidad de que existan múltiples resultados para un mismo hecho que ya ha comenzado. Las
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implicaciones de este tipo de pensamiento dan un nuevo sentido de esperanza a las predicciones de destrucción y sufrimiento global y, al mismo tiempo, nos invitan a consi-derar las elecciones que hacemos en nuestra vida cotidiana como vínculos directos con experiencias futuras.
La existencia de muchos resultados para un mismo acontecimiento fue predicho en la física cuántica hace casi ochenta años. Actualmente, científicos como Fred Alan Wolf y Richard Feynman han dado un nuevo sentido a estas posibilidades esotéricas vinculando las posibilidades cuánticas a la vida cotidiana. De todas las incertidumbres de un universo con muchas posibilidades, están claros dos componentes. Primero, el hecho que se puedan considerar múltiples resultados implica que cada posibilidad ya ha sido creada y está presente en nuestro mundo. Quizás en algún lugar de la creación, en una forma que todavía hemos de reconocer, hay una mezcla embrionaria de lo físico y lo no físico, cada resultado espera ser llamado al centro de nuestra conciencia. Segundo, mientras un resultado cede su lugar a otro, durante un breve momento los dos ocupan el mismo espacio al mismo tiempo. Mientras un acontecimien4, to llega a la atención de nuestros sentidos, este ha de ser capaz de superponerse a un segundo acontecimiento, aunque sólo sea durante la fracción de segundo en que se cruzan los dos.
La física cuántica propone un nombre para la realidad que tiene lugar durante el tiempo en que dos átomos ocupan el mismo punta; en el mismo espacio, en el mismo momento. Esta consecuencia la denomina condensado de Bose-Einstein, en honor a los autores de las ecuaciones que predicen este caso. Estos condensados ahora se han podido observar y documentar en el entorno de laboratorio. Jeffrey Satinover relata que las condiciones Bose-Einstein se han dado en «condensados de hasta 16 millones de átomos de berilio fusionados producidos en laboratorio a finales de los noventa. Además, Satinover cuenta que el material creado a raíz de los experimentos es «lo bastante grande como para ser visto con los ojos y ha sido fotografiado». Sólo con estos estudios, aunque los sucesos que experimentamos en el desierto egipcio y la sanación que presenciamos en el vídeo parezcan contrarios a las leyes de la naturaleza, entran ya dentro de la conducta prevista de las leyes de la naturaleza que sugiere, la física cuántica.
Quizás el hecho de considerar múltiples oportunidades nos revele uno de los grandes misterios de las ciencias de la creación ¿por qué gran parte de nuestro universo parece no «existir»? Con los grandes ordenadores que siguen las huellas de los pasos de l creación hasta el Big Bang en el principio del tiempo, se desarrolla rápidamente un
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misterioso fenómeno. Poco después del instante en que los científicos creen que empezó nuestro universo, aproximadamente el 90 por ciento del mismo «desaparece», quedando! sólo un 10 por ciento que se puede explicar dentro de los modelos.' Al mismo tiempo. los investigadores de las ciencias de la vida nos piden que consideremos un segundo misterio. Los estudios, sobre el cerebro humano sugieren que los seres humanos utilizamos sólo una fracción del cerebro, aproximadamente un 10 por.; ciento. El funcionamiento del 90 por ciento restante queda por explicar y se cree que está en estado latente. Por supuesto, hay teorías como los «circuitos biológicos redundantes múltiples» y un todavía no realizado estado de evolución en que utilizaremos más el cerebro. Sin embargo, todavía quedan por explicar los cálculos numéricos. Sólo utilizamos el 10 por ciento de nuestro cerebro, y sólo se puede dar una explicación del 10 por ciento de la masa del universo. ¿Dónde está el 90 por ciento restante de la creación y cuál es el propósito de ese 90 por ciento «inutilizado» de nuestro cerebro? ¿Es una coincidencia que estos porcentajes estén tan correlacionados? ¿Qué nos están mostrando u ocultando los modelos informáticos y los biólogos?
Ni el modelo ni los científicos de la vida en el pasado tienen en cuenta una de las dinámicas de la creación más fundamentales y posiblemente la menos comprendida, el componente de la dimensionalidad. En nuestra siempre cambiante visión de la creación, muchos científicos ahora creen que todo lo que conocemos como nuestro mundo, en esencia está formado por la misma sustancia, de diminutas partículas de luz (cuantos) que vibran a diferentes velocidades. Algunas formas de luz vibran tan despacio que aparecen en la forma de minerales y rocas. Otras vibran más deprisa y se manifiestan como plantas, animales y personas, mientras que otras mucho más rápidas son las que crean nuestras ondas de televisión y de radio. Pero, en último término, todas ellas pueden reducirse a una cualidad de luz vibratoria. Las observaciones de los físicos y de los científicos no tienen en cuenta los parámetros de la dimensionalidad, hechos que tienen lugar a un índice de velocidad vibratoria tan elevado que parecen estar más allá de nuestro alcance de percepción física. Las nuevas investigaciones sugieren que nuestro mundo no termina con las vibraciones observadas en los gráficos convencionales de ondas cósmicas, que vibran por encima de los 1022 ciclos por segundo. Los cosmólogos ahora intuyen que poco después del momento de la creación, el universo se estaba expandiendo con tal rapidez que su vibración ya no se podía expresar dentro de las leyes de la experiencia tridimensional. Según esta teoría, ¡el 90 por ciento del universo estaría
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vibrando literalmente en estados más elevados de expresión ! Este 90 por ciento puede representar el lugar donde se encuentran los universos paralelos de la teoría cuántica.
DENTRO Y FUERA DEL TIEMPO: PUNTOS DE ELECCIÓN
Con frecuencia, cuando se hace referencia a las posibilidades paralelas se mencionan las teorías de Hugh Everett III, un físico pionero de la Universidad de Princeton. Everett desarrolló las ideas de universos paralelos como respuesta a los enigmas de las realidades cuánticas. En un ensayo escrito en 1957, que llevaba por título «Relative State Formulation of Quantum Mechanics» [El estado relativo de la formulación sobre la mecánica cuántica], Everett llegó hasta dar un nombre a los momentos del tiempo en que se podía cambiar el curso de un acontecimiento. Llamó a estas ventanas de oportunidades «puntos de elección».' Un punto de elección se produce cuando aparecen condiciones que crean un camino entre el actual curso de los acontecimientos y un nuevo curso que conduce a nuevos resultados. El punto de elección es como un puente que hace posible que comience un camino y que cambie d curso para experimentar un resultado nuevo.
Desde esta perspectiva, en el momento en que los tres médicos la paciente eligieron la visión de que el tumor ya no existía, se estaba trasladando a un punto de elección que daría un nuevo resultado. Al cambiar su sistema de creencias, trascendieron cualquier intento de «sanar» la expresión física de un hecho que ya había ocurrido. Lo que hicieron fue enfocar los orígenes no físicos del tumor y adoptaron un pensamiento, sentimiento y emoción desde un lugar donde nunca había existido. Sus acciones se convirtieron en el atrayente de un punto de elección, permitiendo de ese modo el salto cuántico desde un curso de acontecimientos que ya estaba en camino a otro nuevo con un resultado diferente. Las herramientas que hacen posible semejante cambio se encuentran en sus creencias: los pensamientos, sentimientos y emociones de que la nueva realidad ya estaba en su lugar.
Contrariamente a lo que se piensa de que semejante cambio ha de ocurrir lentamente, en largos períodos de tiempo, la nueva posibilidad ocupó su lugar y la anterior fue eliminada ¡en tan sólo dos minutos y cuarenta segundos!
Los puntos de elección pueden suceder con más frecuencia de la que pensamos. En nuestra definición de los cuantos como pequeñas pulsaciones de luz que crean nuestra
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realidad, abrimos la puerta a una extraordinaria posibilidad: ¡una nueva definición del tiempo! Al igual que ahora los físicos creen que la materia está hecha de múltiples y breves explosiones, en lugar de ser un campo continuo, nuestros antepasados también creían que se producía de un modo similar. En cada estallido experimentamos los eventos que tienen lugar en el mundo. Cuantas más explosiones de luz entrelacemos, más larga será la duración de nuestra experiencia. A la inversa, cuantas menos explosiones, más breve será la experiencia en general.
Para que exista un final en una pulsación de luz antes de que comience la siguiente, debe haber un espacio entre ambas. Podemos entender nuestra experiencia sobre la Tierra como una pequeña metáfora para la experiencia a gran escala del cosmos (como arriba, así abajo), del mismo modo que los esenios hicieron una comparación similar entre la respiración humana y la respiración del cosmos. En el Evangelio esenio de la paz, por ejemplo, se nos recuerda que «en la pausa entre la inspiración y la espiración se ocultan todos los misterios ...».6 En la filosofía esenia, los espacios entre las explosiones cuánticas se pueden ver como pequeñas expresiones de la quietud entre cada respiración. Es en los espacios intermedios, en el silencio entre las pulsaciones de la creación, donde tenemos la oportunidad de «saltar» de una posibilidad a la siguiente. Este es el espacio donde ocurren los milagros.
CUANDO EL TIEMPO SE RALENTIZA
En 1977, el invierno parecía haber llegado de repente en Missouri. Había sido aceptado en una universidad al norte de Colorado para finalizar mis estudios sobre ciencias de la Tierra, pero no estaba, preparado para los interminables recados y trámites burocráticos que ocupaban todos mis días antes de mi marcha. Quizás esta sea la razón por la que hay una cosa que recuerdo muy bien, que destacó entre todas las demás en esos ajetreados días de preparativos.
La semana antes de que comenzaran las clases, fui testigo de tres accidentes de tráfico separados en las carreteras y autopistas, cercanas a nuestra casa. Aunque nunca estuve directamente implicado en ninguno de ellos, yo fui el primero en llegar en los tres casos. En cada ocasión, pude ver lo que iba a suceder y me sentí' impotente para hacer algo al respecto.
En el tercer incidente, yo estaba parado en un semáforo justa' delante de un cruce. De pronto, a mi izquierda, vi un coche azul: pequeño que aceleraba, mientras el resto de los vehículos frenaban para respetar la señal. Miré al semáforo y enseguida supe lo que
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ibas a suceder. La mujer que conducía estaba intentando escurrirse con el semáforo en ámbar. De pronto, el semáforo cambió y vi algo que no había visto antes. Al otro lado del cruce había un vehículo en el mismo carril, pero en sentido contrario. Cuando el semáforo estaba cambiando a rojo, al coche que estaba esperando en el cruce se le puso verde y empezó a girar, justo cuando el coche azul aceleraba: para aprovechar el ámbar. La escena se había desarrollado en un: instante.
Aunque todo sucedió en cuestión de segundos, mi experiencia del momento fue mucho más larga. Una extraña mezcla de impotencia y fascinación me invadió mientras velaba por la seguridad de mi propio vehículo. Vi a cámara lenta cómo chocaban los dos, coches y se encastraban. La mujer que conducía el coche azul llevaba a un niño en el asiento de atrás, según parece sin sillita ni cinturón de seguridad. Mi fascinación se transformó en horror cuando vi al pequeño, vestido con una chaqueta de plumón y la cabeza cubierta con un gorro de punto, salir disparado por el aire y salta sin poder hacer nada hacia los asientos delanteros. A cámara lenta el niño se golpeó con el parabrisas, luego se deslizó hacia abajo por el cristal hasta el salpicadero, para caer sobre una pila de ropa que había en el asiento. Durante esos breves segundos, sentí que el mundo se ralentizaba como si fuera a paso de tortuga. Al igual que cuando estás viendo un vídeo, y vas congelando cada imagen, la escena era muy vívida, lúcida y real.
Muchas personas han relatado experiencias similares, bajo una serie de distintas circunstancias. Comparto esta por una razón. Durante la semana de los tres accidentes, que culminó con el que acabo de describir, observé un tema común en cada una de las experiencias. Estaba claro que yo determiné cómo vi cada acontecimiento por el modo en que sentía lo que estaba viendo. Por ejemplo, el día del tercer accidente, mis emociones de horror se unieron a mis pensamientos de fascinación respecto a lo que estaba ocu-rriendo y lentifiqué mi visión del suceso a paso de caracol. Era como si alguien me hubiera mostrado toda la escena grabada en una baraja de cartas, con cada imagen un poco diferente de la anterior. En tales casos, cuanto más rápido se pasan las cartas, más rápida es la acción. El accidente me recordó precisamente esta metáfora, y los poderes que movían esa baraja lo hacían muy despacio. En ese efecto de tortuga, presencié el accidente y recuerdo detalles específicos que, con toda probabilidad, de otro modo se me habrían pasado por alto. Ese día, mi experiencia de la ciencia cuántica trascendió la teoría y los «¿qué pasaría si?», para convertirse en la realidad de una experiencia muy tangible de ver los acontecimientos, así como los espacios intermedios.
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EL EFECTO MARIPOSA
Por extrañas que puedan parecer las ideas de la teoría cuántica, explican las observaciones de los experimentos subatómicos con tal éxito que en ochenta años no se ha hallado otra mejor. Estos son los experimentos que preparan el camino para nuevas reflexiones sobre nuestro papel en la historia y el destino de la raza humana. En los artículos divulgativos podemos ver que es evidente que los investigadores han estudiado seriamente la posibilidad de observar el tiempo e influir en los resultados. ¿Qué podemos hacer con esa información? ¿Cómo afecta a nuestras vidas, día a día, un conocimiento de tal magnitud?
Para conseguir que esta información tan abstracta desempeñe un papel importante en nuestras vidas, como mínimo hemos de poseer un entendimiento conceptual de cómo trabajan los principios. Al aplicar nuestra nueva física al antiguo don de la profecía, contamos ahora con un vocabulario más amplio para describir las visiones de los antiguos videntes y el papel de sus visiones en nuestras vidas. Sin la ventaja de ese lenguaje y de esos modelos conceptuales, los antiguos profetas con frecuencia se quedaban, sólo con una vaga idea sobre el futuro, tan lejano a su tiempo que ni siquiera tenían las palabras para describir lo que habían visto.
Quizá nuestro concepto del tiempo como una ruta por la que se circula en dos direcciones podría servirnos para aplicar las ideas sobre las profecías previamente sugeridas. Un profeta que se hallara en medio de dicha ruta podría aplicar su don de profetizar proyectando sus sentidos hacia delante o en dirección contraria. En lugar de mirar al horizonte para ver hasta dónde puede llegar su visión del tiempo, las percepciones del profeta en realidad se desplazan por la ruta hasta adentrarse en otra experiencia del espacio E del tiempo. Aunque el cuerpo de Nostradamus parezca estar en el presente, por ejemplo, sentado en una silla delante del hogar de sur, estudio en 1532, de hecho la conciencia del profeta ha navegada por la vía del tiempo hasta la realidad de un futuro distante. La clave para comprender la profecía es que el futuro que se observa es el resultado lógico de las circunstancias en el momento de las profecías. Si algo hubiera de cambiar entre el momento del presente y el tiempo del futuro, entonces los resultados de las profecías, habrán de reflejar ese cambio.
La física cuántica ha dado pie a un maravilloso vocabulario nuevo para poder describir justamente esas experiencias. Descripciones, que en un principio, pueden parecer que muy poco tienen" que ver con la ciencia de la que se está hablando, poseen
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una forma muy elocuente de hacer comprensibles ideas complejas. El «efecto mariposa» es una de esas descripciones. El efecto mariposa, utilizado normalmente para describir la relación entre el momento del cambio y el posible resultado que se producirá a raíz de ese cambio en un tiempo posterior, se conoce formalmente como dependencia sensitiva en las condiciones iniciales. En resumen, este efecto confirma que pequeños cambios en las condiciones iniciales pueden conducir a grandes cambios en un resultado posterior. Al igual que las ideas complejas eran descritas mediante historias sencillas en el pasado, en la actualidad utilizamos una parábola para ilustrar el efecto mariposa. La frase sugiere: «Si una mariposa agita sus alas hoy sobre Tokio, un mes más tarde puede provocar un huracán en Brasil».'
El poder del efecto mariposa nos recuerda lo importantes que pueden llegar a ser los pensamientos y las acciones del momento, y se puede ilustrar gráficamente como un error localizado con consecuencias globales. ¿Es posible que un error aparentemente insigni-ficante, como una mala maniobra del conductor de un dignatario extranjero, pueda provocar una guerra global? Precisamente la historia fue testigo de dicho efecto en el primer cuarto del siglo xx. Era el año 1914 y el dignatario era el archiduque Francisco Fer-nando de Austria. Un documental sobre los desencadenantes de la Primera Guerra Mundial señalaba: «Una equivocación del conductor del archiduque llevó al heredero al trono de Austria a encontrarse de frente con [su asesino] Gavrilo Princip». ¿Qué habría pasado si el conductor hubiera girado por otra calle o si ni siquiera hubiera conducido ese día? Aunque el asesinato del archiduque bien hubiera podido acontecer en otro punto de la línea del tiempo, probablemente no habría sucedido ese día y de ese modo. Quizá la misma equivocación cometida más tarde se habría producido en un mundo cuyo clima político hubiera permitido que todo quedara en un error.
Estas visiones nos pueden servir de recordatorio para no subestimar el poder del efecto mariposa por la delicadeza de su homónima. Al ver las profecías de hace miles -de años sobre nuestro futuro, el efecto mariposa puede explicar por qué algunas de ellas parecen haberse cumplido fielmente, mientras que otras parecen haber fallado por completo. Si tenemos en cuenta que cualquier cambio dentro de la generación en la que se ha hecho la profecía puede afectar al resultado de la misma, es sorprendente que las visiones sobre nuestro tiempo vistas hace miles de años guarden alguna semejanza con la visión original del profeta.
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Si seguimos con nuestra analogía de la ruta, lo que los antiguos profetas puede que supieran, o quizá no, es que en una senda paralela al lado de la ruta del tiempo por la que circulaban, había otra que se movía al mismo tiempo y en la misma dirección. Cerca de esa ruta hay otra, y al lado otra. Cada una de ellas es invisible para las demás. Cada ruta está ocupada por una superposición, copias sutiles de los mismos lugares, acontecimientos y personas en las mismas ciudades, países y continentes. La diferencia entre las rutas es que la experiencia en cada una de ellas cambia ligeramente en relación a su vecina. Cuanto más se alejan las rutas de aquella donde se yergue el profeta, mayores son los cambios. En las que están más cerca, las diferencias pueden ser mínimas y apenas se distinguirán una de otra. Aquí lo importante es que, aunque sutil existe una diferencia.
Si nos remitimos a los profetas de los manuscritos del mar Muerto y del Código de la Biblia, recordaremos que para cambiar el resultado de cualquier profecía para el futuro, hemos de cambiar nuestras vidas en el presente. La física cuántica insinúa que la oportunidad de volver a definir los resultados puede que sólo llegue en intervalos específicos donde las rutas del tiempo se desvíen de sus destinos y se acerquen entre ellas. A veces las rutas van tan paralelas que se tocan. Estos puntos de contacto son los puntos de elección de los que hemos hablado antes.
En vista de las antiguas y las modernas profecías, este concepto de saltar de una ruta a otra en un punto clave de elección se convierte en una solución para el misterio de los milagros, de la sanación y de la compresión del tiempo. Además, esta antigua ciencia ahora bien fundada en la física moderna, ofrece una nueva esperanza ante la presencia de predicciones catastróficas para nuestra futuro. El resultado anteriormente descrito en el Código de la Biblia para el año 2012, por ejemplo, va acompañado de la pregunta: «¿Lo cambiaréis?». En una matriz de posibilidades que empezó a desarrollarse hace más de tres mil años, la posibilidad de redireccionar un resultado potencialmente trágico fue reconocida incluso entonces. El «cámbialo» del Código de la Biblia, las trágicas lecturas de Nostradamus, Edgar Cayce y de los profetas anteriores a ellos, seguidas por escenarios aparentemerite contrarios de paz y redención, son los marcadores de los puntos de elección a lo largo de la ruta del tiempo.
FUTUROS CUÁNTICOS DE LOS HOPI
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Los hopi relatan visiones similares para nuestro futuro con oportunidades igualmente similares para elegir el resultado de lo que queremos experimentar, en términos que pueden parecer más pertinentes para nuestros tiempos. Las tradiciones hopi para la paz, de las que ya hemos hablado en otro capítulo, vistas bajo la perspectiva cuántica, ofrecen nuevas posibilidades para nuestra época actual.
Hace mucho tiempo, a los hopi, cuyo nombre significa «pueblo de la paz»,, se les dio el diagrama de un plan de vida que los guiaría a través de esta época en la historia. Su plan, elocuentemente simple, consiste en dos sendas paralelas, posibilidades paralelas que representan las elecciones de vida de la raza humana. Al principio, los dos caminos parecen muy similares. El superior, sin embargo, se va transformando gradualmente en un zigzag interrumpido que no llega a ninguna parte. A los que siguen ese camino se los representa con la cabeza cortada, suspendida por encima de sus cuerpos. Experimentarán el gran cambio como una época de confusión y de caos que conduce a la destrucción. El camino inferior se extiende como una línea regular, fuerte y estable. Los que eligen este camino viven hasta edades avanzadas y sus cosechas crecen fuertes y sanas.
Aproximadamente a dos tercios de ambos caminos hay una línea vertical que los conecta. Hasta que se llega a este punto de intersección, dicen los hopi, podemos movernos libremente hacia atrás y hacia delante, explorando los dos caminos. Sin embargo, después de este punto la suerte está echada y ya no hay marcha atrás. En lenguaje de física cuántica, esta parte de la, profecía describe un punto de elección, una oportunidad par la humanidad de experimentar los caminos de ambos mundos elegir el que sea verdadero para ellos. En las palabras de la profecía: «Si nos decidimos rápidamente por la senda sagrada tal como él [Creador] la concibió para nosotros, lo que hemos ganado no lo perderemos jamás. Sin embargo, todavía hemos escoger entre los dos caminos»." La Madre Naturaleza nos dice cuál es el camino correcto. «Cuando los terremotos, las inundaciones, los granizos, las sequías y las hambrunas se convierta en algo habitual, habrá llegado el momento de regresar al auténtico camino.»9
El récord de catástrofes naturales que estamos superando e nuestros días es, para los hopi, un indicio de que el momento de purificación ha llegado. La crudeza de dicha limpieza es determinada a medida que nuestras respuestas individuales a los retos d la vida crean un resultado colectivo. En un texto escrito por u grupo de ancianos de la nación
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hopi,10 los acontecimientos específicos del mundo son contemplados como barómetros de nuestro progreso en el desarrollo de un escenario mucho mayor. En estos indicadores se encuentran:
• hambruna general y desnutrición;
• aumento de la violencia y el crimen;
• pérdida de abundantes recursos de agua limpia;
• ruptura y expansión sin precedentes de la capa de ozono de Antártida;
• efectos de la tecnología (pérdida de los bosques tropicales, extinción de la vida salvaje y proliferación de armamento nuclear).
Es en esta época, en el período que viene indicado por los fenómenos que tienen lugar en el mundo, cuando se pondrá a prueba sistema de creencias de las personas y de las naciones. Los ancianos del clan de los hopi describen un escenario de tres «grandes temblores» de tierra. Los dos primeros fueron interpretados por los ancianos de la tribu como las dos primeras guerras mundiales-, el tercero sigue siendo un misterio. No está identificado, pues la naturaleza de este temblor todavía está siendo determinada por la raza humana. «La profecía dice que la Tierra temblará tres veces: la primera vez con la Gran Guerra, la segunda, cuando la esvástica se elevó sobre los campos de batalla de Europa para terminar con un Sol Naciente que se hundía en un mar de sangre.» El tercer temblor «dependerá del camino que tome la humanidad: la codicia, la comodidad y el provecho, o la senda del amor, la fortaleza y el equilibrio»."
Es evidente que estas tradiciones reconocen una relación directa entre la forma en que afrontamos los retos de cada día y el tipo de mundo que experimentaremos en el futuro. El caos del cambio es nuestra oportunidad para refinar nuestras creencias, conservar la parte que funciona y desprendemos de lo que ya no nos sirve. Es nuestra nueva visión del mundo actual perfectamente pulida la que nos conducirá con suavidad a través de los tiempos de futuros retos.
Como sucede con las profecías de los esenios y de Edgar Cayce, los hopi nos transmiten un mensaje de esperanza. Su visión del futuro concluye con una advertencia para que seamos responsables al utilizar los poderes de nuestros cuerpos y de nuestras máquinas. Una vez más se nos recuerda que las decisiones que tomamos a diario
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determinarán la duración y la gravedad de nuestros días de adversidad. Con elocuencia y simplicidad, la profecía de los hopi nos recuerda que la forma en que vivimos nuestras vidas determina el camino que vamos a seguir. La elección está en nuestras manos.
DOBLEGAR EL TIEMPO
Un denominador común al considerar muchas posibilidades y resultados es la referencia a una sustancia que forma el entramado de la creación y la fuerza que actúa sobre esta sustancia. Si existen mundos de posibilidad paralelos, ¿de qué están hechos? El premio Nóbel de física Max Planck conmocionó al mundo con sus referencias a fuerzas de la naturaleza invisibles. Al aceptar el premio Nóbel por su estudio sobre el átomo, hizo una afirmación importante: «Como persona que ha dedicado toda su vida a la ciencia más perspicaz, el estudio de la materia, todo lo que puedo decirles sobre el resultado de mis investigaciones sobre los átomos es lo siguiente: "¡La materia no existe!". Toda materia se origina y existe sólo en virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y mantiene unido al más diminuto de los sistemas solares, átomo... Tras esta fuerza hemos de suponer la existencia de u mente consciente e inteligente. La mente es la matriz de toda materia»."
Puede que la «fuerza» de Planck sea la clave para redirección los resultados postulados por la ciencia y predichos por los antiguos profetas. Quizás el premio Nóbel Richard Feynman fuera quien mejor describió el potencial de predecir nuestro futuro en su ahora famosa cita: «No sabemos cómo predecir lo que va a suceder en un momento dado. Lo único que se puede predecir es la probabilidad de que sucedan distintos acontecimientos. Sólo podemos predecir las excepciones».13 Según esta forma de pensar, está claro que la ciencia está investigando seriamente la relación entre las fuerzas no físicas del cosmos y su efecto en nuestro mundo físico.
El modo en que sintonizamos con los posibles resultados c mediante nuestra visión de la vida. Desde esta perspectiva, cualquier condición que ponga en peligro la vida de un cuerpo ya está sanada, la paz ya está presente, y todos los niños, mujeres y hombres tienen alimento. Ahora se nos invita a elegir la calidad del pensamiento, el sentimiento y
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la emoción que nos permita «doblegar» las ondas del tiempo y traer estas condiciones al centro de nuestro presente.
Y un día los ojos de tu espíritu se abrirán, y conocerás todas las cosas.
EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ
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EL EFECTO ISAÍAS
El misterio de la montaña
En los textos bíblicos modernos, las primeras visiones sobre el futuro son las descritas por el profeta Isaías en el Antiguo Testamento. En los manuscritos del mar Muerto, el buen estado del gran Rollo de Isaías nos permite ver la obra de Isaías como un patrón para comprender las profecías apocalípticas de otras tradiciones, así como vislumbrar nuestro futuro a través de los profetas bíblicos. Con ello, eliminamos la tediosa tarea de examinar a fondo cada uno de los cuatro libros mayores y los doce menores de las profecías bíblicas. Este enfoque generalizado hace posible contemplar estas antiguas tradiciones desde un plano más elevado y buscar patrones de ideas, en lugar de enfocarse en los detalles de cada una de las visiones y en compararlas entre ellas. Cuando hacemos esto, aparece una posibilidad interesante y quizás inesperada.
En los capítulos anteriores insinuamos que en las profecías de Isaías había un patrón de una época de destrucción, de cambios catastróficos y una casi incomprensible pérdida humana, seguida de un tiempo de paz y sanación. Los elementos de tal predicción están claramente presentes. Una parte específica de sus profecías, denominada el Apocalipsis de Isaías, revela todavía con mayor amplitud la naturaleza dual de las visiones del profeta. Describe un tiempo en su futuro en que «la Tierra está contaminada debido a sus habitantes, pues han quebrantado las leyes, violado el derecho, roto la antigua alianza... Por eso, los que moran sobre ella se consumen y pocos sobreviven» (Is., 24,5-6). Isaías sigue describiendo un violento movimiento de la Tierra, así como una conducta inusual de la Luna y el Sol: «Los cimientos de la Tierra temblarán. La Tierra será quebrantada del todo, enteramente desmenuzada, la Tierra será conmovida... La Luna se ruborizará y el Sol se avergonzará ...» (ib., v 23).
Tras los momentos más oscuros de su visión sobre el futuro de la Tierra, el Apocalipsis de Isaías hace un inesperado e interesante giro. Isaías, de pronto, sin apenas dar indicios del cambio que se va a producir, empieza a describir un tiempo muy diferente en su visión del futuro, una época de felicidad, de paz, de vida. En la siguiente parte de su revelación, todavía considerada de naturaleza apocalíptica por los eruditos, describe un
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tiempo en que es creada una «nueva tierra» y un «nuevo cielo». Durante este tiempo, «de las cosas pasadas ya no se hará más memoria, ni recuerdo alguna Sino que habrá alegría y regocijo eterno... Nunca jamás se oirás voces de llanto ni de lamentos» (ib., 65,17-19). Y esta secuencia de acontecimientos nos hace creer que acontecimientos felices seguirán a los trágicos, que uno ha de preceder al otra en el orden sugerido por el texto. ¿Por qué las profecías de Edgar Cayce, de Nostradamus, de los ancianos amerindios y otras parecen tan contradictorias a veces, ofreciéndonos un mensaje con una mezcla de esperanza y posibilidad junto con aterradoras visiones de muerte, desintegración y destrucción catastrófica para el mismo período de tiempo? ¿Cabe la posibilidad de que estas antiguas visiones sobre nuestro futuro ofrezcan una alternativa que confiera tanto poder y sea tan extraordinaria que ni siquiera los profetas pudieran darse cuenta de las implicaciones de sus propias visiones? Esta es precisamente la impresión que nos transmite la profecía de Daniel en uno de los últimos capítulos del Antiguo Testamento. Tras habérsele ofrecido una rara visión de un futuro lejano, parece como si Daniel no comprendiera plenamente lo que le habían mostrado`. Sin un marco de referencia para las cosas que él había presenciado en su futuro, ¿cómo podía entenderlo? Cuando ya estaba llegando al final de su excursión por el tiempo, el guía que le ha conducido por el futuro sencillamente le sugiere: «Pero tú anda hasta el final. Reposarás, y al final de los días te levantarás para gozar de tu herencia» (Dn 12,13).'
Cuando Isaías compartía sus visiones, ¿estaba prediciendo acontecimientos reales que iban a ocurrir con toda seguridad, o más bien describía revelaciones de una posibilidad cuántica con un significado tan inesperado que ha sido un misterio hasta el siglo XX? Cuando contemplamos la descripción de Isaías de la vasta cantidad de diferentes futuros para el mismo momento en el tiempo con los ojos de nuestra nueva física, nos damos cuenta de que existe una sorprendente correlación con las descripciones modernas de los resultados cuánticos. En tales discusiones, los futuros visionados por Isaías se convierten en ondas de posibilidades en lugar de resultados fácticos. Además, la ciencia cuántica permite que las personas que estamos viviendo actualmente cambiemos los resultados catastróficos del futuro. La clave es comprender cuándo y cómo se presentan las oportunidades para el cambio.
El ejemplo del capítulo 1 de la oración masiva por la paz en la víspera de una campaña militar aérea contra Iraq supone un maravilloso ejemplo de lo que son tales opciones. Para algunos observadores, la orden de iniciar el ataque, seguida al cabo de
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unos minutos por la contraorden de abortar la misión, tenía poco sentido, pero desde la perspectiva del fino velo entre las posibilidades cuánticas, los acontecimientos de ese día eran perfectamente coherentes.
Esa tarde miles de personas, en al menos 35 países de los seis continentes, habían acordado unirse en una vigilia masiva por la Paz que hizo eco en todo el mundo. Coordinada a través de Internet y de la World Wide Web,' la oración fue seguida por familias, organizaciones y comunidades como una voz de paz que trascendió las fronteras políticas de los Gobiernos y de las naciones. La vigilia no fue una protesta en contra del bombardeo a Iraq o de alguna política, gobierno o situación de alguna parte del mundo. Fue una llamada de miles de corazones y mentes a respetar lo sagrado de la vida, que se convirtió en una opción única y unificas da para hacer eco de un sencillo mensaje: paz en todos los mundos y naciones para toda vida.
En cuestión de horas, el curso de los acontecimientos en Ira había cambiado. Ese día, ante los ojos del mundo, fuimos testigos del poder de la conciencia humana mientras esta reorganizaba las piezas de los eventos que ya se habían puesto en movimiento. En lugar de súplicas dispersas de personas que pedían la intervención divina en una situación que parecía inevitable, la opción sincronizada de muchas personas, coordinada a través del milagro de Internet, se coló entre los velos de las posibilidades cuánticas para producir un fruto que afirmara la vida mediante la paz.
En nuestra calidad de ser únicos como naciones, familias e individuos, el viernes 13 de noviembre de 1998 compartimos una experiencia común. Oculto en los recónditos parajes de nuestra memoria colectiva, como si fuera un secreto de familia, considera, do tabú durante tanto tiempo que los detalles se hubieran perdida; nuestra oración por la paz abrió la puerta a inmensas oportunidades de sanación y de cooperación internacional, y a mayores expresiones de amor para nuestros seres queridos. Esa tarde de noviembre dimos un suspiro colectivo de alivio, a la vez que rescribíamos una consecuencia que parecía inevitable. Con ello, presenciamos nuestro poder para terminar con el sufrimiento en el mundo.
¿Cómo podemos probar científicamente que durante la oración de miles de personas, una nueva posibilidad substituyó a la guerra que ya estaba en curso? Al mismo tiempo, ¿qué otro poder que no sea la paz podría haber actuado ante semejante oración? Teniendo en cuenta esto, ¿cuáles son las implicaciones de opciones similares para el futuro de nuestro mundo?
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Durante casi tres milenios, los eruditos han examinado las claves que nos dejó Isaías para averiguar lo que podemos esperar para el futuro. Puesto que las culturas han cambiado, nuestra interpretación de su profecía también lo ha hecho. Las traducciones que `se hicieron durante los tiempos de la Inquisición española, por ejemplo, reflejan los rigurosos límites impuestos por la Iglesia para la interpretación mística. Hoy en día el lenguaje de la ciencia cuántica ofrece una nueva y ampliada visión de las predicciones de Isaías sobre el futuro.
Quizás el misterio de las profecías de Isaías fuera revelado en el momento en que se escribieron. Como si invitara a las gentes de un tiempo futuro a ver más allá de lo que parece obvio, escribe: «Para vosotros todas estas revelaciones son como las palabras de un manuscrito sellado, que cuando se lo dan a alguien que sabe leer y le dicen, "léelo", éste respondería: "No puedo, está sellado"» (Is 29,11). En este curioso pasaje, uno de los pocos de esa índole, Isaías hace una sutil observación sobre la actitud de las generacio-nes venideras en cuanto a su visión del tiempo. Sabe que las gentes del futuro que «puedan leer» su profecía, podrán comprender este mensaje. Sin embargo, ellos no lo reconocen porque nunca se les ha revelado el contexto.
¿Podría suponer el «sello» de Isaías el descubrimiento de las leyes fundamentales de la creación, de la naturaleza del tiempo? Si en realidad estaba ofreciendo estas revelaciones a una generación de su lejano futuro, ¿cómo podía ser entendida la visión de Isaías sin los elementos de la física del siglo xx? Al mismo tiempo, ¿qué palabras se podían haber utilizado en sus días para transmitir tan poderoso y abstracto mensaje para las generaciones futuras? El profeta nos ofrece una clave para descifrar su aparente misterio cuando describe cómo los habitantes del lejano futuro de la Tierra puede que elijan cuál de sus visiones quieren experimentar. Con ello, Isaías nos abre la puerta a una senda que puede cambiar para siempre las actitudes de la humanidad, y a su vez, conseguir nada más y nada menos que cambiar el curso de su historia.
Isaías perfila una forma de conducta que nos permite escapar de la oscuridad que ha presenciado. Empieza a referirse a una clave mística a través de la cual las personas de cualquier generación podrán cambiar los acontecimientos que se encuentran en su probable futuro. Esta clave se identifica en su visión con un «monte» (ib., 25,6-7). Dentro de ese monte Isaías describe un «refugio para los pobres, para los necesitados afligidos; cobijo para la lluvia sombra para el calor» (ib., 25,4). En un pasaje especialmente inte-resante, el profeta habla de un tiempo que en la presencia de la montaña, «el velo que
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ciega a los pueblos, la malla que envuelve a todas las naciones», serán destruidos. Aquí encontramos una de las primeras pistas para esta profecía en particular. Es evidente que se está refiriendo al monte como la clave del refugio y del poder. Justamente, ¿qué es el monte de la profecía de Isaías?
Algunos investigadores creen que se refiere a un lugar físico, a un centro de poder y santuario para los afortunados que lo descubran. Otros sugieren que el monte de Isaías era algún tipo de código, un cerrojo del tiempo para asegurar que su mensaje sólo sería revelado cuando se comprendieran los principios para emplear esta sabiduría. Aunque ambas teorías pueden ser factibles, quizás el misterio de la profecía pueda ser explicado de un modo más sencillo. La identificación del monte de Isaías podría ser un maravilloso ejemplo de cómo el paso del tiempo y la evolución de las culturas ha distorsionado el contexto original hasta tal punto que el mensaje original se ha perdido, o al menos ha quedado oculto, en el proceso.
Con frecuencia, en las referencias modernas a los antiguos textos bíblicos hallamos palabras específicas marcadas con una nota a pie de página que indica que puede que existan usos, interpretaciones o significados diferentes para las mismas. Este es el caso del monte de Isaías. Además de la posibilidad de que tanto los traductores como el lenguaje indujeran a error, en este punto todavía hay otro factor que disfraza -el significado original: el uso de las metáforas y los símbolos. Los eruditos dicen que durante el tiempo en que se escribió la Biblia, la palabra monte era generalmente simbólica y se usaba para representar la «Jerusalén celestial» (ib., 25,6). Más que un lugar físico -en este caso la ciudad de Jerusalén-, 10 notas a pie de página indican claramente que dicha palabra se usa en sentido metafórico. No obstante, el sentido de una «ciudad celestial» sigue siendo un tanto confuso, hasta que las investigaciones revelen alguna pista adicional. Nuestra Biblia actual es el producto de anteriores traducciones del hebreo. Si nos remitimos a esta frase con las palabras precisas en su idioma original, descubrimos un significado inesperado, aunque no sorprendente.
En hebreo, la palabra para Jerusalén es Yerushalayim. Aquí la definición se vuelve muy clara: significa «la visión de la paz».' Por fin se desvela el misterioso significado del mensaje de Isaías. ¡El monte de Isaías no es un lugar físico sino una referencia al poder de la paz! Con esta aclaración, podemos leer su profecía como: «La visión de la paz proporciona refugio a los pobres, a los necesitados afligidos; cobijo para la lluvia, sombra
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para el calor. Ante la presencia de la visión de la paz, el velo que ciega a los pueblos, la malla que envuelve a todas las naciones, serán destruidos».
Esta nueva comprensión de la profecía de Isaías ofrece una visión renovada del poder que encierra este antiguo mensaje. Cuando vio Isaías algunos momentos clave de nuestro futuro, fue testigo de dos posibilidades muy distintas: la de una época de sanación y la de un tiempo de destrucción. Al igual que haríamos hoy en día, el gran profeta describió su visión con las únicas palabras que conocía, y nos alertó de una posibilidad en nuestro futuro basada en cierto curso de acontecimientos. Al mismo tiempo, advirtió a quienes leyeran sus profecías que reconsideraran las decisiones que tomaran en sus vidas y, al hacerlo, evitarían el sufrimiento que él había presenciado como posible futuro.
EL EFECTO ISAÍAS
Está claro que entramos en una nueva era de entendimiento de las ciencias interiores de la oración, de la profecía, y de los agentes de cambio que Isaías y otros reconocían en sus escritos. Engañosamente simples, las profecías de Isaías nos recuerdan dos cosas. Primero, a través de la ciencia de la profecía podemos vislumbrar las futuras consecuencias de lo que hacemos en el presente. Segundo, representamos el poder colectivo para elegir qué futuro queremos experimentar. Mediante el respeto hacia los demás en nuestra vida cotidiana, podremos encajar las experiencias que traerán el futuro que deseamos. Este es el efecto Isaías, la expresión de una antigua ciencia que afirma que podemos cambiar el resultado de nuestro futuro a través de las decisiones que tomamos en el presente.
Ahora, la física cuántica nos brinda el lenguaje que da sentido a esta sofisticada tecnología en nuestras vidas. Con ello, conferimos poder a nuestras familias, comunidades y seres queridos con el sencillo y eficaz mensaje de respetar la vida en nuestro mundo. Si elegimos la paz en nuestra vida, aseguramos la supervivencia de nuestra especie y el futuro del único hogar que conocemos. Ya hemos sido testigos del poder del efecto Isaías. Sabemos que funciona. Ahora, la pregunta es: ¿cómo ponemos en práctica este principio cuántico de la elección en nuestra vida cotidiana como una familia global?
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Cuando se utiliza la oración y la meditación en lugar de confiar en nuevas invenciones que crean más desequilibrio, entonces también ellos [la humanidad] hallarán el verdadero camino.
ROBERT BOISSIERE MEDITATIONS WITH THE HOPI
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ENCUENTRO CON EL ABAD
Los esenios en el Tíbet
En mis estudios de las tradiciones esotéricas del Perú, Tíbet, Egipto, Tierra Santa y del suroeste de América del Norte, destaca un tema que es fascinante y curioso a la vez. Las profecías de cada una de estas culturas parecen maleables, como arcilla tierna en las manos de un escultor. Al igual que la forma final de la arcilla de un escultor viene determinada por el gusto y el movimiento del artista, el tema de estas antiguas tradiciones da a entender que somos nosotros los que estamos dando forma al fruto y al destino final de la humanidad en cada momento de nuestras vidas.
Curiosamente, he descubierto algunas de las referencias más claras a estas tradiciones en documentos de Oriente Próximo, concretamente en los rollos de Qumrán de la zona del mar Muerto. Las referencias hablan de un linaje de sabiduría tan antiguo que ya era viejo en los tiempos del Egipto clásico, hace más de tres mil años. Siempre he pensado que si existía semejante información, qué mejor lugar para guardarla que en los remotos retiros espirituales de una tierra a la que todavía no ha llegado la tecnología moderna. Seria en un lugar así donde las tradiciones perdidas en Occidente hace mucho tiempo puede que todavía se conservaran en la forma de los rituales cotidianos de sus habitantes. Aislados del mundo exterior hasta 1980, los apartados monasterios de la meseta tibetana parecían proporcionar justamente ese entorno.
En el mes de abril de 1998, tuve el privilegio de organizar una peregrinación a las altas montañas del Tíbet en busca de tales tradiciones. Irónicamente, no fue hasta que regresé del viaje que mi sospecha fue confirmada por escrito. Al cabo de unos días de haber llegado a casa en Estados Unidos, recibí un manuscrito de los nazireos, una secta de los antiguos esenios, que había sido traducido recientemente. Este texto decía que los recipientes de información, al igual que antiguas cápsulas del tiempo, habían sido estratégicamente escondidos por los esenios durante el siglo i, a fin de conservar su sabiduría para las generaciones futuras. Entre los lugares que se mencionaban
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claramente como depositarios de tales textos se encontraban los remotos monasterios y conventos de monjes y de monjas tibetanos.
Con la ayuda de un experto en culturas asiáticas que conocí en Inglaterra hace cuatro años, nuestro grupo fue hábilmente conducido por el paisaje tibetano hasta adentrarse en los pueblos aislados, los monasterios ocultos y los templos de cientos de años de antigüedad. Durante veintiún días estuvimos inmersos en la presencia del pueblo tibetano, en el halo sagrado que envuelve sus vidas y en la abrupta magnificencia de su tierra. Cruzamos ríos poco profundos sobre balsas de madera, recorrimos caminos desgastados y experimentamos la euforia de los pasos de montaña a más de 5.000 metros de altitud por encima del nivel del mar. Durante dos tercios del camino incluso tuvimos que abandonar la seguridad de nuestro autocar y trasladamos a un camión de fruta abierto que nos esperaba al otro lado de un corrimiento de tierra de unos cuatro pisos de altura.
Casi un tercio del viaje transcurrió a través de la zona montañosa de la meseta, por los pueblos, conventos y monasterios remotos que rara vez han visto personas de fuera de Asia, donde la gente vive como hace cientos de años, respetando las tradiciones de sus antepasados. Cada vez que entrábamos en el patio de un complejo de templos, era como si hubiéramos penetrado en una imagen congelada hace siglos de las tradiciones tibetanas. A cada paso de nuestro viaje éramos acogidos con una apertura y calidez que excedía todo lo imaginable en el entorno de la extraña belleza que impregnaba esa desolación. El propósito de nuestra peregrinación era presenciar, experimentar y aportar pruebas de ejemplos vivos de una tecnología interna que sospecho que se perdió en Occidente hace casi dos mil años. Hoy en día conocemos fragmentos de esta ciencia denominada tecnología interna de la oración.
BENDECIDOS POR EL ABAD
Un rayo de luz asomaba por algún lugar situado bastante por encima del suelo del templo. Este rayo único tenía una curiosa cualidad tridimensional, como si pudiera rodearlo con mis manos y trepar hasta su fuente. El rayo cortaba con precisión el frío y húmedo aire, denso por el humo de las innumerables lámparas de manteca y por el incienso. Giré la cabeza para ver de dónde procedía la luz. Seguí el rayo desde el punto
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donde contactaba con el resbaladizo y oleoso suelo hasta su fuente, y pude ver una apertura bastante por encima de nuestras cabezas. A través de una pequeña ventana cuadrada podía vislumbrar el cielo tibetano de un color azul intenso. Salvo por la pequeña linterna que había sacado de mi mochila, este rayo del sol directo de la mañana era la única luz en el laberinto de intrincados pasillos y corredores sin salida. Me grabé mentalmente la apertura que había por encima de mi cabeza. Esta sería mi referencia con el exterior en caso de que no hubiera otros corredores que condujeran hacia el lugar de donde veníamos.
Mi esposa y yo habíamos cruzado con un grupo de veinte personas el escarpado territorio de la zona montañosa tibetana, sorteado caminos de piedra y tierra por los que escasamente pasaba un todoterreno, hasta llegar a este lugar. Durante años de investigación personal sobre las tradiciones antiguas he observado que éstas hacían alusión a un linaje de sabiduría olvidada en las sociedades occidentales. Las enseñanzas de las escuelas de misterio, órdenes sagradas y sectas esotéricas perdidas después de los tiempos de Cristo, señalaban un linaje común de sabiduría olvidada aproximadamente hace mil setecientos años. Quizá la evidencia más clara de estas tradiciones se encuentre hoy en día en el legado de las misteriosas comunidades descritas en los primeros capítulos, los antiguos esenios.
Las constantes referencias a los esenios terminaron por conducirme a una serie de viajes en busca de pruebas directas y tangibles de sus enseñanzas y de su importancia en nuestro mundo actual. A mediados de los ochenta estuve en los desiertos de Egipto, hice senderismo por los altos Andes peruanos y bolivianos y pasé numerosas estancias en los desiertos del sudoeste de América del Norte en busca de pruebas actuales de su sabiduría perdida. Mi lógica era que una enseñanza tan universal tenía que haber dejado más de un texto o manuscrito aislado, al estilo de los manuscritos del mar Muerto. Por significativos que puedan ser los manuscritos antiguos, las pruebas reales las hallaremos en la historia, en las enseñanzas y en las tradiciones de las propias personas. Quizá las posibilidades sean tan obvias que en los últimos tiempos se han pasado por alto.
En lugar de especular sobre textos de dos mil años de antigüedad y sobre aquello a lo que puedan estar haciendo referencia las traducciones, en presencia de los pueblos indígenas que viven la sabiduría perdida, pudimos ser testigos de sus prácticas en la actualidad. Durante el tiempo que estuvimos juntos, pudimos perfilar nuestras preguntas y comprobar nuestras respuestas con una claridad que hasta ahora no había sido posible
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en las traducciones de las paredes de los templos y de los arrugados manuscritos. Además aumentó nuestro respeto por los guardianes de nuestra sabiduría perdida, adquirimos una nueva comprensión de su cultura y de sus vidas.
La clave de esta sabiduría está en encontrar documentos bastante precisos que hayan sido conservados durante mucho tiempo por algún pueblo y estén prácticamente intactos y sin alterar. Si había un lugar así, si todavía existe hoy en día, el Tíbet me pareció un buen sitio para empezar. Aislado como ha estado del resto del mundo hasta 1980, muchas de las enseñanzas y archivos se han conservado precisamente en el mismo lugar donde se colocaron hace siglos. Escondida en el «techo del mundo», en monasterios y conventos construidos hace 1.500 años, la sabiduría del linaje de los esenios debería estar a la vista, conservada en los rituales y en la vida y costumbres de las gentes del lugar. Allí estábamos en su búsqueda, arrastrando los pies a través de uno de los oscuros pasillos de uno de esos monasterios.
Aunque nos habíamos aclimatado durante más de catorce días, el rápido movimiento de mis ojos de un lado a otro todavía me producía un efecto de mareo. Hice un esfuerzo por inhalar profundamente en cuanto me di cuenta de que mi respiración se había vuelto superficial y rápida. Sin dar tiempo a mis ojos a que se adaptaran, di un paso hacia delante con cuidado hacia una tenue luz cerca del final del pasillo cargado de humo. A mi lado había unas inmensas figuras que parecían acecharnos, y la luz de mi linterna creaba un tenue camino hacia la apertura. Sin detenerme, primero giré hacia un lado y luego hacia el otro, para iluminar las formas humanas esculpidas en proporciones gigantescas. El brillo de mi linterna descubrió grandes pinturas detrás de cada figura, murales que se perdían en la oscuridad hacia un techo que sólo podía adivinar que estaba allí.
De pronto mi atención se apartó de las siniestras figuras para centrarse en un apagado y familiar sonido que venía de lejos. Como un zumbido grave de muchos sonidos relacionados, las notas se fundían en un tono continuo. Parecía que venía de todas partes a la vez. Proseguí pisando con cuidado el terroso suelo, resbaladizo por los seiscientos años de derramarse el aceite sobre él. Los monjes que se apresuraban por este corredor con sus urnas de manteca de yak lo habían convertido en un camino peligroso. Era el único acceso a la estancia más sagrada del monasterio. Cuando crucé un umbral de madera con relieves, el sonido fue aumentando de intensidad. Al pisar el frío suelo, tuve que volver a dejar que mis ojos se adaptaran.
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Las tres paredes de esta diminuta cámara me rodeaban con el parpadeo de pequeñas llamas. Cientos de velas de manteca de yak en deslustradas lámparas de latón iluminaban la habitación con un resplandor casi surrealista. Aunque cada lámpara era pequeña, el calor que producían todas ellas en conjunto hacía que la habitación resultara considerablemente cálida. Un joven monje se sentó delante de mí, marcando rítmicamente un sonido en un estado como de trance, mientras cantaba un canto del libro de oraciones que tenía delante. La voz de Xjinla, nuestro traductor, me susurró al oído (En tibetano, el sufijo -la se añade al final de un nombre como señal de respeto. De ahí que el nombre de «Xjin» se convierta en «Xjinla».)
-Esta es la sala de los protectores -dijo Xjinla. Y adelantándose a mi pregunta, antes de que se la formulara, prosiguió-: Los protectores son las deidades que invocamos para alejar a las fuerzas de la oscuridad que puede que intenten adentrarse en la siguiente habitación.
* Se han cambiado los nombres de nuestros guías y traductores para respetar su intimidad.
Siguiendo las normas del monasterio, respetuosamente pasamos por la izquierda, dejamos atrás al monje y nos dirigimos a la puerta de la siguiente estancia. Yo fui el segundo en entrar, después de nuestro guía. De poco más del tamaño de un pequeño cubo, el espacio parecía estar aún más reducido por una viga de refuerzo que se encontraba justo en el medio.
Allí, al pálido reflejo de aproximadamente media docena de velas, estaba la razón de haber recorrido medio mundo, viajado por dos continentes, cruzado diez husos horarios y habernos adaptado a uno de los aires más rarificados de la Tierra. Sentado con sus piernas hábilmente colocadas sobre gruesos cojines de lana debajo de sus hábitos estaba el abad del monasterio, el anciano guía espiritual de esta secta de monjes. Me sentí muy honrado de tener la oportunidad de estar unos pocos y valiosos momentos en presencia de este hombre. Para mi sorpresa, esos primeros momentos serían el inicio de una audiencia que duraría casi una hora.
Las formalidades fueron lo primero. Todos llevábamos un chal de color blanco para ofrecérselo en señal de respeto. Nos habían dado instrucciones para doblar cuidadosamente el chal, que se llama bata, llevárselo al abad y entregárselo. Tras recibir
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su presente, el abad o acepta el chal como regalo o te lo devuelve bendecido. Si los guarda, recuerdo haberme preguntado: ¿qué hará este hombre con veinticuatro chales en su diminuta habitación?
Xjinla fue el primero en ofrecer su bata, y con ello nos enseñó cómo hacerlo: se arrodilló al nivel del hombre de aspecto frágil sentado sobre cojines. Inclinando su cabeza, este tibetano presentó su chal en señal de respeto con las manos abiertas y mirando hacia arriba. El abad lo aceptó, se lo puso y se lo volvió a sacar bendiciéndolo, para después devolvérselo a Xjinla colocándoselo alrededor del cuello mientras este todavía estaba inclinado ante él. Yo fui el siguiente.
Al acercarme, al abad, de pronto sentí una extraordinaria sensación de eternidad, ese sentimiento que tiene lugar en un momento en que el mundo parece ir a cámara lenta. Muy lentamente, me incliné con respeto, presenté mi bata y esperé a que el abad me lo devolviera. Parecía que habían pasado muchos segundos, con seguridad más de los que debería haber durado el ritual. En un acto de curiosidad, levanté la cabeza justo en el momento en que el abad se inclinaba hacia mí. Levantó los brazos para colocarme el chal alrededor del cuello, sostuvo gentilmente mi cabeza entre sus manos y tocó su frente con la mía.
Al momento sentí una afinidad con este hombre a quien había visto por primera vez hacía tan sólo unos minutos. La afinidad de pronto se convirtió en confianza: levanté la vista y me atreví a mirarle directamente a los ojos. Lo que sé es que esos segundos fueron eternos. Consciente de que había violado la costumbre de mantener la cabeza inclinada durante la ceremonia de ofrecimiento, no estaba seguro de cómo iba a ser recibida mi mirada. La incomodidad fue muy breve. El abad demostró su dominio substituyendo la inseguridad del momento con gracia y soltura. Con su gesto de apertura, supe que mi tiempo para la ceremonia había terminado. También supe que algo se había abierto, una oportunidad para explorar los recuerdos de este hombre y la experiencia de sus enseñanzas. Era el turno de la siguiente persona.
EL SECRETO DE LA ORACIÓN
Tras veinte bendiciones similares, el abad se recostó en silencio sobre su asiento, cerró los ojos y se concentró en nuestro encuentro. Este era el momento
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que todos esperábamos. Había solicitado una audiencia con este hombre santo con el fin de conectar con su antiguo linaje de sabiduría. Si realmente los esenios habían emigrado al Tíbet después de la muerte de Cristo, en los rituales tibetanos actuales se podrían reconocer elementos de la tradición esenia. Bajo la guía de Xjinla, le hice las preguntas por las que había recorrido medio mundo.
-Xjinla, por favor, pregúntale al abad sobre las oraciones que hemos escuchado en los monasterios -comencé-. ¿Nos podría describir qué entraña la oración y cómo se consigue?
-Xjinla me miró, como esperando el resto de la pregunta. -¿Algo más? -preguntó-. Quizás es que no entiendo la pregunta.
Hay muchas palabras en tibetano que no tienen una correspondencia directa en inglés. Para comunicar conceptos, suele ser necesario crear una frase u oración breve en inglés para hacer una descripción equivalente en tibetano. Me di cuenta de que ese era uno de esos momentos. Reorganicé mis pensamientos y volví a formular la pregunta en el inglés más sencillo que pude sin cambiar el sentido de mi pregunta:
-Concretamente, cuando vemos los cantos, los tonos, los mudras y los mantras desde fuera -pregunté-, ¿qué le está sucediendo interiormente a la persona que está orando?
Xjinla se dirigió al abad, que esperaba pacientemente mi pregunta, y comenzó el proceso. A veces, el abad cerraba sus ojos durante varios minutos como respuesta a una frase pronunciada por Xjinla. En otras ocasiones, murmuraba una breve respuesta acompañada por un gesto o un suspiro. Xjinla hacía todo lo posible por convertir la explicación del abad de una experiencia sutil en su equivalente en inglés antes de compartir la traducción. Al escuchar nuestra pregunta corregida, el abad me miró dibujando una leve sonrisa en su cara. Hay sonidos que no necesitan traducción.
-¡Aaaah! -exclamó en un tono pensativo.
Por su tono de voz supe que nuestra pregunta había dado directamente en el clavo de lo que se estaba practicando en su monasterio y en otros en los que habíamos estado durante el viaje. Su incipiente sonrisa se convirtió en una sonrisa abierta mientras apretaba los labios y emitía un sonido diferente.
-¡Uuuum! -Observé cómo sus ojos se enrollaban hacia el techo que estaba oscurecido por el hollín de las innumerables lamparillas que habían ardido durante cientos
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de años. Fijó su mirada en un lugar invisible por encima de él. Utilizando el lugar en el techo como punto de enfoque, el abad buscó las palabras para reconocer la esencia de mi pregunta. Recuerdo haber pensado que mi pregunta era como pedirle a alguien que describiera el sentido de la vida en veinticinco palabras o menos. Este hombre, que no sabía nada sobre mi educación, evolución espiritual, tendencia religiosa o intenciones, intentaba hallar una forma de hacer honor a mi pregunta. Estaba buscando por dónde empezar.
«Ahora empezamos a entendemos», pensé para mis adentros. «¿Qué puedo hacer para facilitarle al abad mi pregunta?» Recordé las traducciones de los manuscritos esenios del mar Muerto y pensé en el lenguaje que se utilizaba hace dos mil quinientos años para describir la tecnología perdida de la oración. Los textos se centraban en los elementos de la oración: pensamiento, sentimiento y cuerpo. Lo último que pretendía hacer era sugerirle una respuesta al abad. Volví a formular mi pregunta con cuidado.
-Xjinla -pregunté, interrumpiendo por un momento el Curso del pensamiento del abad-, lo que me interesa es cómo se crea la oración. Cuando vemos las expresiones externas de los oradores en las salas de canto, ¿cuál es el resultado? ¿Adónde les llevan las oraciones?
El abad miró, ansioso por escuchar la traducción de Xjinla de mi reformulada pregunta. Eso fue lo que hizo Xjinla con rapidez y con una frase notablemente corta. Yo sabía que nuestra insistencia nos estaba llevando a alguna parte. Sin tan siquiera detenerse a pensar, el abad exclamó una sola palabra. Entonces la repitió, seguida de un estallido de sonidos tibetanos muy distintos de las frases que había estudiado en los libros de texto. Enseguida desistí de mis intentos de entenderle directamente. Mientras observaba al abad y fijaba en él mi mirada, mi atención se centró en Xjinla. Casi podía ver el proceso en su mente. En lugar de traducir todas las palabras del abad al inglés, escuchaba el tema de la idea que estaba comunicando y luego transmitía los puntos más importantes.
-¡Sentimiento! -dijo Xjinla-. El abad dice que el objeto de cada oración es alcanzar un sentimiento. -El abad asentía con la cabeza como si comprendiera la traducción de Xjinla-. Los movimientos exteriores que ves son un despliegue de movimientos y sonidos que nos ayudan a conseguir ese sentimiento -prosiguió Xjinla-. Nuestros antepasados los han utilizado durante siglos.
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Ahora la sonrisa iluminaba mi rostro. Aunque ya imaginaba que la nebulosa fuerza del «sentimiento» era el factor de las oraciones tibetanas, por primera vez se confirmaba mi sospecha. El abad nos decía que el sentimiento era algo más que un factor en la oración. Hizo hincapié en que el sentimiento era el centro de cada oración.
Al momento, mi mente se trasladó a los textos esenios. En el lenguaje de sus tiempos, esos antiguos escritos describen brillantemente una experiencia que hoy en día consideramos como una forma de oración. Al igual que las enseñanzas de los esenios ha-cían referencia a las fuerzas creativas de nuestro mundo como ángeles, al lenguaje que empleaban para hablar con los ángeles lo llamaban «comunión». Hoy en día a ese mismo lenguaje lo llamamos «oración». Los textos perdidos de los esenios nos recuerdan que a través de nuestra comunión con los elementos de este mundo, se nos abre la puerta a los grandes misterios de la vida. «Sólo a través de la comunión con los ángeles del Padre Celestial aprenderemos a ver lo invisible, a escuchar lo inaudible y a expresar lo inefable.»
El silencio envolvió la pequeña habitación, mientras reflexionábamos en las palabras del abad. Una monja o un monje necesitaría años de formación, de erudición y experiencia directa antes de que se le permitiera tener semejante conversación. El abad parecía algo sorprendido con las preguntas que le hacíamos. Como si hubiera leído mis pensamientos, Xjinla habló antes de que formulara mi siguiente frase.
-Tus preguntas son muy distintas de las de otros visitantes que han llegado a este monasterio -dijo.
-¿De verdad? -respondí, un tanto sorprendido-. Si otros se han tomado la molestia de viajar desde Occidente a Lhasa, aclimatarse a estar a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar durante una semana más o menos, respirar interminables nubes de polvo por senderos de montaña esculpidos al borde del abismo para encontrar este monasterio a 4.500 metros de altitud en el Himalaya, ¿qué otras preguntas se pueden hacer?
Xjinla se rió ante la intensidad de mi pregunta. El sonido de su voz rompió el silencio, a la vez que su risa hacía eco en las paredes y reverberaba por las numerosas capillas que se encontraban en el pasillo contiguo a nuestra estancia.
-Normalmente las preguntas que nos hacen son respecto a la antigüedad del monasterio, lo que comen los monjes o la edad del abad.
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Ambos nos reímos y miramos al abad, calculando automáticamente su edad en nuestra mente. Yo pensé: «Este hombre no tiene edad. Simplemente es». Volví a mirar a Xjinla. Tras nuestro último intercambio de palabras, el abad había permanecido en su posición, sentado con las piernas recogidas debajo de su pesado hábito. El aire de la habitación era frío, aunque yo tenía calor por el entusiasmo que me provocaba nuestra conversación. Miré el termómetro miniatura que colgaba del cierre de la cremallera de la mochila de mi esposa. Marcaba 55 grados Fahrenheit (13 °C). Me preguntaba si era correcto.
Un asistente aprovechó la oportunidad del silencio para volver a encender los conos de incienso que disimulaban el olor picante de la manteca de yak requemada que ardía en las lámparas y los platos. Me metí la mano por debajo de la chaqueta y toqué las tres capas de ropa que llevaba desde que había salido del autocar. Me quedé sorprendido. ¡Mis camisetas estaban empapadas! Cada día en el Tíbet es como un verano y un invierno: verano durante las horas solares, e invierno a la sombra, por la noche y dentro de los monasterios. Miré detrás de mí justo a tiempo para ver cómo una ráfaga de viento soplaba por el pasillo apenas iluminado, formando montoncitos de paja y de polvo en los rincones.
Me llevé la mano a los ojos para secarme el sudor mientras le planteaba a Xjinla la siguiente pregunta. Empecé a explicarle la razón por la que habíamos ido al monasterio y le habíamos hecho esa pregunta. Mirando directamente al abad concluí con una sola pre-gunta.
-Si hubiera un mensaje que quisiera compartir con las personas de este planeta -empecé-, ¿qué es lo que le gustaría al abad que transmitiéramos del Tíbet en su nombre?
Incluso antes de que Xjinla hubiera terminado de traducir, el abad empezó a hablar desde su apretada posición al fondo de nuestro mal iluminado santuario. Sentía la intensidad de Xjinla, quien a veces rayaba en la frustración cuando buscaba palabras en inglés para transmitir lo que ese hombre sin edad intentaba decir. En varias ocasiones tuve que pedirle que repitiera o que aclarara las palabras. Con frecuencia, yo recomponía la traducción con mis propias palabras, siempre dejándome ayudar por la experiencia de Xjinla para evitar cualquier error. Sus ojos puestos en mí revelaban lo que estaba pasando en su interior. Sentí que Xjinla era muy consciente de su responsabilidad de comunicar las palabras del abad con exactitud. Los tres juntos trabajamos para asegurarnos de lo que el abad estaba intentando transmitir.
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-Cada vez que rezamos individualmente -dijo el abad-, hemos de sentir nuestra oración. Cuando oramos, sentimos en nombre de todos los seres, de todas partes. -Xjinla hizo una pausa mientras el abad proseguía con su respuesta-. Todos estamos conectados -dijo-. Todos somos expresiones de una misma vida. No importa dónde estemos, nuestras oraciones serán oídas por todos. Todos formamos una misma unidad.
En lugar de responder directamente a mi pregunta, sentí que el abad estaba preparando el camino, sentando las bases para su respuesta. Al asentir con la cabeza, mi lenguaje corporal transmitía lo que mis conocimientos de tibetano no podían: le había escuchado, le había comprendido, y estaba preparado para el resto de la respuesta. Respecto a qué mensaje podíamos llevar con nosotros al mundo exterior, el abad respondió apasionadamente. Aunque sus palabras eran transmitidas por Xjinla, su tono y el lenguaje de su cuerpo eran muy claros. Las manos del abad moviéndose hacia nosotros con el gesto de las palmas hacia arriba a la altura de su corazón, tenían su propio idioma. Me miró directamente, mientras yo escuchaba a Xjinla con atención.
-La paz es de suma importancia en nuestro mundo actual -prosiguió—. Cuando no hay paz, perdemos todo lo que hemos ganado. Con la paz, todo es posible: el amor, la compasión y el perdón. La paz es la fuente de todas las cosas. Yo les pediría a todas las personas del mundo que encuentren la paz en su interior, para que esta paz se proyecte en el mundo.
Cada palabra suya se convertía en una fuente de asombro en mi intelecto, así como en una fuente de júbilo en mi alma. ¡Las respuestas que compartió el abad eran los mismos conceptos, en algunos casos casi las mismas palabras, que se hallaban en los textos esenios del mar Muerto escritos hace más de 2.500 años! En el Evangelio esenio de la paz, por ejemplo, los esenios empiezan un largo discurso sobre la paz con un elocuente y único pasaje. La enseñanza comienza simplemente con la frase: «La paz es la clave de todo conocimiento, de todo misterio, de toda vida».
A todos los miembros del grupo les quedó claro lo importante que era para el abad ser escuchado y comprendido. Su paciencia con nuestras preguntas directas y a veces redundantes fue considerable. Durante casi una hora permaneció sentado en la postura del loto, sobre el pequeño promontorio de finos cojines marrones que le aislaban del frío suelo de piedra del antiguo monasterio. Al final, el rápido bombardeo de preguntas dio paso, una vez más, al silencio de la reflexión sobre nuestra interacción. Para todos los presentes, nuestra reunión había sido intensa y auténtica.
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Nuestra audiencia con este hombre santo, que había dedicado toda su vida a alcanzar la sabiduría en un antiguo monasterio en las montañas del Himalaya, se convirtió en una invitación para hacer compatible esa experiencia en nuestras vidas. Este hombre nos había recibido con amabilidad en su diminuto aposento privado, y su paciencia con nuestras preguntas realmente me emocionó. De nuevo el silencio invadió la habitación. Los ojos del abad se habían cerrado. Esta vez, sin embargo, su barbilla se inclinó hacia su pecho mientras colocaba las manos en una posición de oración, con las palmas y las yemas de los dedos unidas en dirección hacia el techo. Manteniendo esta posición de las manos se tocó suavemente la frente con los pulgares. Esta es la última imagen que recuerdo del abad.
Parecía fatigado, quizá por haber tenido que atender a estos veintidós occidentales que se habían presentado en su monasterio sin avisar. Como si nos hubieran dado una señal silenciosa, supimos que nuestro tiempo con el abad había concluido. Casi al uní-sono, empezamos a deshacer nuestras complicadas posturas que habían permitido que todos los que estábamos en la habitación pudiéramos ver a ese hermoso descendiente de tan antiguo linaje Uno a uno nos fuimos levantando en silencio, nos estiramos y, tras expresar nuestro respetuoso narraste, salimos en fila hacia el oscuro corredor.
LA SALA DE LA SABIDURÍA
Mientras volvíamos por el mismo camino que nos había conducido a los aposentos del abad, de nuevo oímos el sonido de un zumbido grave y casi imperceptible en la lejanía. Era el ahora ya familiar sonido de muchos monjes que estaban en una habitación resonante, que entonaban el monótono canto utilizado en la oración tibetana. Cada persona percibe el sonido de modo diferente. Para mi, el tono se encuentra en el umbral de escuchar con mis oídos y de sentir el sonido en mi cuerpo. Parece vibrar desde algún lugar en el centro de mi pecho. Una vez que se ha oído ese sonido, es inconfundible. En este momento, se oye muy lejos.
La luz del sol iluminaba el final del pasillo a medida que nos acercábamos a una estrecha escalera de mano con peldaños de madera. No había barandilla, e inmediatamente adoptamos la posición que nos había funcionado en ocasiones similares en otros monasterios. Sujetamos bien nuestras mochilas, cámaras, botellas de agua y otros enseres a la espalda, para quedarnos con las manos libres y poder bajar de
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espaldas por los rústicos peldaños de madera. Los escalones estaban tan inclinados que pocos se atrevían a mirar hacia el suelo bajando de frente. Con estas maniobras, a veces se pierde el sentido del ridículo. Al viajar en un grupo tan reducido en condiciones tan precarias todos los días, el sentido del ridículo había desaparecido con nuestra nueva amistad y se había convertido en confianza dentro de nuestra familia virtual. Los que ya habían llegado al suelo estiraban la mano para indicar al que todavía estaba en la escalera un lugar seguro donde colocar el pie, con frecuencia sosteniendo cualquier parte del cuerpo que hubiera llegado antes. Uno a uno fuimos descendiendo ayudándonos mutuamente hasta alcanzar el suelo de barro endurecido.
Un joven monje, de quizás unos catorce años, nos estaba esperando en una pequeña antecámara situada detrás de la escalera. Cuando el último del grupo llegó al suelo y se recompuso, nos dirigimos al monje con el tradicional saludo de t'ashedelay. El monje nos sorprendió con unas pocas frases de inglés entrecorta-
do. Estaba muy interesado en la audiencia que acabábamos de tener con el abad. Por lo visto nuestra visita no era muy corriente, e incluso era difícil para los monjes que vivían allí tener la gracia de semejante oportunidad.
A todo esto, Xjinla, que nos había seguido por la escalera, Se hizo cargo de la conversación. Tras unas cuantas formalidades, le pregunté si en ese monasterio había alguna biblioteca antigua. Sabía que entre los muchos regalos que los tibetanos habían guardado a salvo en nuestro mundo, se incluía el de ser meticulosos archivadores. Lo más hermoso es que parecen registrar las cosas sin juzgarlas. Quizá sea su capacidad para vivir la compasión en todo lo que hacen lo que les permite esa imparcialidad al archivar las cosas del mundo que les rodea. Al no juzgar los hechos que han experimentado como «buenos» o «malos», simplemente registran lo que han presenciado. Sospechaba que mediante sus documentos de acontecimientos significativos en sus vidas, quizá habría algo escrito sobre la sabiduría que el abad acababa de compartir. Estaba particularmente interesado en el sistema de oración basado en el sentimiento.
Nos condujeron por una serie de pasillos hasta una habitación oscura que se encontraba detrás de la miríada de altares. Estatuas monumentales de Buda en sus múltiples aspectos flanqueaban los corredores y continuaban hasta otra «sala de protec-tores». Allí apenas podíamos ver las figuras de inmensas proporciones que se
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encontraban en las paredes, que resplandecían con los residuos de las lámparas de manteca. Como sabía que este monasterio tenía más de mil quinientos años, supuse que el hollín se había acumulado durante al menos varios cientos de años. En un radio de aproximadamente unos 5,50 metros, el parpadeante efecto de luz estroboscópica de cada lámpara revelaba una escena de demonios y fuerzas de la oscuridad. Si se miraba más detenidamente, se podía observar que en cada una se libraba una batalla contra las fuerzas de la luz, en antiguas metáforas que reflejaban las pruebas, los éxitos y los fracasos de la humanidad a lo largo de su vida terrenal.
Nos inclinamos para atravesar por una abertura que daba a otra habitación poco iluminada; mis ojos tuvieron que adaptarse a una escena muy distinta. De toda la belleza y experiencias que habían llenado nuestros días durante las dos semanas anteriores, lo que presencié en ese momento merecía todo el viaje. Había libros y más libros, cubiertos por una capa de polvo de varios milímetros, apilados desde el suelo hasta el techo, quizás unos nueve metros por encima de mi cabeza, perdidos en oscuros corredores y espar-cidos entre los estantes. Filas y filas de libros. En algunas partes cuidadosamente apilados. En otras, puestos al azar unos encima de otros, formando columnas. Muchos de ellos estaban tan mezclados y desorganizados que era imposible adivinar dónde terminaba una hilera y empezaba la otra. Al observar mi sorpresa ante el desorden, el joven monje se dirigió a Xjinla. Salvo por las exclamaciones de sorpresa y admiración, estas eran las primeras palabras que oíamos desde que habíamos entrado en la habitación. Supuse que le estaba dando una explicación. Xjinla se giró y me dijo:
-Los soldados saquearon esta habitación en busca de joyas y oro.
-¡Los soldados! -exclamé yo-. ¿Quieres decir los soldados de la revolución de 1959? Seguro que han entrado otras personas en esta habitación desde entonces. Han pasado casi cuarenta años.
-Sí -respondió Xjinla-, los soldados. Otros han entrado en estas habitaciones. No muchos. Los monjes creen que los soldados trajeron la mala suerte. Sus espíritus se han quedado aquí, controlados por los protectores.
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Mis ojos empezaron a buscar algún lugar significativo por donde empezar a investigar mientras me adentraba en los corredores. Con mi linterna en alto, hasta donde mi vista podía alcanzar, pude ver cientos de manuscritos, textos impresos y atados al estilo tradicional tibetano. Los libros estaban protegidos por una cubierta inferior larga y estrecha de madera o de piel de animal. Estas tapas rígidas variaban de tamaño, con una media de unos 30 centímetros de largo por 7 a 8 de ancho. Otra cubierta similar protegía la parte superior. Las páginas se encontraban apiladas entre las dos cubiertas; eran páginas sueltas de tela, papel o piel de yak. Todo el texto estaba atado para evitar que se cayeran las páginas. Unas veces los lazos eran muy elaborados, con cintas de seda y lino de colores brillantes. Otras sencillamente estaban atados con tiras de cuero.
El joven monje movió la cabeza en señal de aprobación mientras yo intentaba alcanzar uno de esos textos. Había elegido un libro que ya estaba desenvuelto, para ocasionar el menor trastorno posible en la biblioteca. Para mi decepción, aunque no para sorpresa del monje, las páginas del libro eran tan delicadas que se arrugaron sólo al tacto. Nuestro joven guía estaba claramente conmovido ante nuestro entusiasmo por su biblioteca. Según parece, pocos conocían su existencia, y menos aún eran los que la visitaban. Me dirigí a Xjinla y le pregunté por el contenido de los libros. ¿Eran sencillamente muchas copias de un solo texto, quizá de las enseñanzas de Buda? ¿Había algo más?
Para entonces, nuestro grupo ya se había dispersado. Cada uno estaba explorando un ala distinta de la estancia, con la sensación de que en las páginas de esos antiguos libros se encontraba algo único y maravilloso. Sin girarse para mirar al monje, Xjinla repitió en voz alta mi pregunta. Sin dudar ni un momento, el joven monje sonrió. Él y Xjinla intercambiaron unas pocas palabras antes de responder a mi pregunta.
-Todo -dijo-, el monje dice que en los textos de esta habitación está todo registrado.
Me detuve para ver a Xjinla sosteniendo mi linterna de modo que pudiéramos vernos las caras para hablar.
-¿Qué quiere decir con «todo»? -le pregunté-. ¿Qué incluye ese «todo»?
Xjinla comenzó:
-En las páginas de estos textos están las enseñanzas y experiencias que han tenido los tibetanos durante siglos. Que nosotros recordemos, la sabiduría de los grandes místicos ha encontrado aquí su lugar a fin de ser preservada para las generaciones futuras. Todo está registrado aquí en los libros que nos rodean hasta donde alcanza
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nuestra vista.
Sabía que los monasterios constituían un grupo de escuelas bastante heterogéneo. Diseñados para conservar las tradiciones secretas, cada uno de ellos se especializaba en una forma concreta de sabiduría. Nuestro viaje ya nos había llevado a los monasterios que se centraban en las tradiciones de combate y artes marciales, por ejemplo. Otros monasterios preservaban la sabiduría de la telepatía y de los estudios de psiquismo, del razonamiento o las artes de sanar. Esta escuela, en concreto, se encargaba de preservar el conocimiento. Sin prejuicios ni juicios, la información sencillamente era registrada y almacenada sobre las frágiles páginas de innumerables libros, como los que teníamos ante nuestros ojos.
«Esta es la razón por la que hemos venido», pensé para mí. Aquí hemos visto tradiciones de oración y tenemos la oportunidad de documentarlas mediante los textos escritos por quienes llevan practicándolas desde hace casi dos mil años. ¡Este momento justifica todo nuestro viaje, y estoy seguro que todavía queda más!
En sus textos, los esenios se habían referido a un modo de oración del que no dan razón los investigadores sobre la oración actuales. Aquí, en un frío monasterio situado en las remotas montañas del oeste del Tíbet, había sido testigo de esta oración y me habían enseñado las fuentes que documentaban su historia y origen. A medida que continuaban las traducciones ese día, se me confirmó la sensación de que los tibetanos proseguían, al menos en parte, un linaje de sabiduría cuyos elementos eran anteriores a la historia. ¿Cómo podría compartir esta antigua y a la vez sofisticada tecnología con otras personas?
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Toda materia se origina y existe sólo en virtud de una fuerza que hace vibrar las partículas de un átomo y mantiene unido al más diminuto de los sistemas solares, el átomo... Tras esta fuerza hemos de suponer la existencia de una mente consciente e inteligente. Esta mente es la matriz de toda materia.
MAX PLANCK
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EL LENGUAJE DE DIOS
La ciencia perdida de la oración y de la profecía
Las antiguas tradiciones sugieren que el efecto de la oración procede de algo que no son las palabras en sí mismas. Quizás esta sea la razón por la que haya tanta gente que parezca haber perdido la fe en la oración. Tras las revisiones de la Biblia en el siglo IV, los detalles subyacentes al lenguaje de la oración se fueron perdiendo gradualmente en las tradiciones occidentales, dejando sólo las palabras. En esta era, muchos empezaron a creer que el poder de la oración residía sólo en la palabra hablada. Las revelaciones de los textos anteriores al siglo iv, sin embargo, nos recuerdan que no hay códigos mágicos en las vocales y las consonantes que nos abran las puertas a reinos olvidados. El secreto de la oración trasciende las palabras de alabanza, los encantamientos y los cantos rítmicos de los «poderes que son». * Mediante textos como los manuscritos del mar Muerto, se nos invita a vivir la intención de nuestra oración en nuestras vidas, pues si las palabras sólo se «repiten con los labios, son como una colmena muerta... que no da más miel».1
* En el lenguaje esenio se hace referencia a los ángeles de muchas formas, una de ellas es como fuerzas o poderes. (Nota de la T )
EXPRESAR LO INEFABLE
El poder de la oración reside en una fuerza que no se puede describir ni transmitir como la palabra escrita; son los sentimientos que sus palabras evocan en nuestro interior. Es el 'sentimiento que ponemos en nuestras oraciones el que nos abre la puerta e ilumina nuestro camino hacia las fuerzas visibles e invisibles. Aunque, con frecuencia, otras referencias antiguas hacen alusión a este aspecto de nuestra comunión con la creación,
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el abad del Tíbet nos confirmó el elemento del sentimiento en la oración durante nuestra audiencia privada.
Respecto a mi pregunta sobre lo que les estaba ocurriendo interiormente a los monjes y a las monjas cuando contemplábamos la expresión exterior de sus oraciones, el abad respondió con una sola palabra: sentimiento. Las expresiones externas de la oración qué presenciamos en los monasterios del Tíbet eran una manifestación de los movimientos y sonidos que utilizaban los monjes y las monjas para crear los sentimientos en su interior. El abad llevó su reo puesta todavía un poco más lejos cuando nos dijo que el sentir miento era algo más que un factor en la oración. ¡Hizo hincapié en que el sentimiento es la oración!
A través de la comunión con los elementos de este mundo, se nos abren las puertas a los grandes misterios de la vida, a la oportunidad de «ver lo invisible, escuchar lo inaudible y expresar lo inefable». La oración en su forma más pura no tiene expresión externa. Aunque podamos pronunciar una secuencia de palabras prescrita que nos ha sido transmitida de generación en generación, esta ha de originar un sentimiento dentro de nosotros, para que llegue al mundo que nos rodea. En el mejor de los casos, cualesquiera que sean las palabras que escojamos para recitar nuestras oraciones en voz alta, sólo serán una aproximación al sentimiento interior que intentan describir. ¿Cómo pudieron los grandes maestros hace dos mil años enseñar estos sentimientos? ¿Cómo podemos compartirlos hoy en día?
Muchas veces, cuando me piden que hable a grupos sobre la oración, surge una pregunta que me recuerda una conversación que tuve hace años con mi madre. Una tarde, mientras hablábamos por teléfono entre breves visitas y a través de varias zonas horarias, yo estaba compartiendo mis impresiones acerca de un nuevo taller que había preparado sobre la compasión. Cuando le di mi definición de oración que comprendía sentimiento y emoción, mi madre me hizo una pregunta que me han hecho muchas personas desde aquel día en muchas y diversas situaciones. Abierta e inocentemente, me dijo sin más: «¿Cuál es la diferencia entre emoción y sentimiento? Siempre había pensado que eran lo mismo».
Sentía curiosidad por escuchar la visión de mi madre sobre estas, a veces, confusas experiencias que desempeñan un papel tan importante en nuestras vidas. Como cabía esperar, su explicación se asemejaba a las definiciones comúnmente aceptadas en la actualidad en Occidente. Por ejemplo, algunos diccionarios consideran ambas palabras
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casi sinónimas y usan cada una de ellas para definir a la otra. En The American Heritage Dictionary of the English Language, la palabra sentimiento es definida como «un estado emocional o disposición; una emoción tierna». (En el mismo texto, emoción la definen en un sitio como «sentimiento fuerte», y en otro como sinónimo de sentimiento.) Aunque estas definiciones puedan servir a los propósitos de nuestro mundo actual, los antepasados hacían una distinción. Además, aunque íntimamente relacionados, pensamiento y sentimiento se consideran elementos sin conexión, claves, que se pueden utilizar para realizar un cambio en las condiciones externas, en nuestro cuerpo, nuestro mundo y más allá de éste.
COMO ARRIBA...
En un relato de hace veinte siglos, las gentes de Tierra Santa hicieron una pregunta a sus guías que continúa resonando en nuestras mentes. Salvo por condiciones específicas, la pregunta sigue siendo inquietantemente similar. Respecto a la paz en el mundo, nuestros antepasados preguntaron: «¿Cómo, entonces, podemos traer paz nuestros hermanos... pues queremos que todos los Hijos de los Hombres compartan las bendiciones del ángel de la paz?».' Los maestros esenios respondieron ilustrando el papel del pensamiento, del sentimiento y de la poderosa naturaleza de la oración. Sus palabras, desafiando nuestra lógica actual, nos recuerdan que la paz es algo más que la simple ausencia de agresión o de guerra. La paz trasciende el término de un conflicto o una declaración política. Aunque puede que forcemos el aspecto externo de la paz sobre un pueblo o una nación, es el pensamiento subyacente el que se has, de cambiar para crear una paz auténtica y duradera. Los maestros esenios, en palabras que, sorprendentemente, suenan muy similares a las budistas y cristianas, respondieron que «tres son las moradas del Hijo del Hombre... Su cuerpo, sus pensamientos y sus sentimientos... Primero el Hijo del Hombre deberá hallar la paz en su propio cuerpo. Luego el Hijo del Hombre deberá buscarla en sus pensamientos... Por ultimo buscará en sus sentimientos».3
Los antepasados nos ofrecieron una elocuente visión de uniforma de pensar que nos permite redefinir lo que hemos experimentado fuera recurriendo a aquello en lo que nos hemos convertido interiormente. Una escuela de medicina, similar en algunos aspectos al sistema de la práctica sanitaria occidental, aporta un cambio al atacar la enfermedad
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misma. Según este sistema se eliminan los cuera pos extraños mediante medicamentos, o se extirpan quirúrgica* mente los órganos y tejidos que parecen enfermos. Otra escuela de pensamiento trasciende la expresión externa del aspecto de nuestro cuerpo y va en busca de los factores subyacentes que pueden ser la causa de ese estado, donde las fuerzas invisibles del pensamiento, el sentimiento y la emoción se convierten en el plano que nos ayudará a comprender y cambiar las situaciones de nuestra vida que ya no nos sirven.
Para cambiar las condiciones del mundo exterior, se nos invita que primero las transmutemos desde dentro. Cuando lo hacemos, las nuevas condiciones de salud o de paz se proyectan en el mundo que nos rodea. Esto es esencial en el pasaje esenio que he citado'
Para aportar paz a nuestros seres queridos, primero hemos de convertirnos en esa paz. En el lenguaje de su tiempo, los autores de los manuscritos del mar Muerto incluso nos ofrecen revelaciones de la tecnología que facilita esta sanadora cualidad de la paz: se ha de producir en nuestros pensamientos, sentimientos y cuerpos. ¡Qué poderoso concepto y cuánta fuerza transmite!
Cuando comparto en grupo los pasajes de los esenios, observo las caras de las personas desde mi ventajosa situación en la parte frontal del aula. Al principio el cambio se produce lentamente. Mientras unas personas sencillamente anotan las palabras en sus cuadernos con pocas muestras de emoción, otras se entusiasman e inmediatamente captan el significado de las antiguas enseñanzas. Al confirmar ideas actuales con los manuscritos que nos legaron aquellos que siguieron el mismo camino y que buscaban las mismas confirmaciones hace dos mil años, se produce algo mágico.
A través de sus visiones, los esenios ancianos diferenciaban claramente entre emoción, pensamiento y sentimiento. Aunque el pensamiento y la emoción estén íntimamente relacionados, primero han de ser considerados aparte, y luego fundirse en una unión de sentimiento que se convierte en el lenguaje de creación silencioso. Las descripciones siguientes de cada experiencia son consignas que nos conducen al núcleo de nuestro perdido modo de orar.
Emoción
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La emoción se puede considerar como la fuente de poder que nos guía hacia delante en nuestras metas en la vida. Mediante la energía de nuestra emoción alimentamos nuestros pensamientos para hacerlos realidad. Sin embargo, este poder de la emoción por sí solo puede desperdigarse y perder el rumbo. El pensamiento confiere una dirección a nuestras emociones, y éstas inyectan vida en la imagen producida por nuestros pensamientos.
Las tradiciones antiguas sugieren que somos capaces de tener dos emociones primarias. Quizá para ser más exactos, podríamos decir que a lo largo de nuestras vidas experimentamos varias condiciones que se resuelven en una sola emoción. El amor es un extremo de esas condiciones. Cualquier cosa que creamos que se opone al amor es el segundo extremo, con frecuencia definido como miedo. La calidad de nuestra emoción determina cómo se expresará esta. La emoción, unas veces fluyendo y otras alojada en los tejidos de nuestro cuerpo, está íntimamente relacionada con el deseo, que es la fuerza que conduce a nuestra imaginación a una resolución.
Pensamiento
El pensamiento se puede considerar como el sistema de guía que dirige nuestra emoción. La imagen o la idea creada por nuestro pensamiento es la que determina hacia dónde se dirige nuestra atención o emoción. El pensamiento está íntimamente relacionado con la imaginación. Sorprendentemente, para muchas personas, el pensamiento por sí solo no tiene mucha energía; es sólo una posibilidad sin energía que le dé vida. Es la belleza del pensamiento puro. Ante la ausencia de emoción, no hay poder que pueda hacer realidad nuestros pensamientos. Nuestro don del pensamiento carente de emoción es el que nos permite modelar y simular las posibilidades de la vida sin riesgo, sin crear temor o caos en nuestras vidas. Es sólo con nuestro amor o miedo hacia los objetos de nuestros pensamientos como infundimos vida a las creaciones de nuestra imaginación.
Sentimiento
El sentimiento sólo puede existir cuando hay pensamiento y emoción, puesto que
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representa la unión de los dos. Cuando sentimos, estamos experimentando el deseo de nuestra emoción fusionada con la imaginación de nuestros pensamientos. El sentimiento es la clave de la oración, al igual que nuestro mundo de los sentimientos lo es para la creación. Cuando atraemos o repelemos a otras personas, situaciones y condiciones que encontramos en nuestra experiencia, quizá deberíamos observar nuestros sentimientos para comprender la razón.
Por definición, para tener un sentimiento, en primer lugar hemos de tener un pensamiento y una emoción. El reto para desarrollar nuestro nivel más elevado de dominio personal es reconocer qué pensamientos y emociones representan nuestros sentimientos.
De estas simples y hasta quizá demasiado simplificadas definiciones, es evidente por qué es imposible «pensar sin más» en experiencias aterradoras y dolorosas. El pensamiento sólo es un componente de nuestra experiencia, «ver» en nuestra mente los posibles resultados. El dolor, sin embargo, es un sentimiento, el producto de nuestro pensamiento alimentado por el amor o el odio hacia lo que nuestra mente cree que ha ocurrido. Los maestros esenios, con esta fórmula, nos invitan a sanar los recuerdos de nuestras experiencias más dolorosas cambiando la emoción de la propia experiencia.
Como antigua base para el axioma moderno «la energía sigue a la atención», una parábola concisa del perdido Evangelio Q describe este concepto: «Quien quiera proteger su vida, acabará perdiéndola». Estas engañosas y breves palabras explican por qué a veces atraemos a nuestras vidas experiencias que son las últimas que habríamos deseado tener. En este ejemplo, mientras nos preparamos y defendemos contra todas las posibilidades y situaciones en las que podríamos perder nuestras vidas, el modelo sugiere que en realidad estamos llevando la atención a esa misma experiencia que estamos intentando evitar. Al no querer, creamos la condición que permite que suceda. En lugar de centrar nuestra atención en lo que no queremos, es mucho mejor identificamos con lo que queremos traer a nuestras vidas y vivir con esa perspectiva. Justamente las afirmaciones proporcionan un maravilloso ejemplo de este principio.
Últimamente, las afirmaciones se han hecho muy populares entre los seguidores de algunas enseñanzas esotéricas y espirituales. En estas tradiciones se sugiere que al afirmar, muchas veces al día, las cosas que elegimos experimentar en nuestra vida, estas llegan a suceder. En general, cuanto menos complicada sea la afirmación, más claro será el efecto. las palabras de nuestras afirmaciones con frecuencia reflejan un deseo de
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cambio en la vida, como por ejemplo: «Mi pareja perfecta se está manifestando para mí en este momento» o «Estoy desbordante ahora y en todas las manifestaciones futuras».
Conozco personas que llevan sus afirmaciones hasta el grado de convertirlas en una disciplina formal. Empiezan a prepararse en el aseo con notas pegadas alrededor del espejo, recordándose las afirmaciones. Cuando cogen el coche para ir al trabajo por la mañana, pegan las notas en el salpicadero y se las cuelgan en los retrovisores. En el trabajo en su despacho las pegan en la mesa, en el tablón de notas y en la pantalla del ordenador; cada nota es como un recordatorio de esas cosas que han elegido cambiar o traer a sus vidas.
Es evidente que a algunas personas las afirmaciones les han abierto poderosas puertas. Por primera vez, las personas han empezado a sentirse dueñas y responsables de las cosas que les pasan en la vida. A algunas personas las afirmaciones les han funcionado; sin embargo, a otras muchas no. Tras meses de innumerables repeticiones de recordatorios creativos sin resultado alguno, sencillamente han dejado de repetir las afirmaciones. Nuestro antiguo modelo de pensamiento, emoción y sentimiento podría ayudar a esas personas a comprender lo que ha sucedido o lo que no ha sucedido.
CUANDO LA ORACIÓN NO FUNCIONA
No hace mucho hice una encuesta informal entre los participantes de mis seminarios respecto a la oración. Utilicé los resultados para proporcionar un ejemplo actual de la naturaleza de la oración en ese tipo de audiencia en particular. Cada encuesta empezaba con la pregunta: «Cuando rezas, ¿qué pides?». Me puse un tablón con las hojas y delante de él iba registrando los múltiples y variados escenarios que habían descrito los miembros de cada grupo. Después de seis meses de estas encuestas informales, de públicos que eran una muestra representativa de distintos estratos sociales, étnicos, geográficos y de edad, pude definir cuatro propósitos para orar: para conseguir más dinero, un trabajo mejor, tener buena salud y mejorar las relaciones, justamente en este orden.
Orar por Pensamiento Sentimiento Emoción
1. Más dinero ? ? ? ? ? ?
2. Un trabajo mejor
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3. Buena salud
4. Mejorar las relaciones
Al aplicar nuestro modelo de oración como pensamiento, sentimiento y emoción, podemos averiguar por qué funcionan nuestras oraciones y qué sucede cuando no es así. Por ejemplo, a la cabeza de la lista, lo más normal era rezar por dinero. Si queremos rezar para conseguir «más dinero», primero hemos de ser conscientes de cuánto dinero tenemos. Si rellenamos los espacios en blanco a medida que nos desplazamos por la tabla hacia la derecha, obtendremos una visión sobre la cualidad de dichas percepciones.
Cuando pedí a los asistentes que piden más dinero en sus oraciones que describieran sus pensamientos sobre él, las respuestas me llegaban desde todas las direcciones de la sala. Como cabía esperar, eran bastante similares. Frases como «no tengo bastante», «necesito más» y «se me está acabando» eran bastante frecuentes. Enseguida apunté las palabras que correspondían al apartado «pensamiento».
Antes hemos identificado el pensamiento como nuestro sistema de guía, el programa direccional para la energía que movemos en el mundo. Sin ese poder que alimenta a nuestro pensamiento, este podría existir indefinidamente como una posibilidad en nuestra mente. El potencial del pensamiento sin la energía que lo alimenta, es lo que conocemos como deseo. Para que nuestro pensamiento tenga fuerza, hemos de infundirle energía; quizás esta sea la respuesta a por qué nuestras oraciones a veces parecen no tener respuesta.
Cuando no está el poder que da vida a nuestras afirmaciones, éstas pueden existir indefinidamente como un potencial, como deseos bienintencionados.
Es nuestro don de la emoción el que confiere poder a la posibilidad de nuestro deseo. Al reconocer que podemos elegir amor o miedo como la emoción que alimenta a nuestro pensamiento, es más frecuente que basemos nuestra necesidad en el segundo. Cuando decimos que «necesitamos más» o que se «nos está acabando», generalmente la emoción que está detrás de estas afirmaciones es el miedo. Aun reconociendo que puede haber excepciones, he colocado la palabra «miedo» a la cabeza de la categoría «emoción» en nuestra tabla. Con estos elementos de la oración aparentemente simples, adquirimos una claridad tremenda acerca del mecanismo de cómo y por qué nuestras oraciones funcionan en el modo en que lo hacen.
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Con los resultados de esta tabla delante, planteo la siguiente pregunta: cuando unimos la emoción del miedo con el pensamiento de «no tengo suficiente», ¿qué sentimiento obtenemos?
La respuesta suele ser el silencio. No me sorprende, porque el sentimiento es distinto para todos. La palabra que utilizamos para describir el sentimiento no es importante. Lo que importa es el sentimiento.
-¡Venga! -les vuelvo a preguntar-. ¿Cómo os sentís cuando pensáis que no tenéis dinero y experimentáis la emoción del miedo?
-¡Uf! -oigo exclamar desde algunas partes de la sala. -¡Fatal! -dice alguien.
-Justamente -respondo yo-. Ahí es precisamente adonde quiero llegar. -A través de nuestros sentimientos, de la unión invisible de pensamiento y emoción, escogemos las situaciones que condicionan nuestra vida. Cuando imaginamos un resultado con el ojo de nuestra mente y somos conscientes de la emoción que lo está alimentando, forjamos el sentimiento. Para comprender lo que hemos creado, basta con mirar el mundo que nos rodea. ¿Cómo vamos a crear dinero, relaciones y salud si los sentimientos que alimentan a nuestra creación son «fatal» y «uf»? Los sentimientos de desvalorización alimentan precisamente la creación de esa experiencia contraria a la que deseamos tener en nuestra vida, el sentimiento de falta de autoestima. Casi todas las personas presentes ya han escuchado los principios del ejercicio. Quizá lo que les resulte nuevo sea la oportunidad de poder comprender qué es lo que les había sucedido en el pasado cuando rezaban. Ahí es donde empieza nuestra sanación.
Al repasar juntos estos ejercicios, en menos de diez minutos, con la ayuda de un sencillo tablón para colgar hojas, es posible ilustrar el mecanismo de lo que puede que sea el poder más grande de la creación. ¡Es la dicha que surge de recordar nuestro poder para traer bienestar, abundancia, salud, seguridad y felicidad a nuestras vidas, que se había perdido en Occidente hace mil quinientos años! Además de identificar cómo funciona nuestra tecnología interna de la oración, también tenemos que cambiar los elementos de nuestra oración para que nos sirvan mejor en el futuro.
Tras decir esto, inmediatamente se establece esta comprensión entre los participantes. Oigo un suspiro, luego otro y otro. Cada uno acentuado con brotes de risitas nerviosas, quizás en un esfuerzo para disipar la intensidad del momento. Al mirar los rostros de los asistentes, tengo el privilegio de contemplar el inicio del milagro.
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EL CALDO DE LA CREACIÓN
Con los años, he aprendido muchas cosas de las personas que he conocido en distintos lugares. Aunque cada grupo de participantes es único, hay aspectos universales que conectan a cada grupo de cada ciudad con la experiencia común de formar una sola familia. Hacer una pregunta es uno de esos aspectos. Hay personas que se arman de valor para hacer una pregunta, mientras que otras, que se encuentran en el mismo lugar y se están preguntando lo mismo, no lo expresen. Algunas personas puede que sean conscientes de su pregunta, pero se sienten cohibidas para exponerla delante de un grupo. Otras, hasta que no la oyen en boca de otro no dicen: «Sí, yo me estaba preguntando lo mismo». Yo disfruto con esos momentos. Nuestros grandes momentos de comunicación se producen cuando hay la oportunidad de interactuar y aclarar cosas entre todos.
En una de las primeras oportunidades que tuve de presentar los conceptos de la oración en un taller, un señor que estaba sentado en las primeras filas, lanzó un suspiro que todo el mundo pudo oír. ¡Sin duda consiguió acaparar mi atención! Al mirarle, vi una expresión de inseguridad en su rostro. Busqué un modo de reconocer la frustración del hombre sin mirarle directamente, y quizá con ello hacerlo sentirse molesto; me dirigí entonces al público y dije: «¿Hay alguna pregunta?».
El hombre del suspiro aprovechó inmediatamente la oportunidad. Era un hombre de unos treinta y cinco años, y tenía un codo apoyado sobre la mesa que compartía con los demás de su fila. Apoyaba informalmente la barbilla en su mano abierta situada debajo de la mandíbula. Mientras me dirigía hacia él para escuchar su pregunta, colocó su lápiz sobre la mesa cerca de su cuaderno de notas. Miré rápidamente la página que tenía delante. Estaba llena de notas, diagramas y garabatos. Pude ver que este hombre había estado ocupado. Comenzó a hablar con otro gran suspiro.
-Ya he oído esto antes -dijo, manteniendo la barbilla apoyada en su mano-. Llevo muchos años en el «camino» y he estado con muchos maestros. De un modo u otro, todos han dicho lo mismo. Lo que está diciendo no es nada nuevo. Sin embargo, ha habido algo en lo que nunca había caído en la cuenta hasta ahora. ¿De qué modo
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nuestros sentimientos internos pueden tener algún efecto sobre lo que sucede en el mundo exterior?
Recordé la conversación que había tenido meses antes con mi madre. La idea de que el componente sutil del pensamiento, sentimiento y emoción pudiera tener algún efecto sobre el mundo físico de moléculas, átomos y células era un misterio para mi madre, al igual que para ese señor. Empecé con una explicación que he usado como una analogía en muchas ocasiones con el paso de los años. Procede de un experimento que recuerdo haber realizado en una fase temprana de mi vida para probarme los principios de los que estábamos hablando.
-El caldo de la creación existe como un estado de posibilidades -empecé-. Todos los componentes para cualquier cosa que podamos llegar a concebir, incluyendo la propia vida, existen en ese estado de posibilidad. Aunque allí están los componentes para formarlas, no hay ningún desencadenante que las «empuje» a moverse. Esta idea es muy similar a hacer una barra de caramelo de colores con una jarra de agua a la que le hemos añadido mucho azúcar. Podemos añadir muchas cucharadas de azúcar en el agua y ver cómo se disuelve y desaparece. Aunque ya no vemos el azúcar, sabemos que hay varias cucharadas en esa agua.
»El azúcar permanece en el mismo estado, invisible, hasta que llega algo que cambia las condiciones del agua. A eso lo llamamos catalizador, algo que desencadena una nueva oportunidad para que el agua y el azúcar interactúen. El desencadenante puede ser algo tan simple como colocar una cuerda de fibra en el agua. Cuando el agua impregnada de azúcar se absorbe en la cuerda, se evapora y se separa del azúcar. Al no haber agua, el azúcar se cristaliza en una nueva expresión de sí mismo, en los diminutos cristales que siguen las leyes del aire más que las del agua. Diferentes temperaturas y presiones representan distintas leyes y producen cristales diferentes.
»Cuando creamos sentimientos sobre las cosas que queremos experimentar en el mundo, estos son como la cuerda en la solución de azúcar. Entre las posibilidades de la creación colocamos una imagen de sentimientos, con la energía suficiente para hacer realidad una nueva posibilidad. Sin embargo, la clave de este sistema es que la creación devuelve precisamente lo que nos ha mostrado nuestra Imagen. La imagen le dice al caldo creativo dónde hemos puesto nuestra atención. La emoción que asociamos a nuestra imagen atrae la posibilidad de la misma. Cuando «no queremos» algo -Una emoción que se basa en el miedo-, nuestro miedo está aumentando eso que no
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queremos. Estas leyes nos invitan a robustecer nuestras elecciones centrándonos en las experiencias positivas que hemos elegido más que preparándonos para las cosas negativas que no deseamos. La creación simplemente produce la consecuencia de nuestro sentimiento, perpetuando aquello que hemos imaginado. Este es el antiguo secreto de un modo olvidado de oración, algo que se perdió en el siglo iv.
Vi el cambio de expresión en la cara del hombre. En cuestión de segundos, este sencillo experimento, que hoy en día se realiza en potes de mayonesa expuestos a la luz solar en innumerables alféizares de ventanas de incontables aulas alrededor del mundo, explicaba una posibilidad que le había desconcertado durante años.
¿CÓMO ORAMOS?
Tras él ejercicio de afirmaciones y oración, pregunté a los participantes si sentían que sus oraciones en el pasado habían tenido respuesta. Al principio hubo silencio, dudaban en responder. Poco a poco la gente empezó a levantar la mano para decir «no» o «sólo a veces». Estas personas me estaban diciendo que para las categorías de la oración concernientes al dinero, trabajo, relaciones y maestros, muchos sentían que sus ruegos no habían sido escuchados.
Mi siguiente pregunta fue: «¿Por qué?». ¿Adónde recurrimos para comprender la sofisticada tecnología de la oración y cómo la aplicamos a nuestras vidas? Los investigadores de la oración, por razones de estudio, dividen las múltiples aplicaciones y métodos de oración utilizados en Occidente en grandes categorías. Por ejemplo, Margaret Paloma, profesora de sociología en la Universidad de Akron (Ohio), identifica cuatro clases o modos, que describo a continuación.
Oración coloquial
Nos comunicamos con Dios con nuestras propias palabras, describiendo informalmente nuestros problemas o dando las gracias por las bendiciones que recibimos en nuestras vidas: «Amado Dios, por favor, permite por esta vez que mi coche llegue a la gasolinera que está en la próxima salida de la autopista, te prometo que nunca volveré a dejar que se me acabe la gasolina».
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Oración de petición
En este tipo de oración pedimos nuestro bien a las fuerzas creativas de nuestro mundo para obtener cosas o resultados específicos. La oración de petición puede ser formal o con nuestras propias palabras: «Poderosa presencia "Yo soy", reclamo mi derecho a sanar».
Oración ritualista
Aquí repetimos una secuencia determinada de palabras, quizás en ocasiones especiales o en momentos concretos. Las oraciones antes de irse a dormir como el «Con Dios me acuesto...», o el «Señor, bendice los alimentos que vamos a tomar... » antes de las comidas, son ejemplos por todos conocidos.
Oración meditativa
Una oración meditativa es la que trasciende las palabras. En meditación estamos en silencio, quietos, abiertos y conscientes de la presencia de las fuerzas creativas dentro de nuestros mundos y nuestros cuerpos. En nuestra quietud, dejamos que la creación se exprese a través de nosotros en ese momento.
Para muchas personas, la práctica de la meditación va más allá de la oración. En el sentido más estricto de la palabra, si la meditación implica un pensamiento, un sentimiento y una emoción, puede ser definida como meditación y oración.
Los cuatro modos descritos, utilizados individualmente o combinados, constituyen el grueso de las modalidades de oración que se emplean en Occidente.
En mi experiencia de las tradiciones indígenas o esotéricas, siempre ha habido referencias a un modo de oración que nunca ha parecido encajar en ninguna de estas categorías. Los viajes a algunos de los lugares más sagrados de la Tierra me han revelado un modo de oración que está reservado para los iniciados y los estudiantes serios de temas espirituales. Las paredes de los templos de Egipto, las costumbres de los amerindios del Norte y los curanderos de las montañas de Perú me han enseñado una forma de oración que no parece ser conocida en las tradiciones occidentales.
¿Es posible que exista un quinto modo que nos permita fusiona nuestros pensamientos, sentimientos y emociones en una única y potente fuerza de creación? Además, ¿es esta la fuerza que abre directamente la puerta a los procesos de sanación
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en nuestro cuerpo y en el mundo? Tanto los textos antiguos como los estudios modernos nos dan a entender que así es.
Los ejemplos del cáncer curado, de la desaparición de la herida del cuello, la compresión del tiempo en el desierto del Sinaí y la misteriosa contraorden del bombardeo de Iraq nos ofrecen pistas sobre el secreto que envuelve a nuestro olvidado método de oración. Gracias a nuestra nueva comprensión del tiempo y de los puntos de elección, la física cuántica considera la posibilidad de cada uno de estos aparentes milagros como productos que ya existen. El secreto de nuestro olvidado método de oración es cambiar nuestra visión de la vida sintiendo que el «milagro» ya se ha producido y que nuestras oraciones ya han sido escuchadas. Los pueblos indígenas del mundo comparten el recuerdo de esta oración en sus textos más sagrados y en sus tradiciones más antiguas. Ahora tenemos la oportunidad de atraer esta sabiduría a nuestras vidas en forma de oraciones de gratitud por lo que ya tenemos, en lugar de pedir para que nuestras oraciones sean escuchadas.
LA ORACIÓN DE DAVID
Estiré la mano por encima del hombro para alcanzar una botella de agua fresca de mi mochila. Eran sólo las once de la mañana y el alto sol del desierto ya había penetrado el grueso nailon, eliminando cualquier resquicio de frescor de la botella. Durante semanas nos habían estado avisando de que estaban prohibidas las fogatas y quemar basuras. Incluso lanzar un cigarrillo desde la ventana de un vehículo en marcha podía suponer una cuantiosa multa. Este era el tercer año de sequía en el desierto del sudoeste de Estados Unidos. Aunque era una época de climas extremos en todas partes, parecía que las montañas del norte de Nuevo México estaban especialmente afectadas. las pistas de esquí no habían abierto ese año, y el río Grande se había reducido a un hilo antes de fusionarse con el río Rojo cerca de Questa.
Al coger la reblandecida botella de plástico para abrirla, se me derramó un poco de agua alrededor del tapón. Observé fascinado cómo el agua salpicaba el suelo. La superficie estaba tan reseca que las gotas se fusionaban formando un charquito antes de rodar al interior de una pequeña depresión cercana. Incluso dentro de ese hoyo
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superficial, no se difuminaron y absorbieron en la tierra. Para mi sorpresa, todo el charquito se evaporó en cuestión de segundos.
-La tierra tiene demasiada sed para beber -me dijo David suavemente desde detrás.
-¿Has visto antes una sequía como ésta? -le pregunté.
-Los ancianos dicen que hace más de cien años que las lluvias no nos dejaban durante tanto tiempo -respondió David-. Esta es la razón por la que hemos venido a este lugar, para invocar a la lluvia.
Hacía años que conocía a David; de hecho, desde antes de trasladarme al elevado desierto del norte de Santa Fe. Los dos habíamos emprendido un viaje sagrado alejándonos de nuestros hogares, familias y seres queridos. Su gente llamaba a estos viajes la «búsqueda de la visión». Para mí suponía la oportunidad de escaparme de mis compromisos corporativos y estar en contacto con la tierra durante mi etapa periódica de reflexión sobre mi propósito y rumbo en la vida. A los cinco meses de habernos conocido, me fui a vivir a las montañas que había visitado para estar en soledad. Aunque David y yo rara vez nos veíamos, cuando lo hacíamos era como si hubiéramos estado hablando el día anterior. Nunca había ninguna sensación de extrañeza o necesidad de disculparnos por nuestra falta de contacto. Los dos sabíamos que teníamos que dar prioridad a las cosas de nuestra vida que nos exigía nuestra atención. En ese momento estábamos juntos, compartiendo una tórrida mañana de verano en el desierto.
Tras un largo trago de mi botella caliente, me levanté y empecé a caminar hacia David. Él estaba a unos veinte pasos por delante. Le seguía por un camino invisible que sólo él podía ver. Nuestra marcha se hacía más rápida a medida que nos abríamos paso por densos matorrales de salvia y chamico que llegaban a la altura de las rodillas. Miré el suelo que tenía delante. Cada uno de mis pasos levantaba una pequeña nube de polvo que desaparecía en la tórrida y seca brisa. Detrás no quedaba ni rastro del camino que estábamos creando. David sabía exactamente adónde íbamos; era un lugar conocido por su familia y antepasados durante muchas generaciones. Año tras año acudían a ese lugar en busca de la visión, para realizar sus ritos de paso, y en ocasiones especiales como hoy.
-Allí -dijo David. Miré hacia donde estaba apuntando. Tenía el mismo aspecto que los otros miles de hectáreas de salvia, junípero y pino que nos rodeaban en el valle.
-¿Dónde? -pregunté.
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-Allí, donde cambia la tierra -respondió David.
Miré detenidamente, estudiando el paisaje. Revisé la parte superior de la vegetación, mis ojos buscaban irregularidades en el espacio y en el color. De pronto saltó a la vista, como una imagen oculta en uno de esos gráficos tridimensionales que disfrazan una imagen entre los puntos. Miré más de cerca y vi que las puntas de los arbustos de salvia tenían una distribución diferente. Al dirigirnos hacia la aparente anomalía, pude ver algo en el suelo, algo grande e inesperado. Me detuve para colocarme a la sombra que creaba mi propio cuerpo, y entonces pude ver una serie de piedras, hermosas y de todo tipo, organizadas para formar perfectas líneas y círculos geométricos. Cada piedra estaba exactamente situada, revelando la precisión con la que las antiguas manos las habían colocado cientos de años antes.
¿Qué es este lugar? -le pregunté a David-. ¿Por qué está aquí, en medio de la nada?
-Esta es la razón por la que hemos venido -dijo riendo- por esto, lo que tú llamas «nada», es por lo que estamos aquí. Hoy sólo estamos tú y yo, la tierra, el cielo y nuestro Creador. Eso es todo. Aquí no hay nada más. Hoy nos pondremos en contacto con las fuerzas invisibles de este mundo; hablaremos con la Madre Tierra, con el Padre Cielo y con los mensajeros que están entre medio.
»Hoy rezaremos lluvia -dijo David.
Siempre me sorprende la rapidez con la que los viejos recuerdos pueden inundar el presente. Al igual que me sorprende lo pronto que se desvanecen. Al momento, mi mente buscó las imágenes de lo que esperaba que iba a suceder a continuación. Recordé las escenas de oración que me eran familiares. Recordaba haber ido a los pueblos vecinos y ver a los nativos ataviados con prendas de su tierra. Recuerdo haberlos estudiado mientras se movían rítmicamente al son de los mazos de madera con los que percutían los tambores de cuero de alce tensado sobre marcos de pino. Sin embargo, ningún recuerdo de mi mente podía prepararme para lo que iba a presenciar.
-El círculo de piedra es una rueda de medicina -me explicó David-. Que nosotros recordemos, siempre ha estado aquí. La rueda no tiene poder en sí misma. Sirve como objeto de concentración para invocar la oración. Puedes verlo como un mapa de carreteras.
Yo debía de haber puesto cara de perplejidad. Por lo que David se adelantó a mi pregunta y la respondió antes de que hubiera acabado de formularla en mi mente.
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-Un mapa entre los seres humanos y las fuerzas de este mundo -dijo respondiendo a la pregunta que todavía no había formulado-. El mapa fue creado aquí, porque en este lugar las pieles de ambos mundos son muy finas. Cuando yo era un niño me enseñaron el lenguaje de este mapa. Hoy recorreré un antiguo camino que conduce a otros mundos. Desde esos mundos, hablaré con las fuerzas de esta tierra, para hacer lo que hemos venido a hacer. Invitar a la lluvia.
Observé cómo David se sacaba los zapatos. Hasta la forma en que se desataba los lazos de sus viejas botas de trabajo era una oración, metódica, intencionada y sagrada. Con sus pies descalzos sobre la tierra, se dio la vuelta y se apartó de mí en dirección al círculo. Sin emitir sonido alguno recorría su camino alrededor de la rueda, con sumo cuidado para respetar la colocación de cada una de las piedras. Con veneración hacia sus antepasados, colocó sus desnudos pies sobre la tierra agrietada. En cada paso, los dedos de sus pies se acercaban a menos de un centímetro de las piedras exteriores. Ni una sola vez las tocó. Cada piedra se quedó justo en el mismo sitio donde otras manos, de una generación hace mucho tiempo desaparecida, las habían colocado. Mientras circundaba el contorno más lejano del círculo, David se giró, permitiéndome ver su rostro. Para mi sorpresa, sus ojos estaban cerrados. Habían estado así todo el tiempo. ¡Estaba venerando una a una la posición de cada piedra blanca y redonda sintiéndolas mediante la posición de sus pies! David regresó al lugar más cercano a mí y colocó sus manos en posición de oración delante de su cara. Su respiración era casi imperceptible. Parecía no enterarse del calor del sol del mediodía. Tras unos breves segundos en esta posición, respiró profundamente, relajó la postura y se giró hacia mí.
-Vámonos, aquí ya hemos terminado -dijo mirándome directamente.
-¿Ya? -pregunté un poco sorprendido. Parecía como si acabáramos de llegar-. Pensé que íbamos a rezar para invocar a la lluvia.
David se sentó en el suelo para ponerse de nuevo los zapatos. Me miró y sonrió.
-No, yo te dije que «rezaría lluvia» -respondió-. Si hubiera rezado para invocar a la lluvia, nunca podría suceder.
Por la tarde cambió el tiempo. La lluvia empezó de repente, con unos pocos sonidos sordos sobre la tierra que estaba en dirección a las montañas del este. En cuestión de minutos las gotas se fueron haciendo más grandes y más frecuentes, hasta que se decla-ró una tormenta con todas las de la ley. Enormes nubes negras cubrían el valle, oscureciendo las montañas de Colorado por el norte durante el resto de la tarde. El agua
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se acumulaba con tanta rapidez que la tierra no la podía absorber, y al cabo de poco tiem-po empezaron los temores a las inundaciones. Miré los 18 kilómetros de salvia que había entre donde me encontraba yo y la cadena montañosa al este. El valle parecía un inmenso lago.
A última hora de la tarde, miré la previsión meteorológica de las estaciones locales. Aunque no estaba sorprendido, recuerdo haber sentido admiración mientras los mapas del tiempo coloreados parpadeaban en la pantalla. Las flechas animadas indicaban el típico patrón de aire frío y húmedo que descendía formando un ángulo desde la región Noroeste del Pacífico, atravesaba Utah y entraba en Colorado, como solía hacer en los meses de verano. Luego, inexplicablemente, la corriente cambió su curso e hizo algo excepcional. Observaba, sorprendido, cómo la masa de aire se adentraba con precisión en el sur de Colorado y norte de Nuevo México antes de formar un cerrado bucle para cambiar de dirección y regresar al norte, reanudando su camino a través de la región Central. Con ese descenso se convertía en un frente de baja presión y aire frío que se mezclaría con el aire caliente y húmedo que ascendía del Golfo de México, la receta perfecta para la lluvia. Por las previsiones del tiempo, parecía que iba a llover y bastante. Llamé a David a la mañana siguiente.
-¡Qué desastre! -exclamé-. Las carreteras han desaparecido. Las casas y los campos están inundados. ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo explicas toda esta lluvia?
La voz al otro lado de la línea permaneció en silencio durante unos segundos.
-Ese es el problema -dijo David-. ¡Esta es la parte de la oración que todavía no he comprendido!
A la mañana siguiente, la tierra ya estaba lo bastante húmeda para aceptar más agua. Me monté en el coche y atravesé varios Pueblos en dirección a la ciudad más cercana. La gente estaba extasiada contemplando la lluvia. Los niños jugaban en el barro. Los granjeros estaban en las ferreterías y tiendas de ultramarinos, ocupándose de sus negocios de ganadería y agricultura. Las cosechas habían sufrido un daño mínimo. El ganado tenía agua en sus estanques y parecía como si el norte de Nuevo México hubiera superado la tristeza de la sequía, al menos en lo que quedaba de verano.
GRATITUD: RESPIRAR LA VIDA EN NUESTRAS ORACIONES
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La historia de David ilustra perfectamente el funcionamiento interno de un modo de oración olvidado por nuestra cultura hace casi dos mil años. Tras su breve ceremonia dentro del círculo de la medicina, David me había mirado y dicho simplemente: «Vámo-nos, aquí ya hemos terminado nuestro trabajo». El resto del tiempo que estuve con David ese día, ahora tiene mucho más sentido e importancia.
Ya sé lo que significaba la respuesta de David «he venido a rezar lluvia». El resto de la historia quizá sea mejor contarla con sus propias palabras.
-Cuando era joven -dijo-, nuestros mayores me transmitieron el secreto de la oración. El secreto es que cuando pedimos algo, estamos reconociendo que no lo tenemos. Seguir pidiendo sólo aumenta el poder de lo que nunca sucederá.
« El camino entre el ser humano y las fuerzas de este mundo empiezan en nuestro corazon. Es alli donde nuestro mundo de los sentimientos se une con el de nuestro pensamientos ». En mi oración, empecé con un sentimiento de gratitud por todo lo que existe y por todo lo que ha sucedido. Di gracias al viento del desierto, al calor y a la sequía, pues hasta ahora así es como ha sido. No es bueno. No es malo. Ha sido nuestra medicina.
»Luego he escogido otra medicina. Empecé a sentir lluvia. Sentí la lluvia cayendo sobre mi cuerpo. De pie en el círculo de piedra, imaginé que estaba en la plaza de nuestro pueblo, descalzo bajo la lluvia. Sentí la sensación de la tierra húmeda que rezumaba entre los dedos de mis pies. Olí el olor de la lluvia en las paredes de paja y barro de las casas de nuestro pueblo después de las tormentas. Sentí la sensación de caminar por los campos de maíz que crecía hasta la altura de mi pecho debido a la generosidad de las lluvias. Los ancianos nos recuerdan que así es como elegimos nues-tro camino en este mundo. Primero hemos de tener el sentimiento de lo que deseamos experimentar. Así es como plantamos las semillas para un nuevo camino. De ahí en adelante -prosiguió David- nuestra oración se convierte en una acción de gracias.
-¿Gracias? ¿Quieres decir gracias por lo que hemos creado?
-No, no por lo que hemos creado --respondió David – la creación ya esta completa. Nuestra oración se convierte en una oración de gracias por la oportunidad se elegir que creación vamos a experimentar. Mediante nuestro agradecimiento, veneramos todas las posibilidades y atraemos a nuestro mundo aquellas que deseamos.
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De este modo, con las palabras de su pueblo, David había compartido conmigo el secreto de entrar en comunión con las fuerzas de nuestro mundo y nuestros cuerpos. Aunque había escuchado y comprendido lo que me había dicho, sus palabras todavía son más significativas para mí hoy en día.
NUESTRO MÉTODO DE ORACIÓN OLVIDADO
Después de haber estado con David, volví a buscar en los textos, algunos antiguos, otros contemporáneos. Descubrí que muchos grupos, organizaciones y sistemas filosóficos hablaban de nuestro olvidado método de oración. Muchos continúan practicándolo, con técnicas que nos dicen «piensa como si tus oraciones ya se hubieran hecho realidad» o «como si tus oraciones vinieran del lugar donde se cumple la oración». No obstante, por más que he investigado estas tecnologías, casi siempre el elemento del sentimiento brillaba por su ausencia.
A mediados del siglo xx, un hombre conocido simplemente como Neville puso en la vanguardia del pensamiento contemporáneo el método olvidado de oración con su trabajo pionero sobre las leyes de causa y efecto. Nacido en Barbados, Antillas, Neville describió elocuentemente su filosofía de hacer realidad nuestros sueños mediante el sentimiento e invitamos a «hacer de [nuestro] futuro sueño un hecho en el presente, adoptando el sentimiento de [nuestro] deseo realizado».4 Además, Neville sugiere que es el amor por nuestro nuevo estado el que infunde poder para que su existencia se haga realidad. «A menos que tú mismo entres en la imagen y pienses desde ella, esta no puede nacer. »' Examinar una oración específica, como una oración por la paz, puede aportar un grado de concreción a estos conceptos a veces un tanto confusos.
Los condicionamientos reinantes en nuestras tradiciones occidentales han hecho que «pidiéramos» que la paz se produzca bajo determinadas circunstancias. Al pedir que haya paz, por ejemplo, estamos reconociendo inconscientemente el hecho de que no la hay, quizá hasta reforcemos lo que puede ser visto como un estado de violencia. Desde la perspectiva de nuestro quinto modo de oración, se nos invita a crear paz en nuestro mundo mediante el pensamiento, el sentimiento y la emoción en nuestro cuerpo. Una vez que hemos creado en nuestra mente la imagen de nuestro deseo y hemos sentido que
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este se ha realizado en nuestro corazón, ¡Ya ha sucedido!. Aunque el propósito de nuestra oración puede que, todavía no se haya materializado ante nuestros sentidos, suponemos que así es. El secreto del quinto modo de oración reside en reconocer que cuando sentimos, el efecto de nuestros sentimientos ya ha tenido lugar en alguna parte, en algún plano de nuestra existencia.
Nuestra oración se origina entonces desde una perspectiva muy distinta. En lugar de pedir que se produzca el resultado de nuestra oración, reconocemos nuestro papel como una parte activa de la creación y damos gracias por lo que estamos seguros de haber creado. Tanto si vemos los resultados inmediatamente como si no, reconocemos que en algún lugar de la creación nuestra oración ya ha sido escuchada. Ahora nuestra oración se convierte en una oración afirmativa de acción de gracias, que alimenta nuestra creación y permite que se desarrolle en su máximo potencial. A continuación expongo un resumen de nuestra oración por la paz, desde la perspectiva tradicional y desde la de nuestro método olvidado de oración.
Oración de petición
1. Nos centramos en las condiciones donde creemos que no existe la paz.
2. Pedimos la intervención de un gran poder para que cambie dichas condiciones.
3. Al hacer la petición, puede que estemos reconociendo que la paz y que el cambio positivo todavía no existen en esos lugares.
4. Continuamos pidiendo esta intervención hasta que vemos que se produce el cambio en nuestro mundo.
El quinto modo de oración
1. Tomamos nota de todos los acontecimientos, los que vemos cuando no hay paz, sin juzgarlos como buenos, malos, justos o injustos.
2. Mediante la tecnología del pensamiento, el sentimiento y la emoción creamos las condiciones desde nuestro interior que elegimos para tomar nota de nuestro mundo exterior. Por ejemplo: «Un cambio positivo en la Tierra, sanación para todo tipo de vida y paz en todos los mundos». Nuestro sentimiento de que ya es así da fuerza a nuestra
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oración y materializa ese fruto. Al hacerlo, hemos renovado el recuerdo de una posibilidad mejor.
Reconocemos el poder de nuestra «tecnología interna» y damos por hecho que nuestra petición ya se ha cumplido; la paz y el cambio positivo ya están aquí.
Nuestra oración consiste ahora en:
a) reconocer lo que hemos elegido,
b) sentir que ya se ha cumplido,
c) dar gracias por tener la oportunidad de elegir, y al hacerlo infundimos vida en nuestra elección.
Las últimas traducciones de los textos arameos originales ofrecen nuevas visiones de por qué las referencias a la oración han sido tan ambiguas en el pasado. Los manuscritos del siglo xii revelan el grado de las libertades que se tomaron para condensar la estructura de las frases y simplificar su significado. Quizás una de las referencias más evidentes, y al mismo tiempo sutiles, sea una oración que se ha enseñado durante varias generaciones a los estudiantes de teología y a los alumnos del catecismo dominical. Este fragmento de nuestro método de oración olvidado nos invita a «pedir» el beneficio de nuestra oración, como en nuestra conocida admonición «pedid y recibiréis». La comparación del texto arameo ampliado con la versión bíblica moderna de la oración nos ofrece poderosas revelaciones sobre las posibilidades de esta tecnología perdida.
La versión moderna condensada:
En verdad, en verdad os digo, que todo cuanto pidiereis a mi Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Jn, 16,2324).
La versión original, vuelta a traducir del arameo:
Todo aquello que pidas directa y abiertamente... en mi nombre, te será concedido. Hasta ahora no lo has hecho. Pide sin un motivo oculto y serás rodeado por la respuesta. Déjate envolver por lo que deseas, que tu júbilo sea completo...'
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A través de las palabras de otros tiempos, se nos invita a acoger nuestro olvidado método de oración como una conciencia que nosotros encarnamos, en lugar de una forma prescrita de acción que realizamos para tal efecto. Al invitarnos a estar «rodeados» por nuestra respuesta y «envueltos» por lo que deseamos, este antiguo pasaje hace hincapié en el poder de nuestros sentimientos. En nuestro lenguaje actual, esta elocuente frase nos recuerda que para crear nuestro mundo, en primer lugar hemos de tener los sentimientos de que nuestra creación ya se ha realizado. Nuestras oraciones se convierten entonces en una acción de gracias por lo que hemos creado, en lugar de ser peticiones de lo que queremos que suceda.
UNA NUEVA FE
No puedo decir a ciencia cierta que la oración de David tuviera algo que ver con las tormentas que se produjeron durante el tiempo que estuvimos juntos. Lo que sí puedo decir es que el tiempo en el norte de Nuevo México cambió ese día. Tras semanas de sequía, de cosechas perdidas y ganado deshidratado, en un día cambió el tiempo y llegaron lluvias torrenciales que dieron lugar a lluvias diarias que duraron hasta las heladas de otoño. Además, puedo decir que hubo una sincronicidad entre el inesperado cambio de tiempo y la experiencia que compartí con David. El tiempo que transcurrió entre los acontecimientos fue cuestión de horas. ¿Cómo podemos probar un hecho de tal magnitud e importancia?
Los habitantes de los pueblos de amerindios en la desierta región suroeste no necesitan pruebas; sin duda alguna, ellos saben que dentro de cada uno de nosotros se encuentra el poder para comunicarnos directamente con las fuerzas creadoras de este mundo y fuera de él. Lo hacen sin expectativas, sin juzgar el resultado de su comunión. Por ejemplo, si no hubieran venido las lluvias, David habría visto la ausencia de las mismas como una parte de su oración, en lugar de como una señal de fracaso. Su oración no ponía condiciones. No puso una fecha al resultado de su comunión con las fuerzas de la naturaleza. David había compartido un momento divino con los poderes de la creación, había plantado la semilla sagrada de una posibilidad a través de su oración y había dado gracias por tener la oportunidad de elegir otro resultado. Su inquebrantable fe en que su oración había logrado algo es la clave para regresar a nuestra oración perdida.
En nuestro mundo moderno, con frecuencia esperamos una gratificación y una
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respuesta rápida. El tiempo de procesamiento de nuestros ordenadores, por ejemplo, supera en más de cincuenta veces la rapidez de los primeros microordenadores de principios de los ochenta. Entonces, pensábamos que eran rápidos. Esperar durante más de una fracción de segundo tras teclear nuestro comando en el teclado a veces nos provoca ansiedad por obtener una respuesta que hace sólo unos años suponía el último avance de la tecnología. Los hornos microondas han reducido a la mitad el tiempo que se necesitaba para hervir el agua con la cocina de gas o eléctrica convencional. Ahora, esperamos con impaciencia a que el reloj digital marque los segundos que quedan para que hierva el agua. Ha habido una tendencia a ver los resultados de la oración del mismo modo. Si los resultados no son inmediatos, sentimos que no ha funcionado. Los antepasados eran más sabios.
Cuando David oraba lluvia, sabía a ciencia cierta que con su oración había invitado una nueva posibilidad. También sabía que su oración no era más que una posibilidad. Quizás el efecto no seria inmediato para nuestros ojos. Mientras él y yo estábamos de pie en el campo de salvia, en lo alto de los desiertos del norte de Nuevo México, el hecho de que no viéramos inmediatamente la lluvia no le afectó a David demasiado. Estaba seguro de su capacidad para elegir otro resultado y su confianza era algo natural para él.
La certeza de David de haber plantado la semilla de la posibilidad en alguna parte de las profundidades de la creación, nos conduce a replanteamos una palabra que puede que en los últimos tiempos haya perdido su significado. Esa palabra es fe. Aunque en The American Heritage College Dictionary la fe se define como «creencia que no se basa en pruebas lógicas o evidencias materiales», los antepasados y los pueblos indígenas de nuestros días aceptan una definición de la palabra mucho más amplia. Su comprensión es tan válida hoy en día como lo fue en generaciones pasadas, cuando la fe era la clave para comunicarse con las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Gracias a su maravillosamente integrada visión de nuestro papel en la creación, la fe se convierte en la aceptación de nuestro poder como fuerza directriz en la creación. Esta visión unificada es la que nos permite avanzar en la vida con la confianza de que a través de nuestras oraciones hemos plantado las semillas de nuevas posibilidades. Nuestra fe nos permite reasegurarnos de que nuestras oraciones han sido escuchadas. Con esta conciencia, nuestros rezos se transforman en expresiones de gratitud que infunden vida a nuestras elecciones a medida que estas se manifiestan en el mundo.
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Siete son los senderos
que cruzan el Huerto Infinito,
y cada uno deberá transitarse
con el cuerpo, el corazón y la mente cual uno…
EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ
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8 LA CIENCIA DEL SER HUMANO Secretos de la oración y de la sanación
En el siglo iv, nuestra relación con las fuerzas sutiles del mundo que nos rodea, así como con las que están en nuestro interior, empezaron a cambiar. Cuando las palabras que confirmaban estas relaciones fueron eliminadas de los textos donde se habían conservado, empezamos a vemos como observadores, a contemplar pasivamente las maravillas de la naturaleza y el funcionamiento de nuestro cuerpo. Las tradiciones como las de los esenios y los amerindios sugieren que nuestra relación con el mundo trasciende el papel del observador, recordándonos que formamos parte de todo lo que vemos. En un mundo con semejante interconexión es imposible observar pasivamente cómo cae una hoja de un árbol o corre una hormiga por el suelo. El propio acto de observar nos coloca en el papel de participantes.
El físico Niels Bohr formuló, a finales de la década de 1920, una teoría que insinuaba esta relación, y describió una visión similar en términos modernos. Se había observado que, en el plano atómico, la materia a veces se comportaba de forma extraña, en contradicción con la teoría aceptada. En forma simplificada, la teoría de Bohr, conocida como la Visión de Copenhague, postulaba que el observador de cualquier acontecimiento pasa a formar parte del mismo tan sólo por el acto de observar. En el diminuto mundo de los átomos, la observación adquiere mayor importancia cuando «los objetos del tamaño del átomo son perturbados por cualquier intento de observarlos».' Según esta línea de pensamiento, es evidente que la ciencia moderna está buscando un lenguaje para des-cribir la relación de unidad que los esenios utilizaron como base en sus oraciones.
Vernos como independientes del mundo que nos rodea ha precipitado un sentido de separación, una actitud de «aquí dentro» frente a un «allá fuera». Desde nuestra infancia, empezamos a creer que el mundo «sencillamente sucede». Algunas veces ocurren cosas buenas, otras no tanto. Parece que el mundo suceda a nuestro alrededor, en ocasiones sin razón aparente. Al prepararnos para los imponderables de la vida, pasamos gran parte de nuestro tiempo ideando estrategias para sobrevivir e ir sorteando los retos que se interponen en nuestro camino. Las nuevas investigaciones sobre la relación entre el poder de nuestros sentimientos y la química de nuestros cuerpos nos hacen pensar que las implicaciones de ese punto de vista de «nosotros» y «ellos» tienen un alcance mucho
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mayor, y a veces, inesperado. Por ejemplo, la ciencia ha demostrado que sentimientos específicos producen una química previsible en el cuerpo que corresponde a ese sentimiento en particular. A medida que cambiamos nuestros sentimientos, cambiamos nuestra química. Literalmente tenemos lo que puede contemplarse como «química del odio», «química de la ira», «química del amor» y así sucesivamente. Las expresiones biológicas de la emoción se manifiestan en el cuerpo como los niveles hormonales, de anticuerpos y enzimas que están presentes en nuestro estado de bienestar. La química del amor, por ejemplo, afirma la vida reforzando el sistema inmunitario y las funciones reguladoras de nuestro cuerpo. A la inversa, la ira, que a veces dirigimos hacia dentro en forma de culpa, puede manifestarse como una respuesta de inmunodeficiencia.
En el verano de 1995, Glen Rein, Mike Atkinson y Rollin McCraty publicaron un ensayo en el Journal of Advancement in Medicine. Con el título de «The Physiological y Psyehological Effects of Compassion and Anger», se centraba en el estudio de la inmunoglobulina A salival (S-IgA), un anticuerpo que se encuentra en la mucosidad de los tractos respiratorios superiores, gastrointestinales y urinarios, y que los defiende de las infecciones. En esencia, el ensayo decía que «los niveles altos de S-IgA se asocian con un descenso de la incidencia de enfermedades infecciosas en las vías respiratorias superiores».' El resumen final del ensayo concluía diciendo que «la ira producía un significativo aumento en el nivel general de trastorno de los estados de ánimo y del ritmo cardíaco, pero no en los niveles de S-IgA. Por otra parte, las emociones positivas, producían un significativo aumento en los niveles de S-IgA. Al examinar los efectos en un periodo de seis horas, observamos que la ira, por el contrario, producía una significativa inhibición del S-IgA desde la primera hora hasta cinco horas después de la experiencia emocional»3 (las cursivas de énfasis son mías). Otros estudios señalan las cualidades específicas de las emociones como un poderoso factor en la hipertensión, la insuficiencia cardiaca congestiva y la insuficiencia de las arterias coronarias.
Vivir como si el mundo «exterior» fuera algo separado de nosotros abre la puerta a un sistema de creencias de juicio y a las expresiones químicas de esos juicios en nuestro cuerpo. Por ende, tendemos a ver nuestro mundo en forma de «buenos gérmenes» y «malos gérmenes», y usamos palabras como «toxinas» y «desechos» para describir los subproductos de las propias funciones que nos dan la vida. Es en este mundo donde nuestros cuerpos se pueden convertir en una zona de conflicto para las fuerzas que están
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en oposición entre ellas, creando campos de batalla biológicos que se manifiestan como enfermedades.
La perspectiva holista de los esenios, por otra parte, ve todas las facetas de nuestros cuerpos como elementos de una fuerza sagrada y divina que se mueve a través de la creación. Cada una es una expresión de Dios. En un mundo donde todo lo que sabemos y experimentamos surge de una sola fuente, bacterias, gérmenes y los subproductos de nuestro cuerpo trabajan juntos para dotar a nuestro cuerpo de fuerza y vida. Esta visión nos invita a redefinir las lágrimas, el sudor, la sangre y los productos de la digestión que denominamos «desechos», como elementos sagrados de la tierra que están a nuestro servicio, en lugar de considerarlos subproductos aborrecibles que se han de eliminar, desechar y destruir.
¿POR QUÉ ORAR?
La voz procedía de algún lugar del fondo de la habitación. Mis ojos se dirigieron hacia la izquierda, buscando en todas las filas para localizar de dónde había surgido la pregunta. Desde el escenario al final del salón de baile, miré a los participantes del seminario de tres días. Siempre he considerado un honor y un signo de confianza la oportunidad de hablar en público. Un aspecto importante para honrar a todos los públicos es responder a las preguntas que siempre surgen después de haber tratado cualquier tema importante. Miré las caras que se centraban en mí. Una deslumbrante hilera de luces iluminaba las primeras filas desde el techo. Cuando miré al fondo de la sala, cada fila iba quedando más en la penumbra, hasta fundirse en una oscuridad que llegaba hasta las paredes que no podía ver. El único signo visible a través de la sala era el verde resplandor de las señales de salida que estaban encima de las puertas.
-¿Quién ha hecho la pregunta?
Dirigido por los gestos que hacían los participantes señalando hacia la izquierda, salí del escenario y caminé por el pasillo con la esperanza de entablar contacto visual con la persona. Un asistente de sala que llevaba un micrófono se reunió conmigo en el pasillo a la altura de la fila hacia donde señalaban los dedos.
-Estoy aquí -exclamó una frágil voz.
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-Bien -dije yo-. Ahora puedo verte. ¿Cómo te llamas? -Evelyn -susurró tímidamente por el micrófono la vocecita-. Me llamo Evelyn.
-Evelyn, ¿podrías repetir la pregunta, por favor? -le pedí. -Por supuesto -respondió ella-. Simplemente preguntaba «por qué rezar». ¿Qué hay de bueno en eso, realmente?
Escuché la pregunta que planteaba Evelyn. Percibía una inocencia subyacente a la pregunta, mientras mi mente escuchaba las palabras. En mis círculos de amistades y en mis conversaciones, el papel de la oración y su importancia eran temas habituales. En las conferencias a larga distancia y en las vigilias a nivel mundial coordinadas por Internet, hablábamos de las aplicaciones, de los orígenes y de las técnicas de la oración. Con frecuencia nuestras conversaciones iban dirigidas a aspectos específicos de acontecimientos globales que tenían lugar en ese momento. Sin embargo, que yo recuerde nunca habíamos hablado del propósito de la oración. En realidad, no. Evelyn estaba haciendo bien su trabajo. Al hacer su pregunta, me estaba invitando a que respondiera desde lo más profundo de mi ser a una cuestión que nunca me habían planteado.
Era uno de esos momentos que tienen lugar muy pocas veces. De algún modo su pregunta se abría camino entre los centinelas de la lógica y del razonamiento, para abordar la realidad del momento. No tenía muy claro lo que iba a decir. Abrí la boca para responder a la pregunta de Evelyn, con confianza absoluta en el proceso que se estaba desarrollando entre nosotros. Una a una, las palabras fueron saliendo de mi boca, en el preciso instante en que se iban formando. Aunque no estaba especialmente sorprendido, sentía admiración por el proceso, por la facilidad con la que fluía cada palabra y por lo conciso de mi respuesta.
-La oración -empecé- es para nosotros como el agua para una semilla.
¡Eso fue todo! Mi respuesta era completa. El silencio inundó la habitación. Los participantes y yo hicimos una pausa para reflexionar sobre el poder de esas once palabras. Pensé en lo que había dicho. La semilla de una planta es completa en sí misma. Bajo las circunstancias apropiadas, la semilla puede conservarse durante siglos de ese modo, con una rígida capa que la protege de otras posibilidades. Sólo con el agua, la semilla alcanzará su mayor expresión de vida.
Nosotros somos como semillas. Venimos a este mundo completos, con la semilla de poder ser algo aún más grande. Nuestro tiempo en común, en presencia de los cambios
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de la vida, despierta en nuestro interior las posibilidades superiores del amor y la com-pasión. Con la oración florecemos para completar nuestro potencial.
Evelyn esbozó una sonrisa en su rostro. Sentí que ella ya conocía la respuesta que tan hábilmente me había sonsacado. Era como si supiera que los demás participantes se iban a beneficiar de escuchar las palabras que, aparentemente, yo no habría dicho ese día. A principios del siglo xx, el profeta y poeta Kahlil Gibran afirmó que el trabajo que hacemos en la vida es nuestro amor hecho visible. Con su valor para ponerse en pie en una sala con varios cientos de personas, la mayoría desconocidas para ella y hablar tímidamente por el micro, Evelyn me sacó una respuesta que fue útil para todos en aquel momento. Desde ese día, esa misma respuesta me ha servido para muchas otras personas en otras ciudades. Evelyn y yo hicimos bien nuestro trabajo en común, nuestro amor hecho visible.
MÁS ALLÁ DE LAS PALABRAS
Recuerdo que cuando era niño había rezado mucho. Repetía mis oraciones tal como me las habían enseñado, a la hora de comer, de dormir, durante las vacaciones y en ocasiones especiales. Durante esos momentos de oración daba gracias por las cosas buenas de mi vida y pedía reverentemente a Dios que cambiara las situaciones que me herían o que causaban sufrimiento a los demás. Con frecuencia mis oraciones eran para los animales. Siempre me había sentido especialmente cerca del reino animal, y me tomaba la libertad de compartir nuestro hogar con los animales salvajes que encontraba en los bosques de los alrededores de nuestra casa al norte de Missouri. Al no dejármelos tener dentro, mis amigos animales solían competir por el espacio en la furgoneta de la familia que teníamos en nuestro pequeño garaje. En cualquier momento, podía haber una representación de casi todo tipo de animal en la reserva del garaje, una parte de nuestra casa que mi madre llegó a llamar el «zoo».
Recuerdo sentir que nuestro hogar era una especie de refugio, un techo para los residentes hasta que estos pudieran volar, correr, nadar o regresar a su entorno natural. A veces los animales estaban enfermos o heridos. Los encontraba en el bosque abandonados con los huesos rotos, el pico destrozado o sin alguna extremidad, teniéndose que valer por sí mismos. Al mirar atrás, ahora me doy cuenta de que algunos
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de mis huéspedes sencillamente eran demasiado torpes para escapar de mi bienintencionado «rescate».
Al vivir en hábitats hechos a medida -recipientes individuales, jarras de cristal y bañeras adaptadas-, cada animal tenía su propia etiqueta, en la que identificaba meticulosamente la especie, el lugar donde lo había encontrado y sus alimentos favoritos. Al tratar de comprender por qué algunos animales eran abandonados por los de su propia especie, amigos y parientes, recordaba que esa era la «ley de la naturaleza». Recuerdo que pensaba: «¿Y si ayudara un poco a las leyes de la naturaleza? ¿Y si lo único que necesitan estos animales es estar unos cuantos días en un lugar seguro y bien alimentados para curarse de sus heridas?». Mi razonamiento era que, tras un breve período de recuperación, los animales podrían regresar a su vida salvaje para afrontar cualquier cosa que la vida les reservase. Si vivían un día o muchos más, me traía sin cuidado. Lo que me importaba era que el animal dejara de sufrir. Incluso aunque ese animal se convirtiera en la comida de otro al día siguiente, mientras tanto estaría fuerte, sano y sin dolor.
Rezaba por los animales cada noche. Unas veces mis oraciones funcionaban, otras no. Nunca comprendí por qué. Si Dios estaba en todas partes, escuchando, ¿por que dudaba en responder? Si podía escuchar todas mis plegarias y responder a algunas de ellas algunas veces, ¿por qué no hacía lo mismo en otro momento con otro animal? No comprendía esa incoherencia.
A medida que me fui haciendo mayor seguí rezando. Aunque pensaba que ya lo hacía como un adulto, los temas de mis oraciones en realidad no habían cambiado. Todavía hablaba con «los poderes que son» en nombre de los animales de mi vida. Tanto para aquellos que corrían libremente como para aquellos que yacían aplastados al borde de la carretera, pedía bendiciones para que tuvieran viajes seguros y paz en su otra vida.
Aunque siempre había rezado también por las personas, durante esta época mis oraciones por los demás se extendieron más allá del círculo de mis parientes y amigos. Además de rezar por mi familia, amigos y seres queridos, también dirigía mis oraciones a personas a las que no conocía. Las conocía sólo como rostros anónimos que aparecían en la pantalla del televisor en blanco y negro que teníamos en la sala de estar, o que me miraban desde las páginas de las revistas Look y Life. Cuando rezaba por la vida de los animales y de las personas, también lo hacía para remediar la causa de su sufrimiento en este mundo.
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Al final, mis sentimientos sobre la oración empezaron a cambiar. Concretamente, fueron los sentimientos que tenía mientras oraba los que cambiaron. Tenía la sensación de que faltaba algo. Aunque el sagrado momento era reconfortante hasta cierto punto, siempre sentía que tenía que haber algo más. Con frecuencia notaba una sensación de reproche en mi interior, un antiguo sentimiento de que la oración que acababa de repetir en ese momento era sólo el principio de algo más grande. Sentía que había un momento en que las personas nos acercábamos entre nosotras, y que también estábamos más próximas a las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Al no haber religión ni ritual, intuía que la oración en sí misma era la clave de esa proximidad. Sabía que en alguna parte, entre las neblinas de nuestra antigua memoria colectiva, debía haber algo más respecto al lenguaje silencioso que nos permite entrar en comunión con las fuerzas sutiles de este mundo y del más allá.
A principios de los noventa, tuve el primer indicio de por qué sentía que mis oraciones eran incompletas. La pista se presentó un día inesperadamente; mientras hojeaba una copia de un texto antiguo que me había dado un amigo. Lo que distinguía a este docu-mento de obras similares era que el traductor había recurrido al lenguaje original de los autores para sus referencias, en lugar de utilizar las palabras de otros eruditos, posiblemente distorsionadas con el tiempo. Allí, en las nuevas traducciones de los manuscritos arameos originales, se encontraban los detalles de cómo unir los tres componentes de la oración en una fuerza poderosa que guiara nuestras vidas.
El texto que mi amigo me había dejado era una recopilación de un conocido erudito sobre estudios del mundo antiguo, Edmond Bordeaux Szekely, el nieto de Alexandre Szekely, que había recopilado la primera gramática tibetana hacía más de 150 años. Las traducciones de Szekely hechas a partir de la versión aramea original de los Evangelios, ilustraban el rico lenguaje de las oraciones e historias narradas por Jesús y sus discípulos. Todavía me maravillo de la claridad que tales traducciones continúan propor-cionando sobre las enseñanzas y la ciencia de la oración. Si se revisa este trabajo desde la perspectiva de la física cuántica, vemos sutilezas que se han perdido en otras traducciones hechas posteriormente.
Según la visión de los autores arameos, por ejemplo, la forma en que se desarrollan en nuestra vida una serie de acontecimientos es sólo una cuestión de enfoque. Tanto si pensamos en la historia global como en nuestra sanación personal, los antiguos eruditos nos recuerdan que todas las posibilidades ya han sido creadas y que están presentes. En lugar de forzar soluciones para las cosas que nos suceden en la vida, se nos invita a
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elegir con qué posibilidad identificarnos y vivir como si ya hubiera sucedido. Esto no quiere decir que impongamos nuestra «voluntad» sobre los demás en la forma de la oración. Lo que proporciona la sutil diferencia es más bien nuestra predisposición a aceptar cualquier posibilidad sin prejuzgarla, conscientes de que podemos atraer o repeler cualquiera de ellas mediante las elecciones que hacemos en nuestra vida. Elegir un resultado a través de la oración no garantiza que este sucederá; nuestra oración sencillamente invita a esa posibilidad. Ahora la pregunta es: ¿cómo podemos atraer resultados concretos a nuestro presente mediante la oración?
CUANDO TRES SE CONVIERTE EN UNO
Por sus escritos sabemos que los antiguos esenios creían que nos comunicábamos con nuestro mundo a través de nuestras percepciones y sentidos. Cada pensamiento, sentimiento, emoción, respiración, nutriente, movimiento o la combinación de cualquiera de ellos, era considerado como una expresión de la oración. Según la visión de los esenios, según sentimos, percibimos y nos expresamos durante el día, estamos orando constantemente.
Mediante el don de la poesía y las metáforas de su tiempo, los textos esenios nos recuerdan que nuestro cuerpo, corazón (sentimientos) y mente trabajan juntos, casi de la misma manera que un carro, el caballo y el conductor.' Aunque considerados de forma independiente, los tres trabajan mano a mano para proporcionarnos nuestras experiencias en la vida. En esta analogía, el carro es nuestro cuerpo y el conductor nuestra mente. El caballo representa los sentimientos de nuestro corazón, el poder que conduce al caballo y al conductor por la senda de la vida. Gracias a la fuerza de nuestro cuerpo físico, la experiencia de la sabiduría de nuestro corazón y la pureza de nuestras intenciones son las que determinan la cualidad que dominará en nuestra vida.
Si la oración es en realidad el lenguaje olvidado a través del cual escogemos las posibilidades y los resultados que queremos conseguir en nuestra vida, en un sentido muy real cada momento de nuestra existencia puede ser considerado como una oración. En cada instante de nuestro estado de vigilia o de sueño, si estamos pensando, sintiendo y teniendo emociones, estamos contribuyendo a las situaciones que se producen en el mundo. La clave es que unas veces nuestras contribuciones son directas e intencionadas, mientras que otras podemos estar participando indirectamente, sin ni siquiera ser conscientes de nuestra contribución.
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Este último tipo de experiencia puede ser el que describan las personas que sienten que la vida «les sucede». Las personas que tienen esta experiencia suelen sentir que son «espectadores» que simplemente observan los procesos de la vida que tienen lugar a su alrededor entre sus amigos, familiares y seres queridos, incluso en la propia Tierra. Los sentimientos de esta experiencia varían desde la admiración y asombro por el nacimiento de un bebé hasta una sensación de impotencia ante la trágica pérdida de las vidas humanas en tiempos de guerra o por desastres naturales. La crisis de Kosovo de 1999, o la indignación por la matanza en una escuela pública, son ejemplos de tales momentos de impotencia.
Los textos recientemente traducidos, algunos de los cuales tienen más de dos mil años, nos ofrecen otra forma de participar activamente para «hacer algo» durante este tipo de situaciones de la vida. Al reconocer la eficacia del poder silencioso de la oración, los antepasados describen un método de oración conocido en la actualidad como oración activa. Cuando estos componentes de la oración se fusionan en uno solo, se nos presenta un puente para comunicarnos con el lenguaje de la creación. Gracias a este puente pode-mos elegir el resultado de una situación entre una serie de posibilidades. Quinientos años antes del nacimiento de Jesús, los maestros esenios nos invitaron a concentrar el poder de los elementos individuales de la oración -pensamiento, sentimiento y emoción, que experimentamos como mente, corazón y cuerpo- en un solo resultado. La clave del dominio de esta técnica se encuentra en un solo pasaje: «Siete son los senderos que cruzan el Huerto Infinito, y cada uno deberá transitarse con el cuerpo, el corazón y la mente como uno ...».5 Es esta fuerza unificada del lenguaje celestial, que se manifiesta en nuestro cuerpo, la que llena de vida nuestras oraciones y nos asegura que «cualquiera que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar, no vacilando en su corazón, sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará» (Mc 11,23).
Piensa en los efectos de la oración con la ayuda de un sencillo modelo. Hace más de cincuenta años, en 1947, el doctor Hans Jenny desarrolló una nueva ciencia para investigar la relación entre la vibración y la forma.' Mediante estudios bien documentados, el doctor Jenny demostró que la vibración producía geometría. Es decir, al crear una vibración en un material que podemos ver, la forma de la vibración se hace visible en ese medio. Cuando cambiamos la vibración, cambiamos la forma. Cuando regresamos a la vibración inicial, vuelve a aparecer la forma inicial. A través de una serie de experimentos realizados con distintas substancias, el doctor Jenny produjo una sorprendente variedad
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de dibujos geométricos, desde algunos muy complejos hasta otros muy simples, en materiales como agua; aceite, grafito y azufre en polvo. Cada dibujo era sencillamente la forma visible de una fuerza invisible.
La importancia de estos experimentos es que con ellos el doctor Jenny probó, sin lugar a duda, que la vibración crea una forma previsible en la substancia en la que es proyectada. Pensamiento, sentimiento y emoción son vibraciones. Al igual que las vibraciones en los experimentos del doctor Jenny, las vibraciones del pensamiento, del sentimiento y de la emoción crean un trastorno sobre la materia en la que son proyectados. En lugar de agua, azufre y grafito, proyectamos nuestras vibraciones sobre la refinada substancia de la conciencia. Cada una tiene un efecto.
En el capítulo vil hablamos de que la ciencia nos insinúa que nuestro futuro puede que ya exista en forma latente en el caldo de la creación como una de entre muchas «posibilidades». A medida que cada día elegimos cosas nuevas en nuestra vida, vamos despertando otras posibilidades y ajustamos el resultado final. Esta visión implica que cada vez que pedimos algo en la oración, existe la posibilidad de que nuestra petición ya esté en curso. Si esta visión del mundo es correcta, entonces en el zoo del garaje de mi infancia, por ejemplo, cada pico roto, miembro sesgado y hueso fracturado era uno de los posibles resultados para ese momento. En ese mismo instante, también existía otra situación en que cada uno de esos animales a mi cargo ya estaba sanado. Las dos situaciones ya existían. Cada posibilidad era real.
La clave para elegir un resultado entre los muchos posibles reside en nuestra habilidad para sentir que nuestra elección ya está sucediendo. Vista la anterior definición de la oración de otro modo, como «sentimiento», se nos invita a hallar la cualidad del pensamiento y de la emoción que produce ese sentimiento: vivir como si el fruto de nuestra plegaria ya estuviera en camino.
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Sentimiento
Emocion
Pensamiento
Figura 1. Pensamiento, sentimiento y emoción como patrones no alineados. Al no haber unión, pueden perder su enfoque.
Como podemos beneficiamos del efecto de nuestro pensamiento y emoción, si cada patrón se mueve en una dirección distinta? Si, por otra parte, los patrones de nuestra oración se centran en la unión, ¿cómo puede el «material» de la creación no responder a nuestra plegaria?
Cuando pensamiento, sentimiento y emoción no están alineados, cada uno puede ser considerado como una fase distinta de la otra. Aunque existan pequeñas zonas comunes, la mayor parte del patrón no está centrado, y trabaja en direcciones distintas, inde-pendiente del resto. El resultado es una dispersión de la energía.
Por ejemplo, si pensamos: «Elijo a la pareja perfecta de mi vida», se libera un patrón de energía que expresa ese pensamiento. Cualquier sentimiento o emoción que no esté sincronizado con nuestro pensamiento no podrá infundir fuerza a nuestra elección de encontrar una pareja perfecta. Si nuestros patrones no están ali-
neados debido a sentimientos de que no somos merecedores de tener una pareja así de perfecta o por emociones de miedo, estos pueden truncar que se materialice nuestra elección. En este estado no alineado puede que nos encontremos preguntándonos por qué nuestras afirmaciones y oraciones no han funcionado.
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Pensamiento
Figura 2. El pensamiento no está alineado con el sentimiento y la emoción. Esta situación puede hacer que nuestra oración se disperse y no surta efecto.
Mediante estos sencillos ejemplos, vemos claramente por qué la oración puede aportar el mayor de los cambios cuando sus elementos están centrados y alineados entre sí.
Sin usar la palabra oración, y sin duda de un modo menos técnico, la idea de unificar el pensamiento, la emoción, el sentimiento y vivir desde el lugar del deseo que se aloja en nuestro corazón ya fue presentada a principios del siglo xx, pero con un lenguaje muy distinto. El trabajo de Neville, que afirma el quinto modo de oración y da por hecho que nuestra plegaria ya se está produciendo, nos lo expone de este modo: «Te has de abandonar mentalmente a tu deseo que se ha cumplido gracias a tu amor por ese estado, y al hacerlo, vive en el nuevo estado y abandona el antiguo».' Las descripciones de Neville sobre nuestra habilidad para cambiar los resultados y escoger posibilidades nuevas en la vida, aunque eficaces puede que no tuvieran mucho sentido para las
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personas de principios del siglo XX. Al igual que ha sucedido con muchos pensadores cuyas ideas se adelantaban a su tiempo, poco se supo de la obra de Neville hasta después de su muerte en 1972.
Visiones como esta nos permiten contemplar la oración como un lenguaje y una filosofía que une el mundo de la ciencia y del espíritu. Al igual que otras filosofías utilizan modos de expresión únicos y vocabularios especializados, la oración tiene un vocabulario propio en el lenguaje silencioso del sentimiento. A veces una idea que tiene sentido para nosotros en un lenguaje, en otro con el que no estemos familiarizados tiene muy poco. Sin embargo, el lenguaje existe.
La filosofía de la paz, por ejemplo, se puede expresar a través de lenguajes tan diversos como el de la física o el de la política, así como el de la oración. Por ejemplo, la paz suprema según la física
Figura 3. «...Cualquiera que dijere a este monte: quítate de ahí y échate al mar, no vacilando en su corazón sino creyendo que cuanto dijere se ha de hacer, así se hará» (Marcos 11,23). La clave para que la oración sea eficaz es la unión del pensamiento, del sentimiento y de la emoción.
puede ser descrita como la ausencia de movimiento en un sistema. En ese lenguaje, cuando la frecuencia, la velocidad y la longitud de onda llegan a cero, el sistema está en reposo y tenemos paz. En la política, la paz se puede interpretar como el fin de la agresión o la ausencia de guerra. Nuestras oraciones pueden ser pensadas del mismo modo.
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Mediante el lenguaje de la oración, la paz puede ser descrita en forma de ecuación, como lo que acerca la oración a nuestra ciencia en la que muchos se han atrevido a creer. En lugar de ecuaciones de números y variables, la lógica, el sentimiento y la emoción se convierten en los componentes de la ecuación de la oración. Con la forma de una prueba matemática estándar -si esto y esto es así, entonces presenciamos tal y tal resultado-, la ecuación de la oración activa se puede contemplar del siguiente modo:
Si
pensamiento = emoción = sentimiento
entonces
el mundo refleja el efecto de nuestra oración.
Con esta unión las fuerzas de nuestra tecnología interior se pueden concentrar y aplicar en el mundo exterior. Cuando alineamos los componentes de la oración, estamos hablando el lenguaje silencioso de la creación: el lenguaje que mueve el monte, acaba con las guerras y disuelve los tumores.
La belleza de la oración radica en que no es necesario saber exactamente cómo funciona para beneficiamos de sus milagrosos efectos. En esta tecnología universal, sencillamente se nos invita a experimentar, sentir y reconocer lo que nuestros sentimientos nos están comunicando. Nuestras oraciones cobran vida cuando enfocamos el sentimiento de anhelo que reside en nuestro corazón, en lugar de enfocar el pensamiento que gobierna el mundo de la razón.
LA CLAVE OLVIDADA
Sabía que la respuesta se hallaba en algún lugar de los textos que tenía a mi alrededor. En alguna parte entre los libros, papeles, documentos y manuscritos esparcidos por el suelo estaban las palabras que los antiguos maestros habían escrito hace más de dos mil años, teniendo presente momentos como estos. Sabían que en alguna generación futura se harían las mismas preguntas que las que se les plantearon a
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los maestros en el primer milenio de nuestra era. Aunque se trataría de un mundo diferente, las preguntas serían idénticas, harían referencia a nuestra relación con el cosmos, con nuestro Creador y entre nosotros. Concretamente, sabían que las personas del futuro llegarían a un grado de desarrollo en que los logros de su tiempo recordarían e invitarían a rememorar el fundamento de la vida humana y a reclamar la esencia de sus vidas. Sabía que las pistas de un antiguo linaje de sabiduría estaban reservadas para nosotros, para un momento justo como este.
Eran las dos de la madrugada. Llevaba horas sentado en el suelo, mirando los textos que me rodeaban. Me levanté y me dirigí hacia una de las ventanas que daban a miles de hectáreas de salvia del desierto alto. En el paisaje sin luna, apenas podía ver el perfil de la montaña del norte que se eleva a más de 600 metros por encima del suelo del valle. Hice una respiración profunda, regresé al centro del edificio de cincolados, a la habitación más grande de la propiedad. Miré al techo y una vez más admiré el misterio de las vigas que surgían de cada pared, haciendo ángulo con el cielo hasta encontrar un punto en lo alto del centro de la estancia. Además de estas vigas cuadradas de madera de pino, no había otros signos de soporte del techo. Siempre me había maravillado ver cómo cada viga, de 51 centímetros, se anclaba en las paredes de barro de 60 centímetros de grosor para sostener el techo. La estructura ofrecía un espacio muy sagrado. Me daba la impresión de estar en el seno de la Tierra cuando me encontraba en la «cúpula», como a algunas personas del valle les gustaba llamarla. Era perfecta para tardes como esta.
Respiré profundo, suspiré y reclamé mi espacio en el suelo. Había dedicado varias semanas a recomponer fragmentos de una sabiduría que describiría lo que yo creía que eran los elementos de una ciencia perdida en Occidente hace casi 1.700 años. Alcancé un documento que había visto cientos de veces antes, y una vez más empecé a hojear sus páginas. De pronto mis ojos vieron una secuencia de palabras que había hojeado superficialmente hacía sólo unos segundos. Algo en esa agrupación o patrón de palabras en particular, llamó mi atención. Probablemente había visto las mismas palabras muchas veces. Sin embargo, esta vez, me parecieron distintas y me puse a hojear el libro, buscando en el texto palabras que me resultaran familiares. Las encontré casi al final de una página. El texto que estaba revisando era una traducción al inglés del antiguo lenguaje de Oriente Próximo. Allí es donde vi la clave que buscaba: la palabra paz. «¿Cómo, entonces, podemos traer paz a nuestros hermanos... pues queremos que todos los Hijos de los Hombres compartan las bendiciones del ángel de la paz? »'
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El texto que tenía en las manos evocaba la pregunta planteada hace dos mil años, una pregunta que con frecuencia suele oírse en los debates públicos actuales. ¿Cómo podemos alimentar a los hambrientos, ofrecer un techo a los sin hogar, sanar a los enfermos y terminar con las guerras y el sufrimiento? Aunque la ayuda de urgencia, las soluciones militares y los frágiles tratados de paz puedan hacer frente a la manifestación externa del sufrimiento en un plano físico, y aunque sea importante hacerlo, la clave para un cambio duradero se encuentra en modificar la forma de pensar que permite que este sufrimiento continúe. Quizá para responder a las mismas preguntas que hacen los buscadores de hoy en día, los visionarios y escribas del pasado nos legaron su ciencia sobre cómo atraer el poder de la oración para hacer frente a los retos de la sociedad.
En las prácticas religiosas y espirituales de nuestro tiempo se nos ha pedido que hilvanemos los hilos de la oración que tejerán nuestras vidas. Sin embargo, rara vez se nos ha enseñado a hacerlo. En el mejor de los casos, las bienintencionadas instrucciones que se nos ofrecen en la actualidad son vagas, inexactas y confusas.
En los textos donde se encuentra un linaje de sabiduría anterior a nuestra historia, se nos enseñan los puntos clave de esta poderosa tecnología durante tanto tiempo olvidada. Tras identificar los elementos del pensamiento, sentimiento y emoción, los esenios nos muestran cómo unir los tres componentes en una aplicación concentrada. Identifican un denominador común que vincula el final del sufrimiento con la alineación de los elementos de la oración. La consecución quedará mejor descrita con las palabras de los maestros de la oración:
Primero el Hijo del Hombre habrá de buscar la paz en el interior de su propio cuerpo, pues su cuerpo es como un lago de montaña que refleja el sol cuando está quieto y claro. Cuando está lleno de barro y piedras, no refleja nada.
Luego el Hijo del Hombre deberá buscar la paz en sus propios pensamientos... No existe poder más grande en el cielo o en la tierra que el pensamiento del Hijo del Hombre. Aunque invisible para los ojos del cuerpo, cada pensamiento tiene una poderosa fuerza, de tal magnitud que puede hacer temblar a los cielos.
Después el Hijo del Hombre buscará la paz en sus propios sentimientos. Invocamos al Ángel del amor para que entre en nuestros sentimientos, para que los purifique. Y todo lo que antes era impaciencia y discordia se tornará paz y armonía.9
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¡Estas eran las palabras! Estas eran las claves que los esenios dejaron a las generaciones futuras. No sólo compartieron con nosotros las posibilidades que la oración puede aportar a nuestras vidas, sino que nos abrieron la puerta a posibilidades de oración que la ciencia occidental explica como «milagros». Conscientes de que llegaríamos a un punto en nuestra evolución en que se nos pediría que redefiniéramos el papel de la tecnología en el mundo, nos legaron la clave para afirmar la vida en la ciencia y en el mismísimo misterio de la vida. Su secreto es el antiguo código de la paz. ¡Sutil y engañosamente simple, el poder de nuestro olvidado método de oración se encuentra en el marco de la paz!
Giraba las páginas entusiasmado, buscando más confirmaciones, quizá como un código oculto que describiera el papel que la paz puede desempeñar en la actualidad. Las palabras casi saltaron desde la mitad de la página siguiente, superando mis expectativas. «Busca al Ángel de la paz en todo lo que está vivo, en todas tus acciones, en cada una de tus palabras. Pues la paz es la clave de todo conocimiento, de todo misterio, de toda vida. »10
En la tradición de su época, la palabra esenia «ángel» se podía traducir de muchas formas, entre las que se incluyen «poderes o fuerzas que son». Si tenemos esto presente, las palabras poder o fuerza pueden sustituir a la palabra ángel, especialmente para aquellos que ven en esta palabra una connotación religiosa o la consideran un término cristiano. Está claro que la tecnología que nos ofrecieron mediante el regalo de la oración trasciende cualquier tendencia secular o religiosa. Los esenios parecen estar describiendo una tecnología que, en algunos casos, se remonta a quinientos años antes de Cristo. Para los esenios esta se revelaba en todos los aspectos de la vida; incluso los momentos de dar la bienvenida o de despedirse los consideraban como una oportunidad para afirmar el poder de la paz en su mundo interior. Las últimas palabras pronunciadas por los hermanos y hermanas de la comunidad esenia eran « ¡Que la paz sea contigo! ».
Ahora ya está todo encajado. A través de estas palabras, en el lenguaje de su tiempo, nos ofrecen una sofisticada tecnología, con frecuencia pasada por alto actualmente en Occidente. Más allá de los microcircuitos y de los chips informáticos de los modernos electrodomésticos, la tecnología de la oración se basa en componentes tan sofisticados que todavía no hemos podido reproducir en nuestras máquinas. ¡Los componentes son lógica y emoción, alimentados a través de los sistemas operativos de la paz!
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Mientras marcaba las páginas para referencias futuras, me di cuenta de que estaba casi enfermo de entusiasmo. Tenía que compartir con alguien los resultados del trabajo de esa tarde. Al mirar el pequeño reloj digital situado al otro lado de la habitación, parpadeé incrédulamente. Eran casi las cuatro de la madrugada, sin duda demasiado pronto para llamar a alguien. Alcancé mi chaqueta acolchada, y me levanté en dirección a la puerta. Mi esposa estaba durmiendo en casa, un edificio rústico a varios metros de la oficina.
Al abrir la puerta para salir, noté que una ráfaga de calor, procedente de la estufa que tenía detrás, se perdía en el helado aire de la noche del desierto. El termómetro que estaba al lado del edificio marcaba casi 29 grados centígrados bajo cero, temperatura típica para esta época del año. Con los primeros rayos del alto sol del desierto, las temperaturas matinales subirían rápidamente casi 40 grados en una hora o dos, y crearían una agradable tarde de unos 7 grados. Al cerrar la puerta tras de mí, caminé por la grava suelta que formaba un camino entre los edificios. Me detuve un momento. Fue un maravilloso momento.
A excepción de mi respiración, que formaba nubes de vapor delante de mí, no había ruido alguno. Reinaba un silencio absoluto. No había viento. Las pocas hojas que todavía no habían caído de los olivos rusos que tenía detrás estaban curvadas y eran marrones. La menor brizna de viento las habría hecho susurrar con el familiar sonido del otoño. Estaban calladas. Miré al cielo despejado, justo a través de la frontera de la Vía Láctea. La había visto cientos de veces. Sin embargo, esa noche parecía distinta. Los ante-pasados nos enseñaron a llegar a las estrellas y más allá de ellas, mediante nuestra ciencia interna de la oración. Ellos nos recuerdan que el alcance de nuestras oraciones se refleja en nuestras creencias respecto a lo que somos capaces de hacer. En ese momento de silencio, todo cobraba sentido.
Me apresuré por el camino enlosado y atravesé el patio hasta entrar en la pequeña casa donde dormía mi esposa. Entusiasmado, me senté en el borde de la cama y empecé a compartir con ella mis descubrimientos. Abrió un ojo para indicarme que me estaba escuchando y yo hice una pausa. Me ofreció su cálida y comprensiva sonrisa. En voz baja me preguntó:
-¿Podemos dejarlo para mañana?
-Por supuesto -dije, un tanto avergonzado por mi entusiasmo.
-Bien -me dijo-. Parece importante. Me gustaría estar despierta para escuchar lo que has descubierto.
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Aunque estaba sorprendido por la intensidad de mi euforia, no me sentí decepcionado por su respuesta. Quizá también fuera hora de dormir para mí. A fin de cuentas, estos textos habían conservado sus secretos durante dos mil años. Sabía que podían esperar unas cuantas horas más hasta que amaneciera.
CONOCIMIENTO, SABIDURÍA Y PAZ
Veo una distinción sutil entre las cualidades del conocimiento y la sabiduría. El conocimiento se puede contemplar como el elemento de nuestra experiencia que se hace cargo de la información. Todos los datos, estadísticas y patrones de conducta de nuestro pasado o presente se pueden considerar conocimiento. Por otra parte, la sabiduría es cómo vivimos nuestro conocimiento. El conocimiento puede ser enseñado y transmitido durante generaciones en forma de textos y tradiciones. Cada generación ha de vivir individualmente la experiencia de la sabiduría para conocer las consecuencias de la experiencia directa.
Había un tema que siempre estaba presente en todo el conocimiento esenio y que descubrí la tarde anterior. El denominador común era la antigua clave de la paz. Vi la poesía, las analogías y las parábolas que nos dejaron en sus textos que datan de 2.500 años, como vería el código de un manual de instrucciones moderno. El código esenio de la paz se basa en cualidades familiares que ya experimentamos en nuestra vida: la lógica y la emoción. A su manera, los esenios nos dejaron el conocimiento de la paz, recordándonos dos cosas. Primera, se nos muestra el significado de la paz a través de toda la creación. Segunda, se nos muestra cómo, al aplicar la paz a nuestro mundo interior, creamos un cambio en nuestro mundo exterior.
Los eruditos de las comunidades de Qumrán nos han recordado el potencial que la oración puede aportar a nuestras vidas. Al describir los componentes de la misma, nos dan la ecuación para mover la energía eléctrica a través de las membranas de nuestras paredes celulares, generar complicados patrones en la substancia de la conciencia humana y crear químicas específicas dentro del laboratorio de nuestro cuerpo. Ante tal poder, ¿es posible que la imagen del «monte que se mueve» sea una descripción literal del gran poder que supone nuestro mayor potencial? En vista de la confirmación de la ciencia sobre los efectos de la oración, hemos de aceptar en nuestra vida la posibilidad de dicho poder.
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De todas las distorsiones que han tenido lugar en las traducciones de nuestros textos más sagrados, la última clave de nuestra tecnología de la oración es un elemento que escapó a las revisiones realizadas en el siglo iv por el Concilio de Nicea y que todavía está con nosotros. Aunque las palabras puedan modernizarse de algún modo, todavía queda bastante del primer intento de anunciar el comienzo de una nueva visión en nuestras vidas. Algunos elementos de esta clave todavía siguen existiendo en nuestros textos bíblicos, así como en los manuscritos esenios varios cientos de años más antiguos que nuestra Biblia. Estos pasajes «entrecruzados» apoyan la creencia de que ambos documentos proceden de un mismo origen.
En algunas enseñanzas, el código perdido se conoce como el Gran Mandamiento. El Evangelio de Marcos, capítulo 12, versículo 30, resuelve el último misterio para fundir los elementos de la oración en uno solo. Para crear este poder hemos de amar de una forma muy específica. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. » Quizá la clave para comprender este misterioso pasaje se halle en la visión esenia de nuestra relación con el Creador. Desde su perspectiva, somos uno con nuestro Padre que está en los cielos. «Al lado del río se encuentra el sagrado Árbol de la Vida. Allí mora mi Padre y mi hogar está en él. El Padre Celestial y yo somos Uno. »11 Dentro de cada persona que vive en este mundo brilla la chispa divina de la creación de nuestro Creador. Esta comprensión se convierte en el gran reto de nuestro misterio. Para que nuestra oración tenga una finalidad, hemos de amar el principio creativo de la propia vida, a nuestro Creador, con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza. Puesto que somos uno con nuestro Padre en el cielo, al hacerlo, nos hemos amado a nosotros mismos. Con estas cuatro cosas, los esenios nos recuerdan cómo honrar el amor al que se referían como «la fuente de todas las cosas». La clave es que sólo en la presencia de este tipo de amor se puede hallar la cualidad de la paz que recompense la labor de nuestra oración. Estas palabras ya se han dicho antes. Pero, ¿qué es lo que significan? ¿Qué significa amar de este modo? ¿Cómo podemos amar con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas?
El código olvidado de los esenios nos recuerda cómo alcanzar esta paz. A través de nuestro cuerpo, corazón y mente experimentamos nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Aunque podamos sentir que tenemos poco control sobre nuestras percep-ciones, mediante nuestro vínculo con ellas podemos escoger la cualidad de nuestra experiencia. La última parte de este código, basada en la lógica y la emoción, puede que
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sea la clave final de nuestra búsqueda para unificar nuestras oraciones. «Conoce esta paz con tu mente, desea esta paz con tu corazón, realiza esta paz con tu cuerpo.»12
A través de la lógica de nuestra mente, hemos de hacer realidad la paz. Hemos de probárnosla a nosotros mismos, demostrarnos la viabilidad de la paz en nuestras vidas y en nuestro mundo. Con la fuerza que reside en nuestro corazón, hemos de desear esta paz en todo lo que experimentamos. La paz ya existe en nuestro mundo. Se nos reta a que la busquemos, a encontrarla en lugares donde parece no existir. A través de nuestro cuerpo expresamos nuestra mente y corazón. Elegimos las acciones que ofrecemos al mundo. Este pasaje nos recuerda que hemos de hacer que nuestras acciones reflejen externamente las decisiones que ya hemos tomado en nuestro interior.
De este modo, los esenios nos desafiaron a una especie de código de conducta. Aunque algunas personas opten por acciones que nieguen la vida en ellas mismas y en los demás, mediante estas palabras podemos aspirar a algo superior. Estamos invitados a crear paz en cada uno de estos elementos, para alcanzar el amor que traiga unidad a nuestras acciones.
LOS SECRETOS DE LA ORACIÓN Y LA SANACIÓN
Podemos buscar en las tradiciones precristianas de los antiguos esenios algunos de los datos menos distorsionados de nuestras olvidadas tecnologías. Quizá la mejor forma de llegar a comprender la elocuencia de esta sabiduría se encuentre en el modelo esenio de oración y de sanación, que empieza dando por hecho algo que es donde las terapias modernas terminan. El principio fundamental de la sanación esenia es que ya estamos sanados. En cada momento de nuestro tiempo en este mundo estamos tomando decisiones que afirman o niegan la vida que existe en nuestros cuerpos.
Los maestros esenios veían las expresiones de enfermedad como poderosas ilusiones, que surgían de las elecciones y acciones realizadas por una persona, en lugar de contemplar las «causas» externas. Creían que determinamos nuestra respuesta a las situaciones que se nos plantean en la vida, unas veces conscientemente y otras no. Sabemos que la filosofía esenia, a través de sus escrituras más sagradas, consideraba nuestra alma como una expresión divina del Creador, intacta e impoluta. Nuestra alma ya está sana, e intenta expresar ese estado a través del cuerpo. Al aceptar nuestra sanación
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a través de nuestras creencias y del perdón, esta se refleja a través de la expresión del alma en este mundo, el cuerpo humano.
Esta perspectiva nos invita a ver los estados que observamos en nuestro cuerpo como indicadores de la cualidad que hemos elegido. Si pudiéramos destilar los múltiples proverbios, parábolas, enseñanzas y dichos en resúmenes concisos, descubriríamos que esta forma de pensamiento indica que afirmamos o negamos la vida en nuestro cuerpo según la cualidad que domine en cuatro supuestos o principios. Cada principio contribuye a nuestra expresión general de salud y vitalidad. Cada uno testifica la naturaleza interrelacionada del espíritu, la materia y la vida. Podemos ver estos principios hoy en día, en el idioma del siglo xx, como posibles modelos que nos ofrecen una comprensión de las elecciones que realizamos a diario: su naturaleza, nuestras razones para optar por ellas y sus posibles resultados.
En las páginas siguientes, cada principió es presentado de forma concisa, en unas cuantas palabras o en una sola frase. Luego viene una explicación, con un ejemplo o una sencilla descripción. Luego examinamos las implicaciones y consecuencias del principio, centrándonos en por qué es importante. Por último, veremos cómo poner en práctica cada uno de ellos en nuestra vida.
PRINCIPIO 1. YA ESTAMOS SANADOS
Explicación
La clave para comprender este principio es la misma que nos permite elegir nuevos resultados para nuestra situación. La comprensión de que ya estamos sanados surge de nuestra visión del mundo como un conjunto de posibles resultados y de nuestra habilidad para elegir qué resultado queremos experimentar. El reconocimiento de nuestro papel como fuerza activa en la creación, capaz de atraer nuevos resultados a nuestra vida mientras nos desprendemos de los que ya nos han servido, es inherente a esta fe. Nuestro cuerpo es el mecanismo de respuesta interactiva, que nos refleja la cualidad que hemos elegido para los siguientes aspectos: pensamiento, sentimiento, emoción, respiración, nutrientes, movimiento y respeto por la vida.
En el ejemplo del tumor que desaparecía (capítulo IV), en lugar de imponer la voluntad de curar el cáncer, los médicos eligieron sentir, pensar y exteriorizar una situación donde el tumor nunca había existido. Al hacerlo, atrajeron un nuevo desenlace, la capa superpuesta de una posibilidad cuántica que reflejaba las creencias del momento. En dos
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minutos y cuarenta segundos la nueva creencia reemplazó a la antigua. Los antepasados conocían el poder de esta tecnología como método de oración, que trascendía cualquier principio religioso, místico o científico.
Implicaciones
Para aceptar el principio de que ya estamos curados, se nos invita a concebir la posibilidad de que hay muchos resultados para una situación en concreto. El acto de elegir cosas nuevas en nuestra vida es la tecnología que nos permite seleccionar otras posibilidades. Desde la perspectiva que define la oración como una cualidad del sentimiento, esta también se convierte en un lenguaje para ajustar las elecciones de salud y relaciones que afirman la vida.
El principio de que ya estamos curados nos recuerda que cada vez que pedimos ser sanados en una situación, existe la posibilidad de que nuestra súplica ya haya sido respondida en otra situación. Teniendo en cuenta esta posibilidad, cada vez que nos diagnostican un estado de mala salud o una enfermedad que pone en peligro nuestra vida, se nos está mostrando sólo uno de los múltiples resultados posibles para ese momento.
El diagnóstico de una condición no es necesariamente acertado ni fallido. Al no permitir otras posibilidades, sencillamente es incompleto. En ese mismo momento, también ha de existir otro resultado en que la mala salud, la enfermedad o esa condición no estén presentes. Ya existen todas las posibilidades. Cada resultado es real. Según este principio, la diferencia entre diversos resultados es una cuestión de perspectiva nuestra.
Aplicado a nuestras vidas
En cada momento, elegimos cosas que afirman o niegan la vida en nuestro cuerpo. Consciente o inconscientemente, elegimos la cualidad de cada uno de estos seis parámetros: pensamiento, sentimiento, emoción, respiración, nutriente y movimiento. Hemos de preguntamos si aportamos la cualidad más alta que somos capaces de producir, para cada uno de ellos. En caso de que descubramos las condiciones en nuestro cuerpo que queramos cambiar, la cualidad de la salud es la señal para tener en cuenta uno de los parámetros de la vida o una combinación de los seis.
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Al aplicar nuestro método de oración olvidado al principio de que ya estamos curados, la oración se convierte en una aclaración de la(s) condición(es) que elegimos representar en el mundo, en lugar de ser una súplica para un cambio en nuestra condición actual. Sentir y vivir con el conocimiento de que ya existen otras condiciones nos sintoniza con el fruto de nuestra nueva elección.
PRINCIPIO 2. TODOS SOMOS UNO
Explicación
Las cifras del censo mundial indican que somos aproximadamente seis mil millones de personas en el planeta. Este principio nos recuerda que cada persona es una expresión única e individualizada de una sola conciencia unificada. Dentro de esta unidad, las opciones y acciones de cada persona afectan a todas las demás en algún grado.
Implicación
Las implicaciones de este principio son muy extensas y, al mismo tiempo, de una tremenda importancia. En el sentido más amplio, nuestro papel dentro de una conciencia unificada significa que no pueden haber acciones aisladas, que no existe el «ellos» y el «nosotros». Ya no podemos contemplar las condiciones de nuestro mundo como «sus problemas» y «nuestros problemas». En un campo de conciencia unificada, cada elección que hacemos y cada acto que realizamos en cada momento, día tras día, ha de afectar a todas las demás personas de este mundo. Algunas acciones producen un mayor efecto que otras. Sin embargo, el efecto sigue presente.
-Cada vez que elegimos una nueva forma de enfrentarnos a los retos de la vida, nuestra solución contribuye a la diversidad de la voluntad humana que asegura nuestra supervivencia. Cuando uno de nosotros se aventura en una nueva solución creativa para los aparentemente pequeños retos de nuestra vida individual, nos convertimos en un puente para la siguiente persona que se encuentra ante el mismo reto, y para la siguiente, y así sucesivamente. Cada vez que uno de nosotros se enfrenta a la condición a la que otros ya se han enfrentado en el pasado, tiene más opciones a las que recurrir de nuestra respuesta colectiva. Relativamente pocas personas pueden crear posibilidades que se conviertan en opciones para todos.
En este mundo de conciencia unificada están implícitas las consecuencias de nuestras acciones. Cada vez que herimos a los demás con nuestras palabras o acciones, en
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realidad nos estamos hiriendo a nosotros mismos. Cada vez que quitamos la vida a alguien, nos hemos quitado una parte de nuestra propia vida. Los propios pensamientos que nos hacen herir a otro limitan nuestra habilidad para expresar la voluntad de la creación a través de nosotros mismos.
Al mismo tiempo, cada vez que amamos a otra persona, nos amamos a nosotros mismos. Cada vez que dedicamos un tiempo a otra persona, intentamos entenderla, nos ponemos al alcance de los demás, hemos hecho cada una de estas cosas para nosotros mismos. Cuando desaprobamos las acciones, elecciones o creencias de los demás, a través de ello somos testigos de aquellas partes de nosotros mismos que necesitan mayor sanación.
Aplicación
Cuando otras personas realizan acciones que puede que consideremos de forma negativa, se nos invita a que reconozcamos su papel en la unidad como una parte de nosotros que ha elegido una vía distinta. Sin tener que condonar, consentir o incluso aceptar las acciones de otras personas, se nos dice que bendigamos compasivamente la acción como una posibilidad más y que prosigamos con nuestra nueva elección.
La clave de nuestra unidad es la influencia para transformar nuestro mundo. El poder de nuestra unidad permite que relativamente pocas personas puedan influir en la calidad de vida para toda una población.
PRINCIPIO 3. ESTAMOS EN RESONANCIA, «EN SINTONÍA» CON NUESTRO MUNDO
Explicación
Somos parte de todo lo que percibimos. Al igual que grupos de átomos, moléculas y compuestos, estamos hechos justamente de los mismos elementos que nuestro mundo, nada más y nada menos. Este principio, base de muchas creencias antiguas y de los indígenas, nos invita a recordar que mediante hilos invisibles y cuerdas inconmensu-rables, formamos parte de toda expresión de vida. En un mundo de semejante resonancia, cualquier roca, árbol, montaña, río y océano forma parte de nosotros. Sea lo que fuere lo que les suceda a los materiales de nuestro mundo, lo percibimos con nuestro cuerpo.
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Los materiales que nos rodean en nuestra vida cotidiana reflejan la cualidad que hemos elegido en nuestra vida. Nuestros hogares, coches, animales domésticos y nuestra Tierra, todos sin excepción, nos reflejan, en cada momento, la cualidad, las implicaciones y las consecuencias de nuestras decisiones.
Implicación
Mientras aprendemos a reconocer qué es lo que nos están diciendo las condiciones del mundo exterior, se nos muestran posibilidades cargadas de fuerza para crear un cambio en nuestro mundo mediante los cambios en nuestra vida. Los investigadores han documentado cambios en la Tierra que están en relación directa con los cambios en la conciencia humana. Sensores colocados en la tierra alrededor de una persona que experimentaba desde una ira extrema hasta el súmmum de la compasión, han detectado el cambio en la frecuencia biológica.
¿Cuál es el efecto exterior de que muchas personas, quizá comunidades enteras o ciudades, compartan emociones comunes de ira o compasión? ¿Es posible que sanar las emociones dentro del pequeño mundo de nuestros cuerpos tenga efectos sobre el mundo que nos rodea, en cosas como los patrones climáticos y la actividad sísmica?
Aplicación
En cada momento de la vida estamos relacionándonos con los elementos de nuestro mundo. A través de nuestras amistades, romances, hogares, vehículos y las circunstancias de la vida, se nos ofrecen poderosas revelaciones para comprender nuestro sistema de creencias, juicios e intenciones. A medida que cambiamos nuestras creencias y hallamos nuevas formas de expresión, este principio afirma que el mundo que nos rodea refleja nuestras decisiones. Los sistemas turbulentos se serenan en presencia de la paz. Las elecciones que afirman la vida dentro de nuestros cuerpos crean condiciones en nuestro mundo que reflejan dichas decisiones. Quizás esto sea una explicación de la antigua sugerencia de que, para sanar nuestro mundo, hemos de empezar por crear las condiciones que nos sanarán a nosotros.
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PRINCIPIO 4. LA TECNOLOGÍA DE LA ORACIÓN NOS FACILITA EL ACCESO DIRECTO A NUESTRO CUERPO, A LOS DEMÁS Y A LAS FUERZAS CREATIVAS DE NUESTRO MUNDO
Explicación
Mediante nuestra tecnología interna de la oración entramos en comunión con las fuerzas invisibles de nuestro mundo. Siempre hemos tenido la habilidad de acceder a estas fuerzas y utilizarlas para determinar la cualidad que rige nuestra vida y nuestro mundo.
Implicación
Las experiencias del mundo exterior reflejan las elecciones que hemos hecho en cada momento, en cada respiración. Unas veces somos conscientes de ellas, otras no. Investigaciones recientes han demostrado que nuestras emociones y sentimientos influyen directamente en la expresión de nuestro ADN. 13 ¡Otros estudios indican que nuestro ADN también influye en el comportamiento de los átomos y moléculas de nuestro mundo exterior! 14
Hemos presenciado la respuesta del tejido humano para cualidades específicas del sentimiento, como en la «curación» de lesiones y tumores en cuestión de segundos. Se ha demostrado el vínculo, aunque las implicaciones sobrepasan el marco de la ciencia moderna. Nuestra elección de reconocer la relación es muy personal, y nos invita una vez más a «pensar pensamientos de ángeles y actuar como actúan los ángeles».'
Aplicación
La oración puede que sea la fuerza más poderosa de la creación. A cada uno se nos ha dado un lenguaje silencioso que nos permite participar en el resultado de los acontecimientos y de los retos de nuestra vida. Orar juntos es una oportunidad para com-partir los frutos de nuestro mundo.
Las antiguas tradiciones y los científicos modernos insinúan que la oración es la sofisticada tecnología que nos permite reconocer las posibilidades de futuros resultados y elegir cuál queremos experimentar. Cuando nos convertimos en las condiciones que ele-gimos experimentar en el mundo, atraemos el resultado que refleja nuestra elección. Con ello, las guerras, las enfermedades y el sufrimiento ya no «suceden» sencillamente; sino que se nos ha mostrado el mecanismo por el que suceden. Al mismo tiempo, también tenemos el poder de volver a elegir.
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¡Qué irónico resulta que los descubrimientos de la tecnología del siglo xx, principalmente producto de la defensa y de su aplicación militar, hayan conducido a las revelaciones que nos dirigen hacia la poderosa y sencilla ciencia de la oración! La base está ahora en su lugar. Los datos se han medido y los experimentos se han llevado a cabo. Hemos probado, al menos bajo ciertas condiciones, que el pensamiento y la emoción producen el sentimiento, y que el sentimiento produce patrones vibratorios que afectan a nuestro mundo. Cuando cambiamos la cualidad de nuestro sentimiento, cambiamos el patrón de vibración, modificando así los patrones del mundo exterior.
La cuestión ahora es, ¿cómo y en qué medida afectan nuestros patrones de sentimiento al mundo que nos rodea? Si podemos hallar un vínculo entre la fuerza invisible del sentimiento humano y el efecto de nuestros sentimientos en el mundo que nos rodea, habremos llegado a cerrar el círculo. Ese vínculo dará nueva credibilidad a las tradiciones antiguas y a las habilidades que los místicos y los yoguis han demostrado con los años. Quizás el trabajo de Vladimir Poponin pueda ofrecernos algunas de las primeras pruebas que confirman una relación directa entre la materia y el ADN humano.
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MOVER MONTAÑAS: EL EFECTO FANTASMA DEL ADN
A principios de los noventa, la Academia de Ciencias Rusas de Moscú anunció una sorprendente relación entre el ADN y las cualidades de la luz, medidas en fotones.' En un informe donde se describían estos primeros estudios, el doctor Vladimir Poponin hablaba de una serie de experimentos que parecían indicar que el ADN humano afectaba directamente al mundo físico a través de un nuevo campo que los conectaba. El doctor Poponin, reconocido como un gran experto en el campo de la biología cuántica, estaba prestando temporalmente sus servicios por un acuerdo entre entidades para una institución de investigación estadounidense cuando se realizaron esta serie de experimentos.
Los experimentos comenzaron con la medición en un entorno controlado de los patrones de luz al vacío. Cuando se hubo extraído todo el aire de una cámara especialmente diseñada, los patrones de las partículas de luz y el espacio entre ellas siguió una distribución al azar, tal como se esperaba. Estos patrones fueron doblemente revisados y registrados, para ser utilizados como referencia en la siguiente parte del experimento.
La primera sorpresa llegó cuando se colocaron muestras físicas de ADN dentro de la cámara. En presencia del material genético, cambió el espacio y los patrones de las partículas de luz. En lugar del patrón disperso que habían observado con anterioridad, las partículas de luz empezaron a crear un nuevo patrón que se asemejaba a la cresta y al seno de una ola suave. El ADN influía claramente en los fotones, como si a través de una fuerza invisible les diera la forma regular de una ola.
La siguiente sorpresa vino cuando los investigadores sacaron el ADN de la cámara. Estaban convencidos de que las partículas de luz retornarían a su estado original de distribución fortuita, pero sucedió algo inesperado. Los patrones eran muy distintos a los que habían observado antes de introducir el ADN. En sus propias palabras, Poponin describió que la luz se comportaba de un modo «sorprendente y contra intuitivo». Tras revisar los instrumentos y repetir los experimentos, los investigadores se enfrentaron a tener que hallar una explicación para lo que habían visto. Al no estar el ADN, ¿qué era lo que afectaba a las partículas de luz? ¿Había dejado algo el ADN, una fuerza residual de algún tipo, que persistía mucho después de que el material biológico hubiera desaparecido?
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Poponin escribe que él y los demás investigadores se vieron «obligados a aceptar la hipótesis de trabajo de que se había excitado alguna nueva estructura de campo...». Para hacer hincapié en que el efecto estaba relacionado con la molécula física del ADN, el nuevo fenómeno fue bautizado como el «efecto fantasma del ADN». La «nueva estructura de campo» de Poponin se parece sorprendentemente a la «matriz» de la fuerza de Max Planck y a los efectos sugeridos en las tradiciones antiguas.
Esta serie de experimentos es importante porque demuestra claramente, quizá por vez primera en condiciones de laboratorio, que existe una relación que ofrece aún mayor credibilidad al efecto de la oración en nuestro mundo físico. En este caso, el ADN era más o menos una serie de moléculas separadas del cerebro de un ser vivo consciente. Incluso en ausencia de un sentimiento directo que vibrara a través de su antena de doble hélice, había una fuerza y un efecto que se podía medir en su mundo inmediato.
Los investigadores sugieren que una persona de tamaño, estatura y peso medio, posee muchos billones de células en su cuerpo. Si cada célula, cada antena de sentimiento y emoción dentro de una persona, contiene las mismas propiedades que afectan a su entorno, ¿cuánto se puede amplificar el efecto? Ahora. bien, ¿qué sucedería si, en lugar de enviar sentimientos cualesquiera a través de las células de una persona, el sentimiento fuera el resultado de una forma específica de pensamiento y emoción, regulado en forma de oración? Multiplica los efectos que puede producir la persona, robustecida por un método específico de oración, por tan sólo una fracción de los aproximadamente seis mil millones de personas sobre el planeta, y empezaremos a sentir el poder inherente en nuestra voluntad colectiva. Es el poder que terminará con todo el sufrimiento y erradicará el dolor que ha sido el sello del siglo xx. La clave es que hemos de trabajar juntos para alcanzar esta meta. Esto puede llegar a ser el mayor reto del tercer milenio.
Nuestro lenguaje tiene el vocabulario para describir nuestra relación olvidada con las fuerzas del mundo, con la inteligencia del cosmos y entre nosotros. Con algunos de los instrumentos más sensitivos de nuestro tiempo para medir los campos de energía que ni siquiera conocíamos hace cincuenta años, la ciencia ha confirmado ahora la relación que los antepasados nos recordaron hace más de dos mil años. Tenemos acceso directo a las fuerzas de nuestro mundo y hemos cerrado el círculo. Este es el lenguaje que mueve montañas. Es el mismo lenguaje que nos permite elegir la vida en lugar de los tumores cancerosos, y crear paz en situaciones donde puede que creamos que esta no existe. Cuando leemos sobre milagros de sanación, ya no nos quedamos con el deseo de que
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estos mismos milagros puedan ocurrir hoy. Los milagrosos resultados ya están aquí, sencillamente se nos pide que los escojamos.
Hoy en día continúo rezando. Para mí, cada momento de la vida se ha convertido en una oración. Todavía doy gracias por las cosas buenas, y me siento con poder para escoger nuevas situaciones en lugar de aquellas que me han causado sufrimiento en el pasado. Mi formación en informática me ha enseñado que hay pocos misterios, y pocos que no podamos probar, si osamos aceptar las «leyes» que la naturaleza nos enseña en el milagro de cada día.
La oración me ha demostrado que ciertas cosas son, independientemente de nuestra habilidad para poder probarlas en el momento. Por ejemplo, sé que algunos de los más sagrados recuerdos de nuestra herencia fueron repartidos por monasterios, iglesias, tumbas y templos por nuestros antepasados. También sé que los mismos recuerdos viven en las costumbres y tradiciones de pueblos que antes considerábamos como primitivos. Sé que somos capaces de tener hermosos sueños, grandes posibilidades y fuentes insondables de amor. Quizá lo más importante sea que sé que ya existe una posibilidad donde hemos acabado con el sufrimiento de todas las criaturas y honrado el aspecto sagrado que hay en toda forma de vida. La posibilidad ya existe aquí y ahora. Sé que estas cosas son ciertas, porque las he visto. El momento en que permitimos tales posibilidades a gran escala se convierte en el primer momento de una nueva esperanza. Ese es el momento que siempre recordaremos. Es el momento en que anularemos el último día de la profecía.
Ninguna nación blandirá su espada contra otra, ni aprenderá ya más la guerra: pues estas cosas ya pasaron.
EVANGELIO ESENIO DE LA PAZ
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SANAR LOS CORAZONES,
SANAR LAS NACIONES.
Volver a escribir nuestro futuro en los días de la profecía
Hacía apenas unos momentos estaba solo. Caminaba por la vieja carretera que iba paralela al valle hacia el oeste, me abría paso a través de las matas de salvia que me llegaban hasta el pecho, todavía mojadas por la helada matinal. La tierra estaba blanda y seca bajo una fina capa de hielo que se rompía bajo mis pies. A cada paso, mis pies se hundían en la frágil mezcla de arcilla y tierra e iba dejando tras de mí la marcada huella de las suelas de mis botas de trabajo en el suelo del desierto. Busqué en el resplandor del alba y pude ver a alguien que se dirigía hacia mí. Cuando entrecerré los ojos para enfocar mejor, pude ver que se trataba de Joseph. Habíamos acordado encontramos, como solíamos hacer, sencillamente para caminar, charlar y compartir la mañana. Los primeros rayos del sol de invierno proyectan largas sombras por detrás de los impresionantes montes Sangre de Cristo que se alzan al este. Los dos estábamos de pie dando la espalda a las montañas y contemplando la espléndida vista que teníamos ante nosotros.
Nos encontrábamos al borde de un valle de más de 50.000 hectáreas de una salvia especialmente aromática; Joseph se detuvo y respiró profundamente.
-Todo este campo -empezó- hasta donde alcanza nuestra vista, actúa como una sola planta. -Sus palabras formaban pequeñas nubes de vapor cuando su aliento se fundía con el frío aire de la gélida noche.
»Hay muchos arbustos en este valle -prosiguió- y cada planta está unida a las otras mediante un entramado de raíces que no podemos ver. Aunque ocultas a nuestros ojos, las raíces están ahí, debajo del suelo. Todo el campo es una familia de salvia. Como en toda familia -explicó- la experiencia de un miembro es compartida en cierto grado por todos los demás.
Escuchaba lo que Joseph me decía. ¡Qué hermosa metáfora!, pensé, sobre cómo estamos interconectadas las personas a través de la vida. Aunque podamos ver muchos
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cuerpos que'creemos que son extraños, que viven vidas independientes y que no están relacionadas, hay un hilo de conciencia que nos une formando una familia. Estamos conectados mediante un sistema invisible. Sin embargo, la conexión existe como lo que algunos han denominado «mente universal»: el misterio de nuestra conciencia. Al igual que las plantas de salvia, todos estamos relacionados durante nuestro viaje por este mundo. En el plano de la conciencia, todos somos uno.
A veces los grandes misterios de la vida se aclaran sólo cuando dejamos de pensar en ellos. Aunque podamos conocer la información en nuestra mente, el significado de un misterio se ha de sentir antes de poder vivirlo. En la inocencia del momento, compartir la experiencia de otra persona se convierte en un catalizador que despierta una nueva comprensión dentro de nosotros mismos. Ahora sé por qué.
Con frecuencia pienso en esa mañana, admirado por la elocuente simplicidad con la que Joseph describía la relación entre las plantas de salvia. Además 'de comprender de qué modo están conectadas, la explicación de Joseph también describió las posibilidades de semejante relación. Por ejemplo, cuando un área de salvia desarrolla una tolerancia a un insecto o a un producto químico en particular, toda la familia demuestra la misma tolerancia. La clave es que muchas se benefician de la experiencia de unas pocas. Los últimos estudios sobre el efecto de la oración masiva -muchas personas enfocadas en un tema en común- confirman relaciones similares en la conciencia humana. Se ha demostrado que la calidad de vida de un vecindario se ha visto afectada por la oración dirigida de unas pocas personas.
Casi universalmente, las antiguas tradiciones creen que la relación entre nuestro mundo cotidiano y nuestro mundo interno de la conciencia es todavía más profunda. Ver nuestros cuerpos y la Tierra como espejos que se reflejan el uno al otro, nos indica que los extremos que vemos en uno se pueden considerar como metáforas para los cambios dentro del otro. Esta forma de pensamiento relaciona los patrones destructivos del tiempo y de las tormentas, por ejemplo, con el estado de conciencia inestable de las personas donde tienen lugar esos fenómenos. Al mismo tiempo, estas visiones holistas sugieren que los terremotos de gran intensidad, las tormentas que ponen en peligro la vida y las enfermedades pueden ser aminoradas, o incluso erradicadas, mediante cambios sutiles en nuestro sistema de creencias.
Si estas relaciones existen, entonces, quizá por primera vez podamos mirar hacia el siglo XXI con un nuevo sentido de confianza. Más allá de las antiguas profecías sobre una
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tercera guerra mundial y de las predicciones de catastróficas pérdidas de vidas y del caos de final de milenio, el antiguo secreto de la oración de 2.500 años, puede suponer una extraordinaria oportunidad para definir nuestro tiempo de un modo que sólo hemos visto en sueños. En lugar de protegemos contra los acontecimientos que pensamos que tienen poder sobre nosotros, podemos elegir las condiciones que afirman la vida, que trascienden la enfermedad y el sufrimiento, y la guerra en nuestro futuro.
TEMPLOS SUAVES
Los eruditos gnósticos, en el lenguaje de su tiempo, apelaron a las generaciones futuras para recordar que la Tierra está en nosotros, que nosotros estamos en ella, y que ambos estamos íntimamente involucrados en todo lo que experimentamos. Las nuevas traduc-ciones de los documentos esenios de las cuevas del mar Muerto ilustran un conocimiento aún mayor, y a veces incluso inesperado, de sus autores. La motivación en las ceremonias, rituales y estilo de vida de las primeras comunidades esenias era su profunda convicción de honrar el vínculo vivo que une a toda forma de vida, en todos los mundos.
Los maestros esenios veían nuestro cuerpo como un punto de convergencia a través del cual se unen las fuerzas creativas para expresar la voluntad de Dios. Consideraban nuestro tiempo juntos como una oportunidad para compartir las experiencias de ira, rabia, celos y odio que ocasionalmente rehuimos y juzgamos en nuestra vida. Es también a través de estos mismos cuerpos que pulimos las cualidades de amor, compasión y perdón que nos elevan a la mayor expresión de nuestra humanidad. Por esta razón, consideraban el cuerpo como un lugar sagrado, un suave y vulnerable templo para nuestra alma.
Dentro de nuestro cuerpo-templo es donde las fuerzas del cosmos se unen como una expresión de tiempo, espacio, espíritu y materia. Más concretamente, dentro de la experiencia del tiempo y del espacio es donde el espíritu trabaja a través de la materia para realizar la máxima expresión de honrar la vida. Curiosamente, los eruditos de Qumrán enfocaron un lugar en particular dentro del cuerpo, en lugar de enfocar el propio cuerpo como escenario de la expresión divina. En las palabras de un fragmento hallado en los manuscritos del mar Muerto, se nos recuerda que a través de nuestro cuerpo
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hemos «heredado una tierra santa...; esta tierra no es un campo para ser arado, sino un lugar en nuestro interior donde podemos construir nuestro sagrado templo».'
En los lugares más recónditos de los antiguos templos se encuentran las partes más sagradas del santuario. En los templos de Egipto, por ejemplo, la capilla más sagrada está situada en la parte más profunda del complejo. Las desgastadas escrituras hacen referencia a una sola estancia, con frecuencia pequeña en comparación con el resto de la estructura, situada entre pasillos sinuosos y capillas preparatorias, como el beth elohim, la más sagrada de las más sagradas. En la capilla más sagrada de todas es donde el espíritu invisible alcanza la materia física de nuestro mundo.
Si trasladamos esta metáfora desde los duros templos de piedra hasta los suaves templos de la vida, nuestro cuerpo también ha de tener un lugar que sea el más sagrado entre todos. Quizá de un modo que hoy en día todavía tenga que ser reconocido por la ciencia, la porción más interna de nuestros templos vivos representa el lugar sagrado donde el cuerpo de la materia es alcanzado por la respiración del espíritu. ¿Existe semejante lugar dentro de nosotros?
En un informe de la tercera conferencia anual de la International Society for the Study of Subtle Energies and Energy Medicine [Sociedad Internacional para el Estudio de las Energías Sutiles y para la Medicina Energética], los científicos han demostrado que la fuerza invisible de la emoción cambia realmente la molécula física del ADN. El estudio basado en rigurosas pruebas con personas capaces de controlar sus emociones, así como con un grupo de control sin ninguna formación especial, indicaba que «las personas entrenadas para generar sentimientos de amor profundo... eran capaces de provocar un cambio intencional en la conformación [forma] del ADN» (las cursivas son mías).' Cualidades emocionales específicas, producidas a voluntad, determinaron en qué grado y hasta qué extremo estaban enrolladas las dos cadenas de la molécula de la vida.
Este estudio es importante por una serie de razones. El modo en que nuestro bloque básico de desarrollo de la vida está configurado desempeña un papel importante en cómo se repara el ADN y reproduce en nuestros cuerpos. La pregunta respecto a qué es lo que determina la forma de la molécula del ADN sigue en pie. Estos informes, que confirman la larga sospecha de que la emoción afecta en gran manera a nuestra salud y calidad de vida, ahora nos demuestran, quizá por primera vez, que esta es el vínculo que faltaba, una línea directa de comunicación con el propio núcleo de la vida.
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¿Podrían las referencias de los manuscritos del mar Muerto a una «tierra santa..., un lugar dentro de nosotros donde podemos construir nuestro sagrado templo», ser una descripción de las células de nuestro cuerpo? A fin de cuentas, este es el lugar donde la ciencia ha presenciado ahora el matrimonio entre el espíritu y la materia. Si es así, entonces cada célula dentro del templo de nuestro cuerpo es, por definición, lo más sagrado de lo más sagrado. ¡Cada célula ha de ser considerada sagrada! El momento en que nuestra tecnología nos permite presenciar al espíritu dando forma al mundo de la materia (la emoción dando forma al ADN), abrimos la puerta a una nueva era en la que reconocemos la relación entre nuestras creencias y nuestra experiencia.
Este conocimiento ha surgido de algo tan poco prometedor como unos textos de hace 2.300 años; ahora verificado con la ciencia del siglo xxi, puede ser considerado como una especie de «teoría biológica unificada». Esta teoría nos ofrece el mecanismo que hemos estado buscando durante mucho tiempo para describir nuestra relación con toda forma de vida. Todavía no tenemos nombre para esta visión renovada del mundo que trasciende la ciencia, la religión y las tradiciones místicas. Si evocamos las tradiciones indígenas de eras pasadas, las visiones de esta índole recuerdan las palabras que nos dijo el abad en el Tíbet. «Todos estamos conectados», dijo él. «Todos somos expresiones de una vida... Todos somos lo mismo. »
Quizá la similitud de sus palabras con las de Joseph describiendo la salvia y las de los textos esenios no sean una coincidencia. Los archivos indican que una secta particular de los esenios, la de los carmelitas del monte Carmelo, llevaron copias de sus escritos más sagrados a regiones remotas del mundo para protegerlas de la corrupción a la que estaban sometidos dichos textos después de la muerte de Jesús. Los amerindios ancianos describen recuerdos tribales de emisarios que llevaron estas tradiciones a Norteamérica hace casi dos mil años.
Otros textos encontraron su lugar en apartados monasterios del Asia central durante el mismo período. Uno de estos documentos, conocido por los historiadores como el Evangelio arameo de Mateo, es también conocido como el Evangelio de los nazi reos, el Evangelio de los hebreos y el Evangelio de los ebionitas. Todos estos nombres hacen referencia al mismo manuscrito. Hay pruebas de que este texto en particular llegó hasta los aislados monasterios del Tíbet durante el siglo I, y se ha confirmado que es «considerablemente más antiguo» que la versión acabada del Nuevo Testamento.3
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UNA PUERTA MÁS ALLÁ DE LOS MUNDOS
Con el desarrollo de una tecnología avanzada suele surgir una ironía. Generalmente, cuanto más sencilla parece la tecnología al usuario, más complejos son los sistemas que hay detrás de las escenas que permiten tal simplicidad. Podemos ver un bello ejemplo de este concepto en nuestros ordenadores que funcionan con imágenes, y en nuestra tecnología de «señalar y cliquear». Cada vez que movemos el cursor de nuestro ordenador por la pantalla y cliqueamos en el icono de un programa seleccionado, hemos puesto en movimiento una compleja y sorprendente serie de operaciones. Los punteros internos, el lenguaje de máquina, los soportes de los sistemas operativos y los programas de aplicación cobran vida a la velocidad de los electrones que se precipitan por los trayectos de los microcircuitos. Lo único que hemos hecho ha sido señalar una imagen y apretar un botón. Afortunadamente, no era necesario que conociéramos ninguno de los procesos que tienen lugar detrás de estas escenas. De hecho, puede que sea una suerte no conocerlos.
Nuestra tecnología interna para acceder a la creación funciona de un modo similar. A medida que dominamos ciertas experiencias ennuestras vidas, son estas mismas experiencias las que nos abren las puertas a otros mundos y a posibilidades que tan sólo hubiéramos podido soñar en el pasado. Quizá sin tan siquiera ser conscientes del poder de sus escritos, los antiguos eruditos nos estén recordando que desde el momento de nuestro nacimiento somos conductos de la tecnología «fácil de usar», aunque altamente sofisticada, que transforma nuestro mundo. Las enseñanzas de las comunidades ebionitas y nazireas nos hablan de un lenguaje perdido y del olvidado poder que se encuentra en todos nosotros. Es este lenguaje silencioso el que nos permite convertimos en puertas que traen las cualidades del cielo a la tierra. La sabiduría, la paz y la compasión que experimentamos en nuestros sueños, por ejemplo, se pueden convertir en la realidad de nuestro mundo al reflejar estas cualidades en nuestra vida cotidiana.
En un extracto de un texto esenio, se nos recuerdan las posibilidades de tal relación: «... Aquel que construya en la tierra el reino de los cielos..., morará en ambos mundos».' Nuestro perdido lenguaje de la oración es el puente que vincula los mundos del cielo y de la tierra. «Sólo a través de las comuniones... aprenderemos a ver lo invisible, a escuchar lo inaudible y a expresar lo inefable.»'
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Tan engañosamente sencillas como nuestra más avanzada tecnología informática, las implicaciones de estos conceptos precristianos afectan a nuestra vida de modos que jamás podríamos sospechar. Implican que todos participamos en el resultado de los acontecimientos globales, así como en la salud de nuestros cuerpos y en la calidad de nuestras relaciones. Unas veces somos conscientes de nuestra participación, otras no. En vista de esta comprensión, las referencias de hace siglos adquieren ahora un nuevo sentido y quizá mayor importancia. En el transcurso de nuestra época, mediante el control de nuestras elecciones, se nos invita a crear un mundo exterior que refleje nuestras plegarias y sueños más profundos.
MILAGRO EN LOS ANDES
En primavera de 1998, el fenómeno climático conocido como El Niño estaba causando estragos en forma de temperaturas extremas, lluvias y vientos. En las montañas a lo largo de la costa oeste de Sudamérica, Perú estaba sufriendo el peso de un sistema tormentoso que llegaba a tierra desde el océano Pacífico. Tras lluvias torrenciales de proporciones fenomenales, las inundadas tierras bajas se unieron formando un nuevo lago de una extensión de casi 6.000 kilómetros cuadrados. Ricas tierras agrícolas, que habían sido cultivadas por familias durante varias generaciones, se habían convertido en una formación permanente de agua fresca tan grande que ahora el nuevo lago es visible en las fotografías tomadas por los satélites.
Sin embargo, en otras partes de Perú, El Niño creó el efecto contrario, con un índice de lluvias por debajo de lo normal y una desertización de la densa jungla que se había formado por las lluvias anteriores. Las tierras altas de la montaña en la porción sur del país se volvieron especialmente susceptibles a un extraño período de extrema sequía y al peligro de incendios forestales en lugares inaccesibles. A una altitud de casi tres mil metros sobre el nivel del mar, el antiguo complejo de templos de Machu Picchu, del que se cree que algunas partes fueron construidas antes de los tiempos de los incas, está situado en medio de algunos de los bosques más frondosos del país. El enorme complejo de templos, uno de los yacimientos arqueológicos más populares y misteriosos del planeta que existen hoy en día, atrae a miles de turistas cada año y es considerado un tesoro nacional. La ausencia de lluvia, combinada con el nivel ya bajo de humedad que
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hay a tales alturas, creó las condiciones necesarias para que se produjeran incendios que podían haber causado un desastre de proporciones catastróficas.
En el mes de mayo de 1998 nos encontrábamos en una peregrinación de oración por las montañas de las afueras de Cuzco, y nuestra guía e intérprete peruana compartió una historia que conmovió profundamente a todos los miembros de nuestro grupo. Al mismo tiempo, su historia reafirmaba nuestra creencia en el propósito de nuestro viaje: investigar y adoptar la perdida ciencia de la oración. María permanecía de pie delante de nuestro autocar turístico, mientras nosotros nos dirigíamos por los estrechos senderos hacia el antiguo yacimiento de Pisac, donde hay un complejo de templos situado a más de tres mil metros sobre el nivel del mar. A la mañana siguiente empezaríamos una caminata de cuatro días por los Andes hasta nuestro destino, la «ciudad perdida» de Machu Picchu. Además del reto físico que suponía la caminata, el propósito de nuestro viaje era crear experiencias que despertaran nuestra fuerza, sabiduría y compasión para que guiaran nuestras vidas.
Cada mañana de nuestro viaje comenzábamos el día con un tema de meditación que diera un sentido más profundo a los retos a los que nos íbamos a enfrentar. Estos momentos se convertirían en experiencias que llevaríamos a nuestro mundo, a nuestras familias, profesiones y círculos donde están nuestros seres queridos. Por ejemplo, la fuerza que necesitaban nuestros cuerpos para llegar
al campamento, situado en una hondonada a 4.200 metros de altu-, ra, sería un modelo de la misma fuerza que nos permite superar los
grandes retos que nos pone la vida. Cada día del viaje se convertía en un punto de referencia para una cualidad de oración que contuviera el potencial de sernos útil cuando se nos presentaran los obstáculos.
Cuando los rayos prendieron fuego a las junglas andinas a principios de año, las comunidades locales se organizaron para combatir las llamas y salvar sus aldeas. A pesar de sus esfuerzos, el fuego se había descontrolado y llevaba días propagándose mientras los funcionarios del Gobierno y los lugareños contemplaban el espectáculo impotentes y exhaustos. Los incendios abrieron una vía de destrucción que parecía propagarse en todas direcciones, al mismo tiempo. Una tarde cambió el viento y el fuego se dirigió directamente hacia los templos de Machu Picchu. Los bomberos, movilizaron los pocos recursos de los que disponían para suavizar las llamas antes de que alcanzaran su muestra de historia andina más famosa. Escasos de equipamiento, las vías del tren
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destruidas y los caminos bloqueados por desprendimientos de tierra debidos a las anteriores lluvias torrenciales, la única fuente de agua era el río Urubamba, que recorría un cañón de varios cientos de metros de profundidad. Los esfuerzos por salvar los templos eran en vano. La línea de fuego frontal avanzaba arrasando los yacimientos periféricos del complejo. Cuando las llamas alcanzaban los templos de la periferia en el cercano pico Wayna Picchu, parecía que ya no había esperanza.
Tras agotar todos los demás recursos para frenar ese infierno, los aldeanos recurrieron a una tecnología que había formado parte de su cultura durante siglos. En grupos de familias e individualmente, en público y en privado, empezaron a rezar. Aunque las oraciones específicas variaban, el tema principal era el mismo: oraban para salvar los templos de Machu Picchu. Estaban dirigiendo colectivamente sus oraciones para afrontar un desafío común. En cuestión de horas los habitantes del sur de Perú fueron testigos de un acontecimiento que se puede considerar un milagro. Se formó un sistema de baja presión en esa región de los Andes. Una masa de aire húmedo y caliente procedente de la costa se fundió con el aire frío y seco de las montañas, los cielos se nublaron y empezó a llover.
La lluvia se convirtió en aguacero, empapando el denso bosque desde el lugar donde se había propagado el incendio de copa en copa. El agua de la lluvia penetraba en los barrancos situados entre los desnudos picos de las montañas y llegaba a la agrietada tierra que tenían debajo. Este compuesto acuoso se mezclaba con el rico suelo y formaba un grueso barro negro, a la vez que desprendía vapor mientras el agua caía sobre las recalentadas rocas de la zona afectada por las llamas. Al cabo de unas horas el incendio había desaparecido, dejando tras de sí los troncos humeantes, producto del peor incendio registrado en la historia de esa zona. Los espectadores que presenciaron lo ocurrido creyeron que fue una afortunada coincidencia. Los funcionarios estaban desconcertados. Los aldeanos simplemente se sintieron aliviados. Para ellos no fue un misterio. Dios había escuchado sus plegarias y les había respondido.
Ha habido historias similares sobre las oraciones masivas como en el proceso de paz en Irlanda del Norte, la evitación de pérdidas humanas al suspenderse los ataques aéreos de la OTAN contra Iraq y el misterioso cambio de curso de un asteroide que iba a colisionar con la Tierra en 1996. En todos los casos, las circunstancias, propicias para que se produjeran trágicos resultados, con las subsiguientes pérdidas de vidas humanas aseguradas, cambiaron repentinamente. Cada vez, el cambio coincidió con un esfuerzo
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coordinado de muchas personas y grupos que se habían unido en una oración colectiva. La ciencia occidental ya ha confirmado, al menos en cierto grado, que el mundo exterior de los átomos y de los elementos refleja nuestro mundo interior del pensamiento y de las emociones. ¿Puede ser tan fácil crear paz y cooperación en nuestro mundo como unirnos en oraciones conjuntas para ese mismo fin?
Durante cientos de generaciones, la oración como sistema de apoyo en tiempos felices así como en momentos de crisis ha desempeñado un papel fundamental en la vida de las personas, de las familias y de las comunidades. Cruzando las fronteras de la cultura, la edad, la religión y la geografía, el lenguaje silencioso de la oración quizá sea la costumbre más universal que compartimos como especie. Es casi como si en algún lugar oculto de nuestra historia colectiva quedara un recuerdo de este sagrado lenguaje que nos pone en contacto con las fuerzas invisibles de nuestro mundo y nos conecta a todos.
Quizá sean nuestras profundas y personales visiones sobre la oración las que han permitido que nuestra costumbre universal también se convirtiera en una fuente de discordia. Incluso hoy, que estamos entrando en los primeros días del tercer milenio, las emociones se encienden cuando la ciencia y la filosofía discuten sobre el poder de la oración. A los antepasados, a los pueblos indígenas de nuestro tiempo y a muchos padres de familia occidentales no les hace falta una prueba física del poder de la oración. Los que rezan han visto el resultado de sus oraciones durante generaciones sin necesidad de confirmación, medición o de lo que muchos hoy en día denominan pruebas científicas. Para las personas que tienen fe, los milagros que tienen lugar en sus vidas son toda la prueba que necesitan. Para otras, sin embargo, es la capacidad de mensurar, documentar y verificar las maravillas de la vida lo que les ha permitido crear la tecnología que nos ha mantenido a salvo hasta este momento. Los dos caminos son válidos. Ambos nos permiten realizar las elecciones que definen nuestro futuro.
¿QUÉ ES LO QUE PODRÍA UNIR A TODAS LAS PERSONAS?
Las masas de personas siempre me han fascinado. Al contemplar cientos de caras desde la soledad de un café de aeropuerto o de un banco al borde de una bulliciosa plaza de ciudad, muchas veces me he preguntado qué es lo que podría unir a todas las personas,
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independientemente de sus diversas ocupaciones, en un momento de paz y cooperación común. ¿Qué acontecimiento podría superar las diferencias físicas y las preocupaciones por la rutina diaria, para despertar el recuerdo de una historia común, que nos condujera a un futuro compartido en el único mundo que conocemos?
Hay una escuela de pensamiento que sugiere que como personas y naciones nos hemos alejado tanto entre nosotros y de nuestra Tierra que sólo una crisis de inmensas proporciones podría despertar nuestro recuerdo de unidad y renovar la posibilidad de cooperación. Curiosamente, parece que los momentos de adversidad extraen de nosotros nuestro más profundo conocimiento, que se manifiesta como nuestra mayor fortaleza, para triunfar sobre las penurias compartidas. Durante estos momentos, una meta común se antepone a cualquier diferencia de origen étnico, clase social o cultura.
La historia demuestra que los pueblos diversos tienden a unirse en momentos de crisis. Durante el terremoto de Kobe en Japón, por ejemplo, los grandes incendios de México o la estación de huracanes sin precedente de 1998, personas de todas las procedencias abandonaron su posición en la sociedad para ofrecer asistencia en los lugares donde más se necesitaba. De pronto, había ejecutivos de diversas empresas junto a vendedores ambulantes en los restos de los edificios derrumbados para liberar a los niños que habían quedado atrapados entre los escombros. Presidentes de bancos trabajaban con la guardia nacional para apuntalar diques inundados. Durante una de las peores tormentas de hielo de nuestra historia, en el invierno de 1998, más de cinco millones de personas sobrevivieron sin electricidad durante 33 días. En algunas partes de Canadá y el nordeste de Estados Unidos, comunidades donde tan sólo unos días antes las personas apenas se conocían entre ellas, compartían estufas y cocinas de queroseno de emergencia.
Puede que un escenario similar, quizás a escala global, sea lo que impulse esa fusión de nuestra tecnología interna de la oración, el pensamiento cuántico y el poder de la emoción humana. La amenaza de un solitario asteroide que se dirige hacia la Tierra, por ejemplo, o una enfermedad que no se pueda controlar con la medicina convencional, puede ser el catalizador para este tipo de cooperación. Afortunadamente, estos ejemplos son hipotéticos, al menos por el momento. No tan hipotética, sin embargo, es la creciente amenaza para la frágil paz que ha reinado en nuestro mundo desde finales de la última guerra mundial, hace más de cincuenta años.
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NACIÓN CONTRA NACIÓN
En el nacimiento del siglo XXI, parecen darse las circunstancias propicias para que se produzca una gran polarización de las potencias mundiales, lo que llevaría la amenaza de una guerra mundial al ámbito de la mera posibilidad. Países que anteriormente apenas se tenían en cuenta en las estrategias globales, están adquiriendo nuevos e inesperados papeles en los dramáticos sucesos que están reestructurando nuestro mundo.
En los dos últimos años del siglo xx, por ejemplo, vimos una serie de nuevos países que se unían a las exclusivas filas de los que poseen armamento nuclear. Cabe destacar las sorpresivas pruebas de armamento de India y Paquistán. A pesar de las reiteradas súplicas por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de Rusia y de Estados Unidos, los dos rivales tecnológicos han continuado probando sus armas y sistemas de abastecimiento, aludiendo que su aumento de armamento nuclear era en interés de la seguridad nacional.
Aunque muchas personas se ríen de la posibilidad de que estalle otra guerra mundial, porque creen que los horrores de la Segunda Guerra Mundial todavía están demasiado frescos en nuestro recuerdo para permitir que se vuelvan a producir, es importante permanecer atentos y discernir para reconocer el significado de los acontecimientos globales que, en un principio, nos parecen lejanos y que no tienen demasiada importancia para nuestro país.
La crisis de finales de siglo en Kosovo es un ejemplo de ese tipo de acontecimientos. Aunque a los observadores fortuitos les parezca que ha «surgido de la nada», los conflictos que han conducido a la actual crisis en Kosovo son el fruto de siglos de tensiones en una parte de Europa del Este a la que muchos analistas denominan el «polvorín de los Balcanes». Tras la limpieza étnica y las atrocidades de la guerra que vimos en Bosnia hace menos de una década, las naciones de Occidente no estaban dispuestas a permitir que sucediera lo mismo en Kosovo. Sin embargo, la intención, duración y forma de intervención militar eran factores que dividieron incluso a las fuerzas aliadas que intentaban intervenir. La lucha por el poder en Europa del Este es una clara demostración de cómo las grandes potencias del mundo pueden polarizarse inesperada-mente adoptando precarias posiciones en bandos contrarios de la mesa de negociación.
La zona de los Balcanes no es más que un ejemplo de una situación política que tiene grandes implicaciones militares. Mientras Estados Unidos controla los acontecimientos
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que se desarrollan en Europa, también sigue apoyando el embargo y las restricciones militares en Iraq. Iraq, con su fabricación de armamento nuclear y biológico, también se ha visto como un polvorín, esta vez en Oriente Próximo. Incluso los países árabes vecinos, tradicionalmente considerados sus aliados, desaprueban la capacidad del nuevo armamento de Iraq y la desestabilización del ya precario equilibrio de poder en una zona del mundo tan volátil.
Durante un tiempo, que muchos han considerado relativamente pacífico en el ámbito mundial, los últimos veinte años, de hecho, han sido una época de tragedias y de tremendos sufrimientos en lugares localizados. El número de víctimas que se han cobrado los movimientos separatistas y religiosos y las guerras civiles, se calcula que asciende a más de cuatro millones de vidas, cifra que supone toda la población del estado de Louisiana o todo Israel. Cuando se incluye el conflicto del Tíbet, las pérdidas de vidas humanas ascienden al menos a otro millón, y posiblemente más aún.
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ZONAS DE TENSIONES GLOBALES A PRINCIPIO DEL TERCER MILENIO .6
Lugar
Descripción del conflicto
Pérdidas de
vidas*
Bosnia
/Herzegovina
Kosovo
Oposición servia a la independencia bosnia
Lucha de los kosovares por la independencia
200.000+
2.000+
Irlanda del Norte
Violencia sectaria
3.200
Haití
Guerra civil que condujo a un golpe de Estado
¿?
Chechenia
Los musulmanes luchan contra los rusos por la independencia
40.000
Sri Lanka
Los tamiles luchan contra los cingaleses desde 1983
56.000
Ruanda
Lucha de la mayoría hutu contra la minoría tutsi
800.000+
República
del Congo
Guerra civil
10.000+
Somalia
Guerra civil
300.000+
Sudán
Musulmanes contra cristianos
1,9 millones
Angola
Guerra civil
1 millón
Sierra Leona
Guerra civil
3.000
Liberia
Guerra civil
250.000
Argelia
Guerra civil
65-80.000
Turquía
Guerra civil
37.000